Nota del autor: Casi todas las madres con bebés que conozco
han deseado secretamente poder mantener una conversación
adulta, fluida, en dos direcciones con esta preciosa entidad.
¡Hay tanto que contar a un niño!
Vean si pueden captar el verdadero significado de esta parábola
sobre una conversación mágica entre una madre y su pequeño bebé.
Es una historia divertida con un mensaje importante.
La madre humana se sorprendió de veras al ver al gran ángel en su lavadero.
–¡¿Qué haces aquí?!
–¿Me esperabas en la cocina? –preguntó el ángel.
–¡No, no te esperaba en absoluto! –contestó la madre– ¿Por qué estás aquí?
–Para concederte tu petición –dijo el ángel, como si fuera de lo más normal aparecer en la casa de un humano.
–¡No recuerdo haber hecho ninguna petición! –exclamó la madre– Espero haber pedido algo bueno y que no me oyeras maldiciendo. Digo de todo cuando estoy enfadada.
–No, no –contestó el ángel– ¿Recuerdas cuando estabas mirando a tu hijo a los ojos y murmurabas, «si pudiéramos hablarnos»? Bien, estoy aquí para organizar esto. Mañana por la noche, cuando vayas a la habitación de tu hijo, yo también estaré allí para que puedas hablarle y él a ti. Tendréis un corto espacio de tiempo durante el cual él podrá hablarte con el intelecto y el lenguaje de un adulto. Te diré más entonces.
Y con estas palabras, el ángel desapareció, hacia la izquierda de la secadora, por un respiradero.
La madre no estaba asustada. Al fin y al cabo, ella creía en los ángeles y había estado en la tienda de ángeles de su barrio varias veces. No podía saber que a los verdaderos ángeles no les gustan las tiendas de ángeles. Toda la popularidad había acabado con la diversión de aparecerse a la gente. Algunas madres incluso querían saber de dónde había sacado el ángel su traje; algo realmente insultante para un ángel verdadero.
La madre no durmió mucho aquella noche, y cuando puso a su bebé de seis meses a dormir aquella tarde, le miró fijamente a los ojos y dijo:
–Mañana, tú y yo ¡podremos hablarnos!
Estaba emocionada de veras.
Él babeó como respuesta.
Pensaba cuidadosamente lo que le diría. ¿Por dónde empezar? ¿Cuánto tiempo tendría? ¿Podría comunicarle las cosas difíciles de la vida? Empezó a pensar todo lo que quería decir a un niño que estaba empezando a vivir, sobre lo caliente que está una estufa, o cómo puede doler un precioso fuego, pero ¡un momento! El ángel había dicho que el niño hablaría con la mente de un adulto. ¡Esto lo cambiaba todo! Tendría que contarle cómo tratar a las chicas, y qué hacer con un corazón partido, y que no debía confiar en todo el mundo, y que no debía conducir demasiado rápido. ¡Por favor! Había tanto que contarle sobre ser un humano, pensó.
La tarde siguiente, la hora de la conversación mágica se iba aproximando lentamente. Esperó al lado de su hijo en la habitación de éste hasta la hora acordada y entonces el ángel volvió a aparecer.
–Encantado de veros a ambos –dijo el ángel rápidamente. Éstas son las reglas de la conversación. Mamá, tú sólo puedes contestar. Hijo, tú sólo puedes hacer tres preguntas. Entonces se acabó. Y tras estas palabras, el ángel desapareció de nuevo –esta vez a través de la parrilla del hogar.
Esto lo cambia todo, pensó la madre en silencio mientras miraba a su hijo. Quizás esté viendo visiones. Seguro que ahora mi hijo simplemente se duerme. En cambio, ¡el niño se puso en pie!
–Madre –dijo el niño–, es verdaderamente un día mágico el que nos acerca de este modo. ¡Qué alegría poder hablar contigo a estas alturas de mi vida!
La madre se puso en pie atenta, con la boca abierta de la sorpresa. Incluso babeaba un poco.
