Emanuel Kant y su Filosofía

EnciCato
La filosofía de Kant es, generalmente, catalogada como sistema de Criticismo Trascendental con tendencia al Agnosticismo en Teología y, además, es vista como sosteniendo un punto de vista según el cual el Cristianismo es una religión no dogmática.

Emmanuel Kant nació en Konisgsberg, Prusia del Este, el 22 de Abril de 1724 y murió el 12 de Febrero de 1804. Desde los dieciséis hasta los veinticinco años estudió en la Universidad de su ciudad natal donde tuvo como profesor a Martín Knutzen quien lo inició en el conocimiento de la filosofía de Wolf y de la física de Newton. Después de la muerte de su padre, acaecida en 1746, se dedicó durante nueve años a trabajar como tutor en varias familias. En 1755 regresó a Konisgberg dónde permaneció el resto de su vida. De 1755 a 1770 fue Privatdozent (profesor no asalariado) de la Universidad de Konisgberg. En 1770 fue nombrado profesor titular de filosofía, posición que ejerció hasta 1797.

Es usual distinguir dos períodos en la actividad literaria de Kant. El primero, el periodo precrítico, que va desde 1747 hasta 1781, época en la cual escribió «Kritik der reinen Vernunft»; el segundo, el periodo crítico, que va desde 1781 hasta 1794.

PERIODO PRECRITICO

El primer libro de Kant, publicado en 1747, fue «Gedanken von der wahren Schatzung der lebendigen Krafte» (Consideraciones sobre la verdadera estimación de las fuerzas de la vida). En 1775 publicó su disertación doctoral «On Fire» (Sobre el Fuego) y el trabajo «Principiorum Primorum Cognitionis Metaphysicae Nova Dilucidatio» (Una Nueva Explicación de los Primeros Principios del Conocimiento Metafísico) con el que calificó para la posición de Privatdozent. Además de estos trabajos, en los cuales expone y defiende la corriente filosófica de Wolf, publicó otros tratados en los que aplica tal filosofía a los problemas de las matemáticas y de la física. En 1770 aparece el trabajo «De Mundi Sensibilis Atque Intelligibilis Formis et Principiis» (Sobre las Formas y Principios de los Mundos Sensible e Inteligible) en el que presenta por primera vez los rasgos de un sistema de filosofía independiente. Los años de 1770 hasta 1780 fueron empleados, como Kant mismo lo dijo, en la preparación de la «Crítica de la Razón Pura».

PERIODO CRÍTICO

El primer trabajo de Kant en el que aparece como exponente del Criticismo Trascendental es la «Crítica de la Razón Pura» (Kritik der reinen Vernunft) publicado en 1781. Una segunda edición fue publicada en 1787. En 1785 apareció «Fundamentos para una Metafísica de las Costumbres» (Grundlegung zur Metaphysik der Sitten). Luego vinieron una serie de trabajos críticos, los más importantes de los cuales fueron «La Crítica de la Razón Práctica» (Kritik der praktischen Vernunft), la «Crítica del Juicio» (Kritik der Urtheilskraft, 1790), y «La Religión dentro de los límites de la Razón Pura (Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, 1793).

Las mejores ediciones de las Obras Completas de Kant son la segunda edición de Hartenstein (8 Vols., Leipzig, 1867-69), la de Rosenkranz y Schubert (12 Vols., Leipzig, 1834-42) y, la publicada por la Academia de Ciencias de Berlín (Kants gesammelte Schriften, herausg. von der königlich preussischen Akademie der Wissenschaften, Berlin, 1902).

