«El matrimonio, Símbolo Universal» – Omraam Mikhaël Aïvanhov.

I

Tanto el cine como el teatro, las novelas, las canciones o la poesía, tratan siempre del amor.

Del amor y del matrimonio. Sobre este tema no hay discusión: los hombres y las mujeres llegan a la tierra con la necesidad de amar y, además, la mayoría de ellos sienten la necesidad de unirse en matrimonio con la persona que aman. Evidentemente, amor y matrimonio no van siempre juntos; a veces hay amor sin matrimonio, y otras, matrimonio sin amor. Sin embargo, y de una manera general, un hombre y una mujer que se aman tienden a casarse para vivir siempre juntos y cuidarse mutuamente. Así pues, normalmente, los hombres y las mujeres se aman y se casan.

Ahora planteo esta pregunta: «Está claro que vuestra principal preocupación es el amor y el matrimonio, pero, ¿cómo lo habéis comprendido? ¿Porqué tenéis que casaros?.. O, más bien, sin tener en cuenta el matrimonio, ¿por qué pensáis que tenéis que establecer contacto con otro ser, uniros a él y, aunque sólo sea durante unos segundos, formar un solo ser con él?…» ¿Quién sabrá responder? Muy pocos. Pocos se plantean este dilema; ya que es así, no hay que romperse la cabeza. Pero, he aquí que los Iniciados, que tienen la costumbre de reflexionar sobre todas las manifestaciones de la existencia profundizando en ellas, han descubierto que esta tendencia tan natural y extendida de buscar a otro ser para unirse a él, encierra uno de los grandes secretos del universo. El hombre sería una divinidad si comprendiera el significado de esta tendencia y supiera utilizarla en sus trabajos espirituales.

La tradición nos enseña que en el origen el ser humano fue creado macho y hembra. Así pues, el hombre es al mismo tiempo hombre y mujer, y toda mujer es, a la vez, mujer y hombre. Ser hombre o ser mujer es solamente la mitad, y cada uno tiene que encontrar su otra mitad complementaria. ¿Dónde? Dentro de uno mismo, y esto es lo que ignoramos. Para cada hombre y para cada mujer, el verdadero matrimonio es la unión interna con la otra mitad de su ser, y no la unión externa con otra mujer u otro hombre. Éste es el verdadero matrimonio: encontrar la otra mitad de sí mismo, atraerla, fusionarse con ella y convertirse finalmente en un ser completo para realizar el trabajo mágico.

La mayoría de matrimonios que se realizan en la tierra no son más que experiencias o ensayos con más o menos éxito, mientras estamos esperando poder realizar el verdadero matrimonio que es de orden espiritual. Este verdadero matrimonio está representado en la India mediante el símbolo del «lingam». Ya conocéis este símbolo, el cual nos enseña que los dos principios – el masculino representado por la línea vertical, y el femenino por la base horizontal – jamás deben estar separados en el ser humano. Cada hombre y cada mujer tienen que llegar a realizar interiormente la unión de estos dos principios. Naturalmente, ello es muy difícil y la mayoría de las veces, cuando el hombre y la mujer se unen físicamente, en realidad están separados: en su alma, en su cabeza, están separados. El hecho de que estén físicamente separados no tiene importancia; lo importante es que cada uno realice en sí mismo el matrimonio de los principios masculino y femenino.

Si sois capaces de comprender los misterios del matrimonio, comprenderéis todos los secretos de la vida. El matrimonio está muy extendido, pero muy pocos conocen su sentido profundo. La gente se casa para distraerse, porque se aburre, porque ansía placeres, porque es pobre y desea enriquecerse, o porque es incapaz de desenvolverse en la vida cotidiana y necesita una criada o una ayuda de cámara que le asista. ¿En qué han convertido los seres humanos el matrimonio? Es mejor olvidarlo.

