domi RECORDAR A NUESTROS DIFUNTOS ES TENER LA CERTEZA QUE RESUCITAREMOS

Conmemorar hoy a los fieles difuntos es ir al centro mismo de nuestra fe, es recordar que nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, como lo afirma la primera lectura, tomada del libro de Job: “Yo sé que mi Redentor está vivo y que al final se alzará sobre el polvo”.

 

La Iglesia pone a nuestra consideración esta memoria cada año no para que ahondemos en nuestro dolor, sino para que, desde la óptica de la fe, repensemos nuestra vida y redescubramos que más allá de la vida hay algo… ¡La Resurrección!

 

No recordamos a nuestros difuntos para rendirle culto, lo hacemos porque sabemos cuán importantes han sido para nosotros, para agradecerles todo lo que hicieron por nosotros en vida, para recordar que ellos ya no están glorificados porque gozan de la Resurrección como copartícipes de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Nuestra fe se fundamenta en la Resurrección, bien lo dice Pablo: “si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe…”; sin resurrección la vida del cristiano no tendría sentido, todo sería vacío. Pero sabemos que Cristo Resucitó, que nuestros familiares y amigos que se nos han adelantado en la última experiencia de la vida, que es la muerte, ya comparten la dicha de haber Resucitado y que, nosotros, algún día también estaremos gozosos, muy cerca de Dios, Resucitados por la acción del Espíritu Santo.

 

No es mirar sólo la muerte ni el vacío que ella deja; es proyectar nuestra visión más allá: en la vida eterna. Por eso, hoy en el evangelio, hemos leído el relato de la muerte de Cristo, que se hizo igual a nosotros, que sufrió, padeció y murió, pero que Resucitó, primero entre todos y que nos participa su vida en abundancia. El único requisito es Creer.
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