Durante el período de su carrera académica que va desde 1747 hasta 1781, Kant, como ya se dijo, enseñó la filosofía entonces en boga en Alemania que era una forma del racionalismo dogmático modificado por Wolf. Este había hecho de la experiencia sicológica la base de la verdad metafísica y, rechazando el escepticismo, había sometido todo conocimiento al juicio de la razón. Hacia el final de este periodo, sin embargo, comenzó a interrogarse acerca de la solidez de las bases sicológicas de la metafísica y terminó por descartar tanto la validez como el valor del razonamiento metafísico. Las aparentes contradicciones que encontró en las ciencias físicas y las conclusiones a las que Hume había llegado en sus análisis del principio de causalidad «despertaron a Kant de su sueño dogmático» y lo condujeron sin ninguna hesitación a ver la necesidad de revisar o criticar toda la experiencia humana con la finalidad de reedificar las ciencias físicas sobre principios con un alto grado de certidumbre y, también, con la finalidad de poner un claro fundamento a las verdades metafísicas a las que el fenomenismo humeano había sembrado de escepticismo. El antiguo dogmatismo racionalista, ahora de nuevo retomado, enfatizó ahora mucho más los elementos a priori del conocimiento; por otra parte, como ahora por la primera vez se dio cuenta, la filosofía empírica de Hume había ido demasiado lejos al reducir toda la verdad a los solos elementos empíricos o a posteriori. Kant, entonces, se propuso revisar todos los conocimientos para determinar cuáles de ellos eran a priori y cuáles a posteriori. Como él mismo se dio cuenta su propósito era «deducir» las a priori o trascendentales formas del pensamiento. Por ello, su filosofía es esencialmente un «criticismo» porque es un examen del conocimiento y es «trascendental» porque su propósito, al examinar el conocimiento, es determinar las formas a priori o trascendentales que lo constituyen. Kant mismo solía decir que el negocio de la filosofía era responder tres preguntas: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? Él, sin embargo, consideró que la respuesta a la segunda y a al tercera preguntas dependía de la dada a la primera; nuestros deberes y nuestro destino sólo pueden ser determinados después de haber estudiado el conocimiento humano.

Se podría encontrar más conveniente dividir el estudio de la filosofía crítica de Kant en tres capítulos correspondientes a las doctrinas comprendidas en las tres «Críticas». Emprenderemos sucesivamente (1) las doctrinas de la «Crítica de la Razón Pura»; (2) las doctrinas de la «Crítica de la Razón Práctica»; y (3) las doctrinas de la «Crítica del Juicio».

«La Crítica de la Razón Pura».

De acuerdo con su propósito de examinar todo el conocimiento a fin de encontrar qué es y qué no es a priori o trascendental, esto es, anterior a la experiencia, o independiente de la experiencia, Kant comienza en la «Crítica de la Razón Pura» por investigar las formas a priori (a) de la sensación, (b) del juicio y (c) de la razón.

La sensación.

La primera cosa que Kant hace en su estudio del conocimiento es distinguir entre la materia o contenido y la forma de la sensación. La materia de nuestro conocimiento sensible procede de la experiencia. La forma, sin embargo, no se deriva de los sentidos sino que le es impuesta a la material o contenido por la mente para hacer la materia o contenido, universal y necesaria. La forma es, entonces, a priori; es independiente de la experiencia. Las más importantes formas del conocimiento sensible, las condiciones, de hecho, de toda sensación, son el espacio y el tiempo. No solo son, entonces, el espacio y el tiempo entidades mentales en el sentido de que son elaborados por la mente sin los datos de la experiencia; ellas son estrictamente subjetivas, puramente mentales, y no tienen realidad objetiva, excepto en el sentido en que ellas son aplicadas al mundo externo por la mente.

En atención a lo que sigue es importante preguntarse en este momento: ¿Pueden las formas a priori de la sensación, desde que son admitidas, ampliar el valor del conocimiento sensible al hacerlo universal y necesario, extender el dominio del conocimiento sensible, y llevarnos fuera de los estrechos confines de la materia, o datos de los sentidos? Kant sostiene que no. Ellas afectan al conocimiento, como quien dice, cualitativa y no cuantitativamente. Ahora, los datos de la sensación representan solo la apariencia (Erscheinungen) de las cosas. Por ello toda sensación está limitada a ser un conocimiento de las apariencias. El conocimiento sensible no puede penetrar el noúmeno, la realidad de las cosas (Ding-an-sich).