Para mí el matrimonio es un acto tan sublime que no estoy muy seguro de haberlo profundizado totalmente. Lo que sí sé es que el matrimonio espiritual permite realizar grandes cosas. El hombre posee la fuerza y la quintaesencia, pero mientras no esté casado internamente, no puede condensar esta quintaesencia para hacerla visible, tangible y real en el campo físico: le falta el factor capaz de proporcionar la materia para realizar las cosas, el principio femenino. Y la mujer que tiene todos los materiales, si no está casada interiormente, no tiene la llama, la chispa capaz de abrasarlo todo; por mucha materia que posea, si no le prende fuego está muerta y estancada, pues le falta el espíritu. Esto no lo olvidéis nunca.

Así pues, reflexionad sobre esas cosas e intentad no pasaros la vida sin comprender nada, inmersos en el sueño de la inconsciencia. A partir de ahora vivid una vida sensata, abandonando todo lo que os ata a las regiones inferiores, todas estas sensaciones y ocupaciones que no os aportan nada. Tomad lo esencial y ¡poneos a trabajar!

II

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El matrimonio es una cuestión muy amplia que podemos estudiar por todas partes en la naturaleza. Así la química, la física, la astronomía, la botánica, la anatomía, la psicología, etc., nos hablan sin cesar del matrimonio. Tomemos por ejemplo el agua, que es un elemento indispensable para la vida en el universo. El agua no es otra cosa que el hijo nacido de la unión de un padre, el oxígeno, y de una madre, el hidrógeno: H2O. ¿Por qué la unión del 1 (O) y del 2 (H2)…? Porque el 1 es el número del principio masculino y el 2 del femenino.

Consideremos también el ejemplo de la palabra. ¿Cómo se produce en el hombre la palabra: por medio de sus brazos, piernas, orejas, nariz, vientre? No; se produce mediante la boca, y está formada por la lengua y por los labios; y cuando la lengua y los dos labios se ponen en movimiento, producen la palabra articulada. La lengua es el principio masculino y los dos labios el femenino. De esta manera el principio masculino y el principio femenino alumbran un hijo: la palabra. ¡Ved la fantástica ciencia que encierra esta página del gran libro de la naturaleza viviente!

Si los filósofos hubieran reflexionado sobre los mecanismos de la palabra, sobre los elementos que entran en juego para que el hombre pueda proferir sonidos articulados, habrían podido descubrir, por analogía, en primer lugar que Dios encierra en sí los dos principios por medio de los cuales ha creado a su Hijo, el Verbo, y que este Hijo ha puesto en movimiento todas las criaturas. Porque la palabra no es insensata, la palabra no existe sin razón, está destinada a alguien con algún objeto. San Juan dijo: «En un principio era el Verbo». El Verbo representa el movimiento, el Hijo.

Ahora quiero explicaros lo esencial de lo que quiero que comprendáis. Así como Dios ha creado el mundo por medio de la Palabra, de la misma manera los hombres crean la vida en el plano físico, es decir, abajo. En la boca los dos principios siempre están juntos. Para poder hablar es preciso que los dos labios y la lengua estén juntos para producir sonidos. No consiguiréis articular palabra alguna sin poner la lengua y los labios en movimiento. En Dios los dos principios están juntos, unidos; nunca están separados, y por esto Dios crea continuamente.

Mientras que los seres humanos actúan como si los dos principios estuviesen separados, poseyendo los hombres únicamente el principio masculino y las mujeres el principio femenino; pero como quiera que para crear la vida es preciso unirlos, de ahí se derivan todas las dificultades y complicaciones.

Aquellas criaturas que no desarrollan en sí mismas los dos principios masculino y femenino, no están hechas realmente a imagen de Dios, y no alcanzan la plenitud. Evidentemente no me refiero a la posesión de los dos principios en el plano físico, sino en el espiritual: el principio del amor y el principio de la sabiduría unidos simultáneamente. Sólo tienen la verdad y poseen la fuerza aquellos seres que han realizado la unión de los dos principios en sí mismos. Y, ¿quiénes son estos seres? Son los verdaderos Maestros, los verdaderos Iniciados que han comprendido la santa trinidad del Amor, la Sabiduría y la Verdad. Estos seres se manifiestan realmente como representantes y guías de Dios, y viven plenamente. Estos son los modelos a seguir.

