«El Poder de Oler» Francesc Prims.

El escritor Patrick Süskind ya nos transmitía lo fascinante de los olores en su best-seller El perfume, pero claro, en un contexto bastante macabro. ¡Sin duda, el poder evocador de los olores puede llevarnos a esferas mucho más constructivas!

Hablando con el físico e investigador de la consciencia Patrick Drouot sobre los siete cerebros que él explica que tenemos, me contaba lo siguiente:

“Poseemos un cerebro olfativo (el rinencéfalo), que desempeña un importante papel en el equilibrio. Allí se encuentra la sede del olfato. El rinencéfalo es una de las partes más primitivas de nuestro cerebro. El olfato es el único sentido cuyas informaciones no vuelven a ser tratadas o traducidas por el córtex cerebral, lo que explica el fuerte poder de evocación que tienen los olores (basta con el rastro de un perfume para que vuelvan a la superficie recuerdos que pensábamos olvidados). El olfato es también uno de los primeros sentidos activos en el recién nacido, o incluso en el feto. Pero con el paso de los años el rinencéfalo tiende a desprogramarse, incluso a veces a bloquearse completamente, tras un traumatismo emocional”.

¿Tras un traumatismo emocional?; creo que debemos entenderlo en un sentido amplio, pues a lo largo de la vida las emociones de cualquiera de nosotros se van viendo heridas y nuestra sensibilidad general se va viendo mermada.

Tal vez por eso, cuando hablamos de los cinco sentidos, hay dos en los que pensamos en primer lugar, y que nos da pánico la sola idea de que podamos perder: la vista y el oído. Seguramente les seguiría el tacto. El gusto y el olfato son percibidos más secundarios.

Sin embargo, si aspiramos a ser humanos completos creo que debemos reivindicar el tremendo poder de estos dos últimos, y más específicamente del segundo de ellos, que, como hemos visto, tiene su propio cerebro asociado.
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El gusto ya tiene un gran poder evocador; ¿quién no conoce la experiencia de cerrar los ojos para saborear mejor un alimento? Pero el gusto es difícil que vaya más allá del ámbito de la comida, y aquello que nos imbuye, los alimentos, pasa a ser nuestro sólo tras un proceso muy denso y laborioso. En cambio, los olores nos remiten a un elenco muy amplio de experiencias, y además, y muy importante, los sorbemos inspirando, en ocasiones llenando completamente nuestros pulmones de aire, con lo cual pasan a formar parte de nosotros en un instante, por medio de un proceso mucho más sutil que la digestión. Ello les permite evocar una plenitud muy específica.

En el caso de la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo nuestra vida transcurre entre olores insignificantes y anodinos. A veces ponemos un ambientador o un incienso, pero la apoteosis viene cuando salimos a la calle y nos encontramos con esa hierba recién cortada, con esa lluvia que ha impregnado la tierra, con ese olor a estufa de leña, con esa flor cuyo aroma estalla invadiendo nuestros pensamientos y reduciéndolos a polvo.
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Tal vez tenemos el rinencéfalo desprogramado y bloqueado y entonces no prestamos atención a nada de todo esto, o no le damos importancia. Porque toda la importancia la estamos dando, por supuesto, a lo que nos ha ocurrido en el día, o a lo que estamos yendo a hacer. Cómo no, “tenemos prisa”, y no vamos a perder nuestro valioso tiempo apreciando algo que, total, no hay para tanto.

¿Que no hay para tanto?; permítaseme reconsiderarlo.