–Sólo puedo hacer tres preguntas –continuó el niño desde la cuna– ¡Hay tantas cosas que quiero saber! El niño pensaba su primera pregunta y su madre lo estaba digiriendo todo. Esto es real, pensó. Mi hijo me está hablando como si fuera un adulto. ¡Qué milagro! ¡Qué don! No podía contener su impaciencia por la primera pregunta de su hijo. ¿Sería sobre filosofía o religión? Quizá querría saber el mejor consejo para escoger una buena carrera, o quizá querría saber cómo escoger la mejor pareja; una que se quedara con él durante más tiempo que la suya. El niño miró a su madre a los ojos e hizo la primera pregunta.
–Madre, he estado tendido sobre mi espalda fuera de esta casa y he quedado maravillado por el cielo. ¿Por qué es azul?
La madre tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar:
–¡Has echado a perder la primera pregunta! ¡A quién le importa por qué el cielo es azul!
Pero la madre quería tanto a su hijo que contestó pacientemente a su pregunta según las reglas. Explicó cómo la atmósfera y las moléculas de oxígeno reflejan la luz del sol y la hacen volverse azul –o al menos es lo que ella creía. Sonaba bien, de cualquier modo. Esperaba la próxima pregunta con ansiedad. La siguiente tiene que ser mejor, pensaba. Quizá querría saber lo que debía hacer con su vida para no acabar sin techo o con amigos delincuentes.
–Madre, mi segunda pregunta es ésta: aunque llevo aquí sólo seis meses, me he dado cuenta de que fuera a veces hace calor y a veces hace frío. ¿Por qué?
La madre no lo podía creer. ¡Otra pregunta desaprovechada en tonterías! Cómo era posible, se preguntaba. Su hijo era inocente y despierto. Su pregunta debía ser importante para él, y ella apreciaba este tiempo mágico del que podía disponer para estar juntos. Lentamente, intentó explicarle sobre la Tierra y el Sol, y cómo la Tierra se inclina ligeramente mientras gira alrededor del Sol, causando el invierno y el verano, el frío y el calor. Finalmente, llegó el momento de la última pregunta. Casi llevaban 30 minutos y ¡se había comunicado tan poco!
–Madre, ¡te quiero! –exclamó el hijo–. Pero ¿cómo sé que eres realmente mi madre? ¿Tienes alguna prueba de ello?
¿Qué pregunta era ésa? ¿De dónde salía? ¿Quién sinó iba a ser su madre? ¿No se había ocupado de él todos los días de su vida? Esta sesión había sido una decepción total. Casi quería irse, volver al lavadero donde todo había empezado. Pensó que empujaría al ángel en la secadora la próxima vez que lo viera. Su hijo, con sus ojos inocentes abiertos y despiertos, esperaba su respuesta.
Empezó a llorar, pero tendió sus manos y dijo:
–Mira mis dedos; son como los tuyos. Mis pies y mi cara son como los tuyos. Mis expresiones de amor y alegría son como las tuyas. Soy verdaderamente tu madre. Tenemos los mismos ojos y la misma boca, ¡mira!
Y así el niño quedó satisfecho, y se tendió de nuevo en la cama y se puso a dormir.
¿Qué era esto? El milagro de comunicación había llegado y se había ido, y la madre no había mantenido una conversación con sentido con su hermoso hijo. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué había ido mal? Pasó largo tiempo pensando en ello y se lamentaba por el paso de tal acontecimiento sin que se hubiera transferido ninguna información sustancial.
Entonces el ángel apareció de nuevo, a través del desagüe del cuarto de baño.
–Sal de aquí –dijo la madre antes de que el ángel pudiera decir algo– ¡Qué desengaño me he llevado contigo!
–Te di el tiempo –dijo el ángel amablemente. Yo no decidí las preguntas.
–¿Y de qué ha servido? ¿Por qué mi hijo no preguntó nada importante? Me dijiste que tendría la mentalidad de un adulto, pero hizo las preguntas de un niño. Me engañaste con tu pretendido milagro.