La palabra que no está llena de amor y de inteligencia no puede realizar absolutamente nada, no puede actuar sobre la materia para darle forma. Las palabras vacías, sin sentido, el hablar por hablar, no pueden dar ningún fruto. Todo esto nos obliga a estudiar y a esforzamos para que nuestras palabras afecten al mundo entero, a toda la creación, al mundo visible y al invisible, y pongan en movimiento a los hombres, a los ángeles, a los arcángeles, a los espíritus y a los elementos. Por consiguiente, es necesario que en esta palabra exista tanto la inteligencia y la luz, como el calor y el amor, la plenitud del amor. En este preciso momento las palabras se vuelven poderosas. El hecho de que al hablar a vuestros amigos, a vuestro marido o a vuestra mujer, o bien a vuestros hijos, no obtengáis resultados, quiere decir simplemente que vuestras palabras no son suficientemente cálidas y luminosas.

Todos vosotros, todos nosotros llevamos en nosotros mismos, en nuestra boca, símbolos de una importancia cósmica. Todo el mundo tiene boca, pero la utilizamos continuamente para quejarnos en lugar de utilizarla para dar gracias día y noche de poseerla. Además, esta boca tiene una lengua, y hay que esforzarse y no hacer tonterías con ella, porque se dice que aunque no tiene huesos, los tritura. Cuando no se es inteligente, ni sabio, ni razonable, ni bueno, machacamos los huesos de los demás mediante nuestra lengua; basta con mover la lengua para desunir familias, ahorcar personas, masacrarlas. ¡Esto es lo que sucede con la boca y con la lengua!

Ha llegado el momento de tomar conciencia de que al darnos la boca y la lengua, Dios nos ha dado algo precioso, y tendríamos que decirle: «Señor Dios, perdóname por no haber comprendido hasta ahora los tesoros que Tú has puesto en mi boca, por no haber comprendido que al pronunciar palabras puedo imitarte, volverme como Tú, y ser cada día un reflejo de Ti. No me he dado cuenta y, por consiguiente, con mis palabras he sido torpe: he dicho cosas insensatas, he herido a las personas, los he trastornado y, precisamente, lo he echado todo a rodar con este instrumento que Tú me has dado. En lugar de hacer el bien, de consolar, de aliviar, de dirigir y guiar a los demás, en lugar de vivificarlos y resucitarlos, de elevarlos y proyectarlos hacia Ti, el Señor, el Creador, los he puesto por los suelos y los he envilecido. Perdóname, Señor, y enséñame a utilizar mi boca y mi lengua para hacer el bien, iluminar y dar calor a los demás, y no utilizarlas sólo para comer, beber y decir tonterías sin ton ni son.»

La boca es un órgano tan extraordinario y poderoso que tenemos que cuidar de no dejar escapar palabras venenosas, sino que éstas deben ser constructivas, educativas, vivificantes. E incluso si regañáis o fustigáis a alguien, debéis hacerlo sólo con la finalidad de iluminar y ayudarle. De esta manera os creáis un porvenir indescriptiblemente hermoso.

En los Evangelios está escrito: «Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado», es decir, tu porvenir será bueno o malo, luminoso o tenebroso, celestial o infernal, según las palabras que hayas proferido durante tu existencia.

Así pues, las palabras son tan importantes para la construcción de nuestro porvenir, que es necesario reflexionar y meditar toda la vida sobre este tema. Hay que tener en cuenta la importancia de la palabra, y, al abrir la boca, cuidar de que siempre sea para bien.

Aún puedo ir más lejos al profundizar en esta idea para enseñaros que todo está íntimamente relacionado, que en el universo existe una ley de correspondencia absoluta. El sol habla…, y su verbo es la luz que se derrama sobre la tierra, sobre las plantas, sobre los animales y las personas.