Muchas veces invertimos valiosos euros y un valioso tiempo en presenciar algo que deleitará nuestra vista y nuestros oídos. Pero todo eso que nos deleita la vista y los oídos tiene una resonancia limitada. Es decir, todo aquello que nos entra por los ojos, ¿adónde va? ¿A los pulmones? ¿A la sangre? ¿Pasa a constituir parte integral de nuestro ser? No; lo que nos entra por los ojos va directo al cerebro, que hace su interpretación correspondiente. En el caso de lo que oímos ocurre algo semejante; el mensaje va de la oreja al cerebro. Aquí ganamos en abstracción; el cerebro tiene que realizar un mayor esfuerzo para descifrar esos sonidos y esto produce el placer específico de la escucha. Es cierto que lo que vemos y lo que oímos, una vez que ha sido filtrado por el cerebro, da lugar a una multiplicidad de respuestas mentales y emocionales, pero el cerebro juega un gran papel orquestador en todo ello; vemos u oímos algo de fuera y el cerebro lo interpreta, de modo que seguimos siendo “muy nuestros”, somos nosotros con nosotros mismos espoleados por estímulos exteriores.
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En cuanto al tacto, nos permite verificar y conocer. Seguramente es el sentido con menos poder evocador, el más eminentemente práctico, aunque “llega su momento” cuando es la hora del placer sexual. Es un sentido que remite a la experiencia inmediata, directa, “tangible”, muy poco abstracta. En este caso vamos de la piel y las terminaciones nerviosas al cerebro, donde se desencadenan todas las seguridades o todas las alertas en aras de nuestra supervivencia (por ejemplo, sabemos que nos estamos quemando gracias al tacto, y entonces retiramos en seguida la mano del fuego).

En el caso del gusto ya hemos entrado dentro de nosotros mismos. Lo que sea que acontece tiene lugar dentro de nuestro propio cuerpo, si bien en un área muy específica, la de la boca-paladar. Estamos dentro, y encontramos un placer especial en cerrar los ojos para que el entorno no nos moleste y poder saborear mejor así esa bebida o alimento. Pero la sensación dura lo que dura y no va más allá de esa zona del cuerpo (lo que viene después, la digestión, ya no tiene que ver con el gusto). Y la información que recreamos es tan solo la que va asociada con esa bebida o alimento en concreto. Con el gusto hemos dado un paso importante dentro de las sensaciones internas, menos interferidas por el cerebro, con lo cual ya tiene un poder evocador, pero en cierto modo es limitado allí donde vamos. (Por supuesto, el gusto tiene también un fuerte componente práctico, pues nos permite detectar si los alimentos están o no en buen estado. Todos los sentidos tienen un componente práctico en aras de nuestra supervivencia, desde el inicio de los tiempos).
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Y llegamos finalmente al olfato. En este caso se produce la máxima simbiosis entre el mundo externo y nosotros: para oler tenemos que inspirar, y si el olor nos gusta especialmente procuramos hacerlo a pleno pulmón. De esta manera no es que estemos meramente “oliendo”: estamos incorporando átomos de aquello que desprende su fragancia, primero en los pulmones y después en la sangre, en todas nuestras células. Es la manera máxima como, en el plano físico, nos hacemos uno con el entorno.

Y ¿por qué amamos tanto incorporar eso que amamos oler? Debe de ser porque sentimos una afinidad con ello; percibimos en ello un componente profundamente familiar e íntimo que nos hace decir: “Quiero estar contigo; quiero que formes parte de mí”. Estamos amando la información que eso acarrea, y, más allá de ello, estamos amando su esencia, su alma.
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El alma es vida más información. La vida la compartimos todo lo vivo, y cada vórtice de vida aglutina distintas informaciones. Y una cosa son las informaciones que acumulamos los seres humanos en tanto que entes pensantes, pero otra cosa bien distinta son las informaciones que acumula el agua salada del mar, las rocas, la tierra, la hierba, el agua de lluvia, las flores… Todo ello contiene informaciones de un plano que no es mental, de una esfera en que la esencia brilla más pura. Y contiene otras informaciones, además. ¡Han sido testigos de tantas cosas el mar, la tierra, las montañas…! La historia del mundo está en ellas; presente en sí misma en el caso de la tierra, el mar y las montañas, o legada como ADN en el caso de los seres de la naturaleza más efímeros.

Es por eso por lo que al oler la naturaleza o lo natural, somos imbuidos de tantas cosas