El árbol —que proporciona cobijo, protección, leña para el fuego que calienta y alimenta— es sin duda, uno de los símbolos más importantes utilizados por el ser humano desde los tiempos más remotos pues representa a la vida y el origen del cosmos. Algunas civilizaciones antiguas tenían su árbol sagrado: los celtas veneraban el encino; mientras que los escandinavos, tenían al fresno por su árbol; los hindúes aún en la actualidad veneran a la higuera. Tan importante llegó a ser el árbol que incluso varios dioses antiguos estaban asociados a un árbol determinado: Osiris, dios egipcio de la resurrección estaba relacionado con el cedro; el dios romano Júpiter, al encino y Apolo, al Laurel.
Asociado al nacimiento en todas las civilizaciones antiguas, no es raro encontrar un árbol aún hoy en día en varios hogares durante la temporada navideña como símbolo de la llegada de Jesús; aunque quizá pocos sepan que el famoso árbol de navidad que alegra nuestras casas cada diciembre tiene sus orígenes en una antigua tradición celta donde se creía que elDivino Idrasil era un árbol gigantesco cuyas ramas sostenían al universo entero y a todo lo existente, incluida la humanidad. Quizá por esta razón, tampoco sea extraño encontrar que muchas culturas antiguas afirmaban descender de los árboles, como es el caso de los ainou en Japón que afirmaban descender del bambú o los tagalos en Filipinas que creían descender de la mimosa.
Pero además del nacimiento, el árbol ha representado también la unión entre el cielo y la tierra, pues sus ramas alcanzan la altura que ningún otro ser vivo logra, mientras sus raíces se encuentran bien afianzadas a la tierra, que es la que le da la vida. Es así como el árbol vuelve una vez más a ser el “eje del mundo”, ya no como el originador, sino como el intermediario entre ambos mundos: el de lo sagrado y el de lo terrenal.
El árbol es pues dador de vida, intermedio entre lo eterno y lo efímero, representa también la inmortalidad y el ciclo de la vida (al relacionarlo con las estaciones del año); por ello cuando una persona muere es enterrada en un ataúd de madera, lo que significa que vuelve a la tierra misma, cobijado con la madera del árbol; el ataúd representa también el árbol hueco donde antiguamente se creía que estaban los muertos.
Mención especial merece el simbolismo del árbol en el cristianismo: mientras que para la mayoría de las religiones representa el origen de la vida y del cosmos, el cristianismo lo ve como algo prohibido, cuyos frutos dieron el conocimiento a Adán y Eva, condenándolos y expulsándolos a su vez del Edén. El árbol prohibido, fuente de conocimiento y consciencia, virtudes sólo atribuidas a Dios, se convierte poco a poco en símbolo de pecado pues, cuando el ser humano tiene acceso a dicho conocimiento a través de sus frutos, pretende igualarse con Dios y no le adorará más.
Pero el árbol no sólo llegó a ser importante para antiguas civilizaciones, algunas prácticas también lo adoptaron como parte importante de su simbolismo, tal es el caso de la alquimia donde éste representaba la consecución de la Gran Obra, es decir, transmutar los metales en oro.