Porque el sol invisible que actúa sobre el sol visible produce la luz y ésta se transforma en calor.

Supongamos ahora que la lengua corresponde al padre, los dos labios a la madre, y la palabra al niño; entonces, lo que el padre da a la madre, es el verbo que vitaliza, que anima. La ley es idéntica: de la misma manera que el sol invisible actúa sobre el sol visible, el cual a su vez actúa sobre la tierra para fertilizarla, de la misma manera que el hombre fertiliza a la mujer, así también la palabra fertiliza las almas y los corazones. Se trata de la misma ley. Así pues, el que habla se convierte en el padre, el que escucha en la madre, y así nacen los hijos….

Llegados a este punto, diréis: «Entonces, ¿pueden los hombres convertirse en madres?

Naturalmente, porque aquél que escucha es como si fuera una mujer. Basta un cambio de polarización. Cuando una mujer habla a su marido, está adoptando la polaridad masculina, y el marido que la escucha toma la polaridad femenina, y así nacen los hijos. Los hijos son los sentimientos, las emociones, las decisiones y los actos. El mismo principio se aplica en cualquier circunstancia, en cualquier nivel y en todos los planos. Infaliblemente siempre se trata de la misma ley. Hay que saber hacer malabarismos entre uno y otro plano.

Tenéis que intentar ampliar un poco vuestra manera de ver las cosas. Si os quedáis cristalizados en ciertos conceptos, jamás comprenderéis la plenitud de la vida, pues todo está interrelacionado. «Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo».

Muchos espiritualistas repiten esta frase sin comprenderla realmente, porque desconocen a qué corresponden las palabra «abajo» y «arriba». Para comprenderlas es necesario reemplazarlas por otras que representen imágenes, criaturas, existencias o mundos… ¿Qué podemos poner en lugar de la palabra «abajo»? Abajo, por ejemplo, puede ser el sexo, la tierra, la mujer, la materia o el infierno, y arriba, el cerebro, el cielo o el sol, el hombre, el espíritu… Lo que sucede es que Hermes Trismegisto ha mantenido el secreto, no lo ha precisado, y a nosotros nos corresponde encontrarlo.

Pero lo más extraordinario de todo esto es que ha añadido: «Para hacer el milagro de una sola cosa». Efectivamente, «Lo que está abajo es como lo que está arriba, lo que está arriba es como lo que está abajo, para hacer el milagro de una sola cosa». Así pues, abajo y arriba producen algo conjuntamente, producen «una única cosa», el hijo y, ¿qué es esta única cosa? Hermes Trismegisto tampoco lo ha explicado. La lengua y los dos labios son dos cosas que se unen para hacer el milagro de una única cosa, que puede ser el Verbo. Pero lo que sí es cierto es que se necesitan dos para producir esta única cosa: el principio masculino y el femenino, lo que está arriba y lo que está abajo. Cuando un hombre y una mujer quieren tener un hijo, es necesario que uno se coloque arriba y el otro abajo. El que está debajo es como aquél que está arriba; la diferencia estriba en la posición. Y, ¿para qué? Para producir el milagro de una sola cosa: el hijo.

Así pues, reflexionad sobre esas cosas e intentad no pasaros la vida sin comprender nada, inmersos en el sueño de la inconsciencia. A partir de ahora vivid una vida sensata, abandonando todo lo que os ata a las regiones inferiores, todas estas sensaciones y ocupaciones que no os aportan nada. Tomad lo esencial y ¡poneos a trabajar!

III

más allá...

«Todo lo que está abajo es como lo que está arriba». Estas palabras de Hermes Trismegisto nos revelan que el matrimonio antes de existir abajo, entre los seres humanos, ya existía arriba.

Porque arriba, continuamemte se está realizando una unión, un intercambio entre los principios cósmicos masculino y femenino, que en el plano físico se refleja bajo la forma del matrimonio.