El juicio

Tomando ahora el conocimiento que adquirimos por medio del entendimiento (Verstand), Kant encuentra que, pensar, en sentido estricto, es juzgar. Como en el caso del conocimiento sensible, distingue ahora entre contenido y forma. El contenido del juicio o, en otras palabras, aquello que se da junto en el acto del juicio, no puede ser sino el conjunto de intuiciones sensibles, que se construyen, como ya se dijo, por la imposición de las formas del espacio y del tiempo a los datos de la sensación. Algunas veces las intuiciones sensibles (sujeto y predicado) son puestas juntas en una manera que evidentemente implica contingencia y particularidad. Un ejemplo puede ser el juicio «La mesa es redonda». Con juicios de este tipo no tiene mucho que ver el filósofo. El se interesa mas bien por juicios tales como «Todos los lados de un cuadrado son iguales», en los que la relación que se afirma que existe entre el sujeto y el predicado es necesaria y universal. Con respecto a estos, la primera afirmación de Kant es que su necesidad y universalidad puede ser a priori. Que nada que sea universal y necesario pueda provenir de la experiencia es axiomático para él. Deben haber, entonces, formas del juicio, como las hay de la sensación, las cuales son impuestas por el entendimiento, que no provienen de ninguna manera de la experiencia, sino que son a priori. Estas formas del juicio son las categorías. Apenas es necesario llamar la atención sobre el contraste entre las categorías kantianas y las aristotélicas. La diferencia es fundamental, se diferencian por su naturaleza, propósito, función y efecto. Un importante punto en el estudio de Kant es determinar la función de las categorías. Ellas sirven para conferir necesidad y universalidad a nuestros juicios. Ellas sirven, además, para poner diversas intuiciones sensibles bajo algún grado de unidad. Pero no para extender nuestro conocimiento. Las representaciones (o intuiciones) sin categorías serían ciegas, y las categorías sin las representaciones, o intuiciones, estarían vacías. Permanecemos todavía en el pequeño círculo del conocimiento correspondiente a nuestra experiencia sensible. El espacio y el tiempo no amplían el círculo, tampoco las categorías. El conocimiento, entonces, que adquirimos por el entendimiento se limita a la apariencia de las cosas, y no extiende a la realidad noumenal, al Ding-an-Sich.

Es necesario en este momento explicar que entiende Kant por juicio «Sintético» o «A priori». Los filósofos aristotélicos distinguieron dos tipos de juicios, llamados, juicios sintéticos, los cuales son el resultado de «poner juntos» (sintetizar) los hechos, o datos de la experiencia, y juicios analíticos, los cuales son el resultado de «tomar por separado» (analizar) al sujeto y al predicado, sin una inmediata referencia a la experiencia. Entonces, «Esta mesa es redonda» es un juicio sintético; «Todos los radios de un círculo son iguales» es un juicio analítico. Ahora, según los aristotélicos, todo juicio sintético es a posteriori, porque depende de la experiencia, y todo juicio analítico es a priori, porque el vínculo, o nexo, en ellos es percibido sin apelar a la experiencia. Esta clasificación no satisfizo a Kant. Él sostiene que los juicios analíticos en cierto modo no hacen avanzar el conocimiento dado que siempre «permanece en el interior de los conceptos (sujeto y predicado) y no va más allá de los datos de los conceptos». Al mismo tiempo él afirma que los juicios sintéticos de los aristotélicos no tienen valor científico, puesto que, surgiendo de la experiencia, son contingentes y particulares. Por ello propone introducir una tercera clase, llamada, juicios sintéticos a priori, los cuales son sintéticos porque el contenido de ellos es suministrado por una síntesis de los datos de experiencia, y a priori, porque la forma de universalidad y necesidad es impuesta a ellos por el entendimiento con independencia de la experiencia. Un ejemplo puede ser, de acuerdo con Kant, «Todo efecto tiene una causa». Nuestros conceptos de «efecto» y «causa son suministrados por la experiencia; pero la universalidad y la necesidad del principio se deriva de la a priori dotación de la mente. Los aristotélicos responden, y correctamente, que los así llamados juicios sintéticos a priori son analíticos.

