domi El miedo a la protesta, el miedo a los nuevos movimientos políticos

Hace más de dos años escribí en «El País» un artículo titulado «El miedo a la protesta», del que destaco dos párrafos, dos argumentos, un diagnóstico que considero que se ha cumplido



Con un Gobierno tan convencido de su fuerza, de la bondad patriótica de sus políticas, y tan poco dispuesto a hacer concesiones, los sindicatos y movimientos sociales no podrán negociar, porque nada recibirían a cambio, y las protestas no podrán canalizarse a través de las instituciones y organizaciones ya establecidas. Frente a las políticas de desorden que surjan de ese escenario, el Estado, el Gobierno y los medios que los sustentan pedirán mano dura y acciones represivas de control social. Muchos ciudadanos se convertirán en súbditos y los trabajadores en clientes del capital, mientras que los sectores sociales más marginados y empobrecidos por la crisis económica achacarán a la democracia y a la política establecida el fracaso de un sistema que ya no les proporciona prosperidad material.

Esos pueden ser los efectos perversos de querer eliminar todos los temas, prácticas y reivindicaciones que se articulen al margen de la política oficial del Gobierno y de su partido. Esa definición restrictiva de la política abre las puertas de forma casi irreparable al triunfo del capitalismo financiero y especulativo y trata a los conflictos sociales como meros desafíos a la autoridad pública. Lo que hay detrás de ese proyecto ultraconservador, que se ha comido a la socialdemocracia, incapaz de ofrecer una alternativa, es salvaguardar la propiedad y el mercado y restaurar las relaciones laborales a favor del capital.

AHORA, el miedo a la protesta -que yo atribuía a la derecha y a las gentes del orden- se está convirtiendo en miedo a los nuevos movimientos políticos -sobre todo Podemos- y los avisos contra ellos vienen principalmente, tras sus avances en las elecciones europeas, del PSOE y de intelectuales próximos (lo que dice la derecha sobre ellos entra en el terreno del insulto grueso y no merece la pena detenerse a analizarlo).

Esos movimientos han surgido como respuesta a la crisis económica, al decrédito de la política, a la corrupción y al declive e ineficacia del sistema político establecido. Más allá de si me gustan o no y si los veo capaces de transformar sustancialmente lo que tenemos, tema fundamental y que podré valorar en otro momento, se trata de movimientos que asumen formas de organización menos jerárquicas y centralizadas que los partidos y sindicatos tradicionales y se nutren del descontento que ha provocado justamente un partido como el socialista. Se pueden rechazar, pero debería quedar claro que recogen intereses e ideas no contempladas en los grandes partidos. Algunas enseñanzas deberían sacar.

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