Esto es lo que nos revela la Ciencia Iniciática. En el Génesis se dice: «En un principio Dios creó el cielo y la tierra». El cielo y la tierra son dos símbolos que hay que interpretar, así como la relación existente entre ellos; son los símbolos de los dos principios, emisor y receptor, masculino y femenino. Estos dos principios se unen, y de dicha unión nacen los hijos. Todo lo que veis, e incluso lo que no veis, es una creación resultante de los dos principios. Todo lo que se produce en la tierra es hijo de esta unión de la tierra y el cielo. Si la tierra rompe los lazos y no está unida al cielo, éste no le da su energía ni su impulso, y entonces se convierte en un desierto.

El cielo y la tierra, los principios masculino y femenino, existen ya como realidades en los sublimes reinos de las alturas, y se reflejan a continuación en todas las regiones y en todos los planos, incluso en el plano físico. Por todas partes vemos la unión de dos principios, masculino y femenino, y que esta unión origina una fuerza, una energía. Cuando queréis enchufar un aparato eléctrico, utilizáis una toma macho y otra toma hembra, pero, ¿os habéis dado cuenta de que cada una está polarizada? Hay dos y dos… Efectivamente, cada cosa, cada ser posee en sí los dos polos. La tierra, el cielo, el hombre, la mujer, tienen cada uno dos polos. Así pues, cuando se unen se convierten en cuatro, lo cual hace que las fuerzas circulen y nazcan los hijos. Pero sin este contacto, sin esta unión, sin esta fusión, sin este intercambio, nada se produciría.

Ahora bien, si trasladamos esta cuestión al campo de la vida interna, nos daremos cuenta de que mientras el hombre no establezca contacto con esa realidad que lo sobrepasa – el cielo, el mundo divino -, permanecerá solo. Y si permanece solo, será estéril, improductivo, y un día desaparecerá sin dejar rastro. Vosotros podéis replicarme: «Pero si tenemos mujer (o marido), y tenemos hijos…» Pero eso sucede en el plano físico y no basta. El verdadero matrimonio consiste en llegar a conocer la manera de trabajar con los dos principios en todos los campos. Si se han cumplido todas las condiciones en el plano físico y material, naturalmente que se obtienen ciertos resultados: una muchedumbre, una gran prole, pero en otros campos somos estériles y estamos solos, porque no hemos comprendido que esta ley del matrimonio hay que realizarla en todas las regiones: en el plano astral, en el mental, etc…

«Todo lo que está abajo es como lo que está arriba, y todo lo que está arriba es como lo que está abajo». Arriba está el orden divino, abajo está el plano físico. Todo lo que encontramos en el plano material corresponde a una verdad en el plano espiritual. Los Iniciados han ocultado esta verdad bajo el símbolo de la serpiente que se muerde la cola. Éste es el símbolo del verdadero matrimonio. Y, ¿cómo puede serlo, – diréis -, una serpiente que se traga su propia cola? Pues sí, porque el verdadero matrimonio del ser humano consiste en la fusión de la cabeza y la cola. El otro matrimonio no es sino un reflejo de ello.

En su conciencia, el hombre está separado de sí mismo, por consiguiente debe descubrir esta parte que no conoce y unirse a ella. Esta idea también está expresada en la frase que encontramos grabada en el frontispicio del templo de Delfos : «Conócete a ti mismo», pero muy pocos han comprendido el sentido de esta inscripción. Un día leí la explicación que daba un profesor de la Sorbona de ella, y verdaderamente me quedé estupefacto: ni siquiera los más eruditos la comprenden; explican esta frase como si fueran niños, despojándola de su autenticidad, de su profundidad.