–Querida –replicó el ángel–, aunque tu hijo recibió el lenguaje y el intelecto de un adulto, sólo tenía la sabiduría y la experiencia de los seis meses que lleva en la tierra. Sus preguntas han sido, pues, las de mayor sentido en las que podía pensar y tú las contestaste todas. Incluso la última, que tomaste con miedo, también la respondiste correctamente. Además, le has transmitido tu amor mientras estuvisteis juntos, y no has sido impaciente con él. Él lo hizo lo mejor que pudo y fue honesto. ¿Qué más puedes pedir?
La madre se sentó. No había pensado en ello. Su hijo había reunido las mejores preguntas en que podía pensar. ¿Cómo podía saber lo que debía pensar si no tenía el conocimiento que ella tenía? Y si hubiera recibido este conocimiento, ¡no hubiera tenido que preguntar nada! Sin más comunicación, el ángel se fue por última vez; esta vez por la ventana.
La madre volvió a la cuna y pasó un buen rato mirando a su hermoso hijo.
–Lo has hecho lo mejor que podías, hijo –dijo con voz tranquila. Está bien que hayamos podido hablar.
POSTDATA DEL AUTOR
Así ¿entendieron el verdadero significado de esta divertida historia? Ustedes y yo no tenemos el privilegio de poseer la mente de Dios mientras nos encontramos en este planeta, y en cambio sí se nos da el don de poder hablar con los maestros. Qué pacientes deben ser ustedes con nosotros mientras nos perdemos con preguntas que no tienen ninguna relación con las verdaderas razones por las que estamos aquí. ¿Cómo saber lo que hay que preguntar? Kryon nos dio la pregunta mágica justo después de esta historia en una sesión en directo (enseguida vendrá).
Lo auténticamente interesante de esta historia es que Dios contesta a nuestras preguntas incluso si son insignificantes para el propósito de nuestras vidas o el de nuestro planeta. ¿Han leído ustedes alguna vez algún libro sobre el linaje de una amplia cantidad de entidades de nuestro alrededor? Hay algunos libros llenos de capítulos y versículos con sus nombres y sus batallas y cómo la Tierra llegó a existir. Cuentan quiénes eran los jugadores y qué les ocurrió antes de que incluso hubiera una atmósfera en el planeta. Y si leen estos libros, ¿sienten algo cálido y acogedor en su interior? ¿Les hacen entender lo que deben hacer con su vida? ¿Obtienen una directriz clara sobre qué camino tomar para resolver los problemas que causa ser un ser humano en esta nueva era? Seguro que no. Su libro solamente les brinda la respuesta a la pregunta metafísica del bebé, «¿Por qué el cielo es azul?»
Cuántas veces nos vemos obligados a pedirle a Dios que nos demuestre que Dios es Dios. Muéstrame esto y muéstrame aquello. ¿Cómo puedo saber que eres real? ¿Cómo puedo saber que eres Dios? Aquí es cuando se explica el «hechos a su imagen», y cuando podemos comprender la metáfora del amor, con «la imagen de Dios» que es la señal del amor y la compasión con la que todos llegamos.
Piensen en lo insultante que esta pregunta es para los ángeles y para los elevados que han estado a nuestro lado desde nuestro nacimiento, y aún así todas las respuestas están llenas de compasión y amor. Sin embargo, ni siquiera estas respuestas nos llevan de A a B, ni nos ayudan a hacer frente a relaciones insatisfactorias, a trabajos sin sentido, a problemas de salud, a cuestiones económicas o a dificultades familiares o comunitarias.
Kryon nos dice que hay una única pregunta verdadera que puede marcar la diferencia en nuestras vidas y cambiarnos radicalmente. Cuando nos sentamos frente a Dios en meditación y oración, se establece una comunicación en dos sentidos. Algunos dicen que la oración es cuando hablamos a Dios, y la meditación cuando escuchamos. La próxima vez que tengan la oportunidad de hablar y escuchar, hagan la siguiente pregunta:
–Querido Dios, ¿qué quieres que sepa?
No hay mayor pregunta que ésa, y refleja toda su sabiduría de conciencia espiritual como ninguna otra. En el supuesto caso de que el niño hubiera preguntado esto, la madre todavía seguiría contestando, y el niño hubiera sido aún mucho más sabio en su propio crecimiento.
—
Lee Carroll