¿Se han fijado ustedes que en la disidencia cubana no hay buenas personas?
O son mercenarios, o desean la anexión a Estados Unidos, o son delincuentes comunes, o no quieren a su familia; un bando de anormales que sale a la calle a recibir insultos, golpizas y detenciones por dinero.
Si solo te informas a través de los medios oficiales cubanos, esa es tu percepción de la disidencia interna, de la que solo se habla para decir insultos.
Como tengo algún acceso a información más allá de la que ofrecen el periódico Granma o la Mesa Redonda en televisión, puedo ver que la disidencia es como cualquier conglomerado humano donde los hay mejores y peores, para nada diferentes de los demás.
Me atrevería incluso a compartir una opinión basada en haber conocido personalmente a muchos opositores, y es que viven mucho más libres, opinan sin miedo y tratan de ser transparentes al saberse bajo una lupa.
En contraste, los hastiados ciudadanos que dicen apoyar al gobierno viven temerosos de perder el trabajo en una institución estatal, o la licencia de trabajo por cuenta propia, o hasta la entrada a la universidad (no olvidar la frase que, como son las cosas en Cuba, puede convertirse en ley: «la Universidad es para los revolucionarios») si dicen algo crítico.
Son los costos de una educación y una salud maltrechas pero gratuitas, y de medio siglo de propaganda donde, como todo se recibe «gracias a la Revolución», en nombre de esa entelequia también puede perderse.
Los casos de corrupción más sonados no se producen en las filas opositoras; es dentro de las instituciones estatales y en las corporaciones y empresas extranjeras, en las que el personal es seleccionado luego de una minuciosa criba político-ideológica incluida la firma de un compromiso ético que luego resulta papel mojado.
La diferencia radica en que esa información emerge fragmentada por canales de comunicación alternativos, mientras que la concerniente a la disidencia se publica o se le «informa» a los militantes en reuniones llamadas «superaciones» para reforzar la imagen de que no son más que gente innoble con oscuros propósitos y así el ciudadano, lejos ya de la combatividad de otros años, al menos mantiene una prudente distancia.
Los que abandonan eventos, giras y misiones son los médicos, científicos, artistas, diplomáticos y deportistas que hasta el día anterior hacían profesiones de fe proclamándose fieles de Fidel y Raúl y dedicándole premios, medallas y publicaciones.
El gobierno parece estar satisfecho con la doble moral imperante, prefiere que circulen los alimentos en la bolsa negra que luego compran los propios militantes del Partido (ya saben que es uno solo); no importa si desviados de los insumos de un hospital o un jardín de infancia, mientras el ciudadano no se ponga a protestar por los precios, o por el salario insuficiente, y en suprema herejía decida organizarse para dar cuerpo a sus demandas.
Quiere actos políticos llenos, no importa si para llenarlos hay que citar personalmente y pasar lista, antes que un atravesado «ponga mala» una reunión del Poder Popular preguntando por qué solo una parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos se cumple y la otra parte se considera subversiva.
Cualquier observador de estos temas se da cuenta de la volatilidad del pacto social.
A la sociedad cubana le sucede como al envejecido fondo habitacional de La Habana.
Siguiendo la lógica de su precariedad, esas construcciones deberían desplomarse; sin embargo siguen en pie peligrosamente habitadas.
Eso que llamamos estática milagrosa.
PD: Espero con curiosidad si a la luz de los nuevos acontecimientos la disidencia pase a ser lo que es en todas partes del mundo: oposición.
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Regina Coyula es bloguera, activista de derechos humanos y crítica del gobierno cubano. Aunque reniega de las etiquetas, es considerada «disidente» en su barrio, por decir y escribir lo que piensa. Ella se considera una ciudadana crítica sin afiliación política.
http://www.bbc.co.uk/mundo/blogs/2014/12/141223_voces_desde_cuba_regina_coyula_sociedad_estatica
Visité Cuba en 1991. Me vi afectada por una amigdalitis séptica con fiebre alta. No fui obligada a ver al médico, sino que la farmacéutica, sólo con mi pasaporte, por unos dólares me dio unas pastillas de antibióticos que tenía que tomar un par de días. No pude encontrar leche, que era lo único que podía tragar, porque se terminaba por la tarde que era sólo para los bebitos. Las tragué con agua. A la mañana siguiente yo no tenía ni fiebre ni dolor de garganta.
Me duele mucho ver a la sociedad Venezolana mimetizándose con el sistema político-social Cubano-Castrísta-Castrante.