Conocerse a sí mismo no significa conocer nuestro carácter, con sus cualidades y sus defectos, o conocer los límites de la condición humana. Si sólo fuera esto, incluso los niños serían capaces de conocerse. Así pues, en la frase «Conócete a ti mismo», ¿qué significa este «ti mismo»? ¿Los brazos? ¿Las piernas? ¿El cerebro? No. ¿Los sentimientos? ¿Los pensamientos? Tampoco. Tú mismo, uno mismo es una parte de Dios, una chispa, un espíritu inmortal, algo indefinible, muy lejano, muy alto… Aquí es donde el hombre debe encontrarse para conocerse, en esta entidad que es inmortal, que es omnisciente, que es todopoderosa: su Yo superior, que es una parcela de Dios… y tomar conciencia de que depende de Él, que forma parte de Él, que no existe como existencia y actividad separada de Él. Entonces descubre que todo lo que pensaba y sentía era una ilusión, algo irreal, que la realidad es este Yo, este Sí mismo interno que es el propio Dios, y que obtendrá energía, luz y amor del Eterno si se esfuerza por unirse a Él, por sentir que forma parte de Él, que es uno con Él y su conciencia se funde con el Eterno. Entonces ya no se sentirá como algo aislado, pequeño, doliente, sino que se sentirá como Dios mismo.

Ya os he explicado que mientras el hombre se identifique con su cuerpo físico será vulnerable, débil, mortal como el cuerpo físico, y todo lo que le suceda a este cuerpo le afectará.

Pero si deja de identificarse con su cuerpo físico, con sus impulsos instintivos, y se identifica con el centro del Universo, con la fuente de la vida, con el Creador, se alejará cada vez más de la debilidad, de la vejez, de la enfermedad y de la muerte, acercándose a Aquél que es inmortal, omnisciente, omnipotente. Por esta razón los Iniciados insisten tanto en este «Ti mismo », pues mientras el hombre se conforme con saber lo que no es, jamás alcanzará lo que aspira: la libertad, la paz, la felicidad. Conocerse es fundirse con la inmensidad de Dios.

Entended bien que cuando los Iniciados de la antigua Grecia decían: «Conócete a ti mismo», no preconizaban conocer todas nuestras debilidades y limitaciones, pues las debilidades, lagunas y vicios no son «uno mismo». Esto es lo que tenemos que tener muy claro.

Evidentemente, esta fusión con Dios no puede hacerse rápidamente. Aún a lo largo de toda una vida algunos no llegan a poseer esta conciencia superior, gracias a la cual sienten que son uno con el Eterno. De vez en cuando tienen un destello, una iluminación, pero al día siguiente se sienten de nuevo aislados, débiles, desgraciados. El que ha realizado esta fusión se siente en paz e iluminado, se siente inmortal… Ha llegado a un grado de conciencia tan elevado y amplio, que considera a todas las criaturas como si formaran parte de él mismo, y entonces ya no tiene enemigos, no puede hacer daño a nadie, ama a todos los seres porque siente que él mismo es quien vive en todas las criaturas. Obedece a una moral superior. Ése también es el sentido de la fórmula «Conócete a ti mismo».

Para llegar a este estado de conciencia se necesita una ascesis. En la India, se le llama Jnani yoga. Para alcanzar la conciencia de su identidad con Dios, los yoguis hindús utilizan la fórmula «yo soy Él». Meditando largo tiempo sobre esta frase, -el yogui acaba por tomar conciencia de que su yo no existe, que él no es otra cosa que «Él», el Señor… Él es único, todopoderoso, la única realidad.

Profundicemos ahora en el significado de la palabra «conocer». Se puede leer en la Biblia que Adán conoció a Eva, y nació Caín… ¿Acaso no la conocía antes? Abraham conoció a Sarah y nació Isaac… El conocimiento supone un contacto: Es la aproximación de los dos polos que quieren fundirse, o, si lo preferís, saborearse. Porque, ¿qué hacen los niños cuando son pequeños?

Cogen todo lo que cae en sus manos y se lo ponen en la boca; de esta manera aprenden a conocer las cosas. Para el niño, el órgano del conocimiento no es el cerebro sino la boca; quiere probarlo todo. Vosotros mismos, ¿qué hacéis para conocer un olor, un sonido, una imagen o un pensamiento? Lo dejáis entrar en vuestra nariz, en vuestras orejas, en vuestros oídos o en vuestra cabeza. Así pues, el conocimiento no es otra cosa que dejar penetrar en nuestro órgano el objeto que queremos conocer. La misma ley se aplica para el nacimiento de los hijos. El conocimiento se realiza, pues, mediante la penetración: algo nos penetra para fusionarse con nosotros.