La Razón

En tercer lugar, la «Crítica de la Razón Pura» de Kant se ocupa de la facultad de razonar (Vernunft. Aquí las «ideas» juegan un rol similar a aquel jugado por la sensación y el juicio por el espacio y el tiempo y las categorías, respectivamente. Examinando la facultad de razonar Kant encuentra que esta tiene tres distintas operaciones, a saber, categórica, hipotética y disyuntiva de razonamiento. Estas, dice, corresponden a las tres «ideas», la idea del alma como sujeto pensante (idea sicológica), la idea de la materia como totalidad de los fenómenos (idea cosmológica) y la idea de Dios como suprema condición de toda la realidad (idea teológica. Comienza considerando la idea del alma, y examinando el curso del razonamiento de los sicologistas que enseñan la substancialidad, inamaterialidad e inmortalidad del alma humana, y afirma que tal línea de pensamiento filosófico es falaz, porque se inicia con la falsa suposición de que podemos tener un conocimiento intuitivo del alma como el sujeto substancial de los estados de conciencia. Esto, dice, es una suposición errónea porque, si bien tenemos y podemos conocer nuestros estados de conciencia, no podemos conocer el sujeto de los mismos. La sicología racional, entonces, parte de una equivocada suposición. Su camino está lleno de contradicciones; no puede concluir estableciendo la inmortalidad del alma. Después, Kant somete la idea cosmológica a un análisis similar. Él encuentra que tan pronto como comenzamos a decir algo con relación a la última naturaleza de la material caemos en un conjunto de contradicciones, que él llama «antinomias». Entonces, la proposición, «La materia tiene un comienzo», «El mundo fue creado», son claramente no más verdaderas que sus contradictorias, «La material es eterna», «El mundo no es creado». Para cada tesis relacionada con la naturaleza última del universo material una igualmente plausible antítesis puede serle opuesta. La conclusión es que por la pura razón nada podemos conocer de la naturaleza del universo material. Finalmente, Kant toma la idea teológica, la idea de Dios y, critica los métodos y los argumentos de la teología racional. Las bases especulativas de nuestra creencia en la existencia de Dios son defectuosas, dice, porque estas pruebas van más allá de lo que permiten sustentar y no son conclusivas. El argumento ontológico de San Anselmo trata de establecer una proposición existencial sin hacer referencia a la experiencia; confunde el orden de las cosas con el orden de las ideas. El argumento cosmológico lleva el principio de causalidad más allá del mundo de la experiencia sensible, dónde solo es válido. Y el psicoteológico argumento del plan, si bien puede probar la existencia de una inteligencia ordenadora, no puede establecer la existencia de un Ser Supremo. Kant, por supuesto, no niega la existencia de Dios, como tampoco niega la inmortalidad del alma o la realidad última de la material. Su propósito es presentar que las tres ideas, o en otras palabras, los razonamientos especulativos sobre el alma, el universo y Dios, no le añaden nada a nuestro conocimiento. Pero, si bien las ideas no extienden nuestra experiencia, si la regulan. La mejor manera de pensar nuestros estados de conciencia consiste en representárnoslos como inherentes a un sujeto substancial, del que, de todas maneras, no sabemos nada. La mejor manera de pensar el mundo externo es representárnoslo como una multiplicidad de apariencias, el conjunto de las cuales es una desconocida cosa material; y la major manera de organizar y sistematizar todo nuestro conocimiento de la realidad es representarnos cada cosa como surgiendo de una fuente, gobernada por una ley, y tendiendo hacia un fin; ley, fuente, y fin que es un desconocido y (especulativamente) incognoscible Dios. Es en verdad fácil ver como esta fase negativa de la filosofía de Kant afectó el subsiguiente curso del pensamiento filosófico europeo. Las conclusiones de la primera «Crítica» son las premisas del agnosticismo contemporáneo. No podemos conocer nada, excepto las apariencias de las cosas; los sentidos nos entregan sólo fenómenos; los juicios no pueden ir más allá de los sentidos en lo que concierne al mundo; la ciencia y la filosofía fallan totalmente en el esfuerzo por alcanzar un conocimiento de la sustancia (noúmeno), o esencia, y los esfuerzos metafísicos por enseñarnos lo que es el alma, lo que es la materia y quién es Dios, han fallado y están condenados inevitablemente a fallar. Estas son las conclusiones a las cuales Kant llega en la «Crítica de la Razón Pura»; estas son las afirmaciones que los agnósticos y los Neokantianos oponen a los escolásticos.