Al fusionamos con un objeto o con un ser, vibramos en armonía y en la misma longitud de onda que él. Supongamos que tenéis dos diapasones de la misma longitud. Cuando hacéis vibrar uno de ellos, el otro responde porque vibra en la misma longitud de onda. Pues bien, para conocerse a sí mismo, para conocer este ser divino que está en nuestro interior, hay que llegar a vibrar en la misma longitud de onda que él. Esta condición es indispensable para que haya conocimiento.

Tomemos de nuevo el símbolo de la serpiente que devora su cola; ello significa que ha unido los dos polos, el masculino y el femenino, porque quiere conocerse. Pero imaginad que la serpiente es muy larga: 500, 1000, 10000 metros… Un día, mientras se pasea, se encuentra con una cola, se pregunta qué puede ser, y la muerde. ¡Y queda muy sorprendida al descubrir que es su propia cola! Al igual que los gatitos, los cuales juegan con su propia cola y cuando la muerden chillan, porque se dan cuenta de que es la suya. El hombre es un ser cuya realidad sobrepasa en mucho la apariencia física: lo que deambula por aquí abajo, por la tierra, es su cola, pero su cabeza, ¿dónde está? Mientras que los dos polos – la cabeza y la cola – permanezcan separados en su interior, tendrá que conformarse con reptar por el suelo.

La cola debe encontrar la cabeza y unirse a ella; la cola, el yo inferior, debe unirse a la cabeza, el Yo superior, que está arriba, en el cielo. En este momento se establece el contacto y se origina una circulación armoniosa y constante de energías. En el hombre encontramos la serpiente en la columna vertebral, es la serpiente Kundalini, la cual, una vez despertada, asciende a lo largo de la columna vertebral. Cuando finalmente se reúnen los dos polos, es decir, cuando Kundalini, que está abajo, se ha unido en lo alto con el espíritu universal, Shiva, el hombre se conoce a sí mismo y alcanza la plenitud.

«Conócete a ti mismo». «A ti mismo» no es la cola que se mueve demasiado en el plano físico, sino que es la cabeza, el espíritu que está en lo alto. El auténtico matrimonio es el verdadero conocimiento. Pero el hombre todavía no ha realizado esta unión en sí mismo; sólo la realiza en cuanto a su parte externa: por todas partes establece conexiones, lazos, coloca circuitos en las fábricas, en las administraciones, en la política, en la economía, por todos lados excepto en su fuero interno, al que no sabe conectar nada, y por esto se siente incompleto.

La mayor realización a la que puede aspirar el ser humano es la de unir el yo inferior con el Yo superior, la cola con la cabeza. Indudablemente la cola posee algunas cualidades, cuanto menos tiene la facultad de moverse. Pero la cabeza tiene mucho más: los ojos, las orejas, la boca, la nariz, el cerebro. Por consiguiente, si podemos unirnos a nuestro Yo superior que posee estas facultades tan desarrolladas, conoceremos todo lo que él conoce, veremos lo que él ve, oiremos lo que él oye y seremos perfectos. Pero mientras continuemos separados y sólo seamos una cola que se mueve, estas riquezas nos estarán vedadas.

Hay que unir la cola a la cabeza, es decir, unir «los dos extremos». Los Iniciados desde hace siglos han lanzado esta fórmula al mundo, pero los hombres no han comprendido el sentido; sólo lo aplican en el aspecto material, y cuando a final de mes el dinero empieza a escasear, comentan que no pueden unir los dos extremos. En realidad estos dos extremos son la cola y la cabeza de la serpiente. Poder unirlos es conseguir desarrollar sucesivamente todos los chacras, desde el chacra Muladara, el más bajo, hasta el chacra Sahasrara, el más alto, a fin de conseguir la unidad.

Mientras no consigamos unir ambos extremos, continuaremos en la miseria y sufriremos privaciones. Y esto es tan cierto en el plano espiritual como en el físico.

Todos los poderes de la creación se encuentran en el matrimonio. ¿Acaso habéis visto algún hombre o alguna mujer que hayan alumbrado solos un niño? No, porque se necesitan dos. Por este motivo todos aquellos que no se casen con el Cielo, no podrán ser nunca creadores y se quedarán solteros. Hay que casarse, pero con el Cielo, para tener muchos niños. En el Génesis se dice: «Creced y multiplicaos» Lo que sucede es que los hombres sólo han comprendido esta prescripción en el plano físico. Cada mandato tiene como mínimo tres interpretaciones, pero los seres humanos se conforman con conocer sólo las cosas en el plano físico, y ahí está el error: no querer ir más lejos. Hay que crecer y multiplicarse en el mundo de los pensamientos y de los sentimientos, para poder poblar la tierra día y noche de pequeñas criaturas luminosas y aladas que influirán en el mundo entero para la realización del Reino de Dios…

Hay que pensar en el matrimonio, pero allá arriba. Ésta es la nueva filosofía, la nueva comprensión.

Si vamos a la salida del Sol por la mañana, es porque el Sol es un centro, el centro de nuestro sistema solar, y mirándolo nos dirigimos hacia nuestro propio centro. Nuestro Yo, nuestro verdadero Yo, no vive aquí; está muy lejos de nuestro cuerpo, habita en el Sol. Pero mantiene lazos con nuestro yo ilusorio, aquí, en la tierra, y si conseguimos establecer conscientemente comunicación entre ellos, nuestro pequeño yo resulta atraído por el Sol, y enconces vive gozoso, en la luz. Por eso, recordadlo, os he dado determinados ejercicios para que los practiquéis a la salida del Sol. Os imagináis, por ejemplo, que estáis en el Sol y que desde allá arriba miráis hacia la tierra, y sonreís, diciendo: «Estás allá, mi pobre amigo, ¡si supieras lo bien que se está aquí!»

De esta manera se establece un vínculo entre vuestro yo inferior y vuestro Yo superior, con lo cual restablecéis la conexión con vosotros mismos, reencontrándoos. Si hacéis este ejercicio durante años, conseguiréis recibir las cualidades de vuestro Yo superior. Y puesto que vuestro Yo superior es inmortal y conoce la historia del mundo, podrá comunicárosla. Al ser libre, os dará sus poderes. Al estar sumergido en un océano de felicidad, os dará una felicidad indescriptible.

Cuando los hombres y las mujeres se funden, sienten una inmensa alegría, pero no alcanzan a saber lo que significa esta alegría. Pero, precisamente, esta alegría es un testimonio de la veracidad del método: «unir los dos extremos». Cuando el hombre ha conseguido unir los dos extremos, ha conseguido reencontrarse, se siente colmado. Y entonces le invade una alegría, una dilatación de una naturaleza mucho más sutil. Se trata del éxtasis del que hablan los santos, los yoguis, los Iniciados que han conseguido alcanzarlo.

Ved que, en pocas palabras, os he transmitido el secreto del matrimonio. Debéis casaros, pero no solamente con criaturas externas a vosotros, porque entonces perderéis vuestras energías.

Debéis casaros con vosotros mismos, para que vuestras energías se multipliquen.

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Extracto de: Los Secretos del Libro de la Naturaleza
www.trabajadoresdelaluz.com.ar

2 comentarios en “«El matrimonio, Símbolo Universal» – Omraam Mikhaël Aïvanhov.

  1. Sin utilizar la lengua también producimos la palabra. Hoy creamos más palabras escritas que habladas.
    Todos sentimos el amor, pero en él también existen dimensiones. Lo de que lo mismo es arriba que abajo, fueron las palabras más estúpidas que pronunció Hermes Trismegisto.
    Coincido con Sofía en la belleza del escrito.

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