«La Crítica de la Razón Práctica»

Kant, como frecuentemente se dice, destruye para construir. Lo que él consideró como de pasada en la primera «Crítica» lo retoma en la segunda. En la «Crítica de la Razón Pura» dijo que las verdades que habían sido consideradas como de mayor rango en el conocimiento humano no tenían un fundamento en la metafísica, esto es, en el razonamiento puramente especulativo. En la «Crítica de la Razón Práctica» quiere decir que estas verdades permanecen sobre una sólida base moral, y están, entonces, al margen de toda disputa y del clamor de las disputaciones metafísicas. Kant destruyó el edificio impuesto por el dogmatismo cartesiano construido sobre el «Yo pienso»; y, ahora se asigna la tarea de reconstruir el templo de la verdad sobre el fundamento del «Yo debo». La ley moral es suprema. En cuanto a certeza, es superior a cualquier deliberación de la conciencia especulativa; estoy más cierto del «Yo debo» que del «Yo estoy contento» o, «Yo tengo frío», etc. En cuanto a su carácter imperativo, es superior a cualquier otra consideración de interés, placer o felicidad; puedo olvidar cuál es mi interés, se pueden presentar otras consideraciones por encima del placer o la felicidad, pero si mi conciencia me dice que «Yo debo» hacer algo, nada puede contradecir la voz de la conciencia, aunque, naturalmente, soy libre de obedecer o desobedecer. Este, entonces, es el único modo claro de fundamentar toda la moral, lo espiritual y la más alta verdad intelectual. La primera característica de la ley moral es que es universal y necesaria. Cuando la conciencia declara que es una injuria decir mentiras, su voz no es entendida meramente para aquí y ahora, no para «una vez», sino para todo tiempo y todo lugar; es válida siempre y en toda parte. Esta cualidad de la universalidad y la necesidad indica al mismo tiempo que la ley moral no se funda en el placer, en la felicidad, o en la perfección de sí mismo, o en un así llamado sentido moral. Ella se funda a sí misma. Su voz alcanza la conciencia inmediatamente, ordena incondicionalmente, y no necesita dar razón de sus mandatos. No es, por decirlo de alguna manera, como un monarca constitucional que se hace responsable de la razón, del juicio, o de cualquier otra facultad. Es exactamente incondicional, y en un sentido, implica una obediencia irracional. Es por esto por lo que la «voz interior» de la ley moral es llamada por Kant «imperativo categórico». Esta famosa frase significa solamente que la ley moral es un mandato (imperativo), no una forma de aviso o invitación para actuar o no, y es un mandato incondicional (categórico), no un mandato hipotético, tal como «Si usted desea ser un clérigo usted debe estudiar teología». No se puede, entonces, mirar el carácter peculiarmente vació del imperativo categórico. Sólo en su más universal y «profunda» declaración aparecen las cualidades que lo hacen una experiencia única de la existencia humana. Ahora bien, tan pronto como un dato contingente, o el contenido de un precepto específico de la moral le es presentado, entonces, él le impone su universalidad y su necesidad y los levanta a su propio nivel. Los contenidos pudieron haber sido buenos, pero no absolutamente buenos; porque nada es absolutamente bueno excepto la buena voluntad, la aceptación que se hace de la ley moral.

Conocemos la ley moral no por inferencia, sino por intuición inmediata. Esta intuición es, y lo será, el primum philosophicum. Ella asume el lugar de la primera intuición cartesiana, la intuición del propio pensamiento. De él serán deducidas las más importantes verdades filosóficas, la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. La libertad de la voluntad se sigue de la existencia de la ley moral, porque del hecho del «Yo quiero» se sigue el hecho del «yo puedo». Sé que tengo la obligación de hacer ciertas cosas e infiero de ello lo puedo. En el orden de las cosas, por tanto, la libertad precede a la obligación. Pero en el orden del conocimiento la libertad se infiere del hecho de la obligación. De igual manera, la inmortalidad del alma está implicada en la ley moral. En efecto la ley moral demanda el completo cumplimiento de sí mismo en una absoluta perfección humana. Pero la más alta perfección que el hombre puede alcanzar en esta vida es sólo parcial e incompleta, porque, en la medida en que el alma está unida al cuerpo, hay siempre en nuestra naturaleza una mezcla de lo corporal y lo espiritual; el esfuerzo hacia la santidad está acompañado por una inclinación hacia la impiedad, y la virtud implica lucha. Debe haber, entonces, una vida más de la muerte en la cual el «progreso infinito» como Kant lo llama, continuará. Finalmente, la ley moral implica la existencia de Dios. Y esto de dos maneras. La «voz» imperativa de la ley implica un legislador. Luego, la naturaleza de la ley moral exige que en alguna parte un bien, que debe ser no sólo supremo, sino completo, y que incorpore en su perfecta santidad todas las condiciones exigidas por la ley moral. Este supremo bien es Dios.

«La Crítica de la Facultad de Juzgar»

Ocupando un lugar intermedio entre la razón especulativa, o facultad del conocimiento, y la razón práctica, o facultad de la acción voluntaria, se encuentra la facultad llamada por Kant juicio, o facultad de apreciación estética. Así como la verdad es el objeto del conocimiento, y el bien es el objeto de la acción, entonces, la belleza y la intención son el objeto del juicio. Este peculiar uso de la palabra juicio Kant inmediatamente lo sitúa fuera del rango de lo sensible, que pone todos los elementos de lo bello a la percepción de las cualidades sensibles. Hay aquí un intelectualismo estético que reduce la belleza a lo meramente intelectual. La belleza, nos dice, es aquello que universal y necesariamente procura un placer desinteresado. Difiere, en consecuencia, de lo agradable y de lo útil. Sin embargo, Kant se cuida de hacer notar que el placer que procura lo bello no es puramente intelectual, como es la satisfacción que experimentamos al contemplar lo perfecto. Lo perfecto apela al intelecto solo, mientras que la belleza apela también a las emociones y a la facultad estética. Estrechamente aliado a lo bello está lo intencional. La misma facultad, el juicio, la cual nos capacita para percibir y disfrutar los aspectos estéticos de la naturaleza y el arte, nos capacita para percibir que en la múltiple variedad de nuestra experiencia hay evidencia de un propósito o diseño. Kant introduce en su «Crítica» del juicio teleológico una importante distinción entre la adaptación interna y externa. La adaptación externa, él piensa, existe entre el organismo y su entorno, como, por ejemplo, entre la planta y el suelo en el que se asienta. La adaptación interna existe entre las partes estructurales del organismo, o entre el organismo y su función. La primera, él cree, puede ser explicada por meras causas mecánicas, pero, la segunda, necesita la introducción del concepto de causa. Los organismos actúan como si ellos fueran producidos por una causa la cual tiene a la vista un propósito. Nosotros no podemos claramente demostrar qué propósito. El concepto teleológico es, por tanto, como las «ideas» (el alma, el mundo, Dios) no constitutivas de nuestra experiencia pero sí reguladora de ella. El más alto uso de la facultad estética es la realización de lo bello y del fin como símbolos del bien moral. Porqué la razón especulativa abandona el encontrar en la naturaleza, la belleza y el orden final, es sugerido por el juicio estético y plenamente alcanzado por la religión, la cual resta en el campo de la razón práctica.

Kant, como es bien sabido, reduce la religión a un sistema de conducta. Él define la religión como » el conocimiento de que nuestras tareas son mandadas por Dios». Describe la esencia de la religión como consistiendo en la moralidad. El cristianismo es una religión y es verdadera sólo en cuanto se conforma a esta definición. La Iglesia ideal podría ser una «república ética»; esto sería dejar a un lado toda definición dogmática y aceptar la «fe racional» como la guía en todas las materias intelectuales, y establecer el reino de Dios en la tierra por trayendo más o menos el reino de la obligación. La ley cristiana de la caridad toma un segundo lugar ente las supremas exigencias del deber. De hecho, debe ser remarcado que la idea kantiana de la religión, en cuanto al conjunto de las escrituras, es inspirada más por el Antiguo que por el Nuevo Testamento. Afirma que todos los dogmas que el Cristianismo tiene por sagrados, como el misterio de la Trinidad, se les puede dar una interpretación ética, pueden, por así decirlo, ser tenidos como símbolos de conceptos morales y de valores. Entonces, «la fe histórica», dice, es el «vehículo de la fe racional». Por la persona y el carácter de Cristo profesa una gran admiración. Cristo, declara, fue la ejemplificación de la perfección moral más alta.

EVALUACIÓN DE KANT

Críticos e historiadores no están de acuerdo en cuanto al puesto de Kant entre los filósofos. Algunos evalúan sus contribuciones a la filosofía tan altamente que consideran sus doctrinas ser la culminación de todo lo habido antes de él. Otros, por el contrario, consideran que él hizo un mal punto de partida cuando asume en su criticismo de la razón especulativa que si hay algo universal y necesario en nuestro conocimiento debe provenir de la mente misma, y no del mundo real externo. Estos oponentes de Kant consideran, además, que mientras él puso el talento sintético capacitándolo para construir un sistema de pensamiento, le faltó en la cualidad analítica por la cual el filósofo es capaz de observar lo que actualmente sucede en la mente. Y en un pensador que reduce toda la filosofía a una examen del conocimiento la carencia de la habilidad de observar lo que actualmente ocurre en la mente es un defecto serio. Pero, sea lo que fuere puede ser nuestra estimación de Kant como filósofo, no podemos devaluar su importancia. Entre los límites de la filosofía de las ciencias mismas, su pensamiento fue el punto de partida par Fichte. Schelling, Hegel, y Schopenhauer; y, en cuanto al pensamietno contemporáneo aleman, sea lo que fuere de si no es kantiano toma por sus características propias su oposición contra muchos puntos de la doctrina kantiana. En Inglaterra la escuela agnóstica desde Hamilton hasta Spencer tomó su inspiración de la enseñanza negativa de la «Crítica de la Razón Pura». En Francia el Positivismo de Comte y el neo-Criticismo de Renouvier tuvo un origen similar. La influencia de Kant alcanza más allá de la filosofía en otros vario otros departamentos del pensamiento. En la historia de las ciencias naturales su nombre es asociado con aquel del Laplace, en la teoría la cual da razón del origen del universo por una evolución natural a partir de una primitiva nebulosa cósmica. En teología su no dogmática noción de religión influyó en Ritschl, y en su método de transformar la verdad dogmática en una inspiración moral que encontró eco, por decir lo mínimo, en los experimentos exegéticos de Renán y sus seguidores.

Muchos filósofos y teólogos sostienen que el dato objetivo en el cual la religión Católica se basa es incapaz de probar por la razón especulativa, pero son demostrables por la razón práctica, el querer, el sentimiento, o la acción vital. Que esta posición es, de cualquier modo, peligrosa, es probado por recientes eventos. El movimiento Inmanentista, el Vitalismo de Blondel, el antiescolasticismo de los «Annales de philosophie chretienne», y otras tendencias recientes hacia una apologética no intelectual de la Fe, tiene sus fuentes en el Kantismo, y la condenación que han recibido de la autoridad eclesiástica presenta plenamente que ellos no tiene un claro título para ser considerados como un sustituto de la apologética intelectualismos la cual se basa en el realismo de los Escolásticos.

WILLIAM TURNER
Transcrito por Rick McCarty
Traducido por el P. José Octavio Lara, Parroquia Nuestro Señor de los Cristales

http://www.mercaba.org/FICHAS/Enciclopedia/K/kant_filosofia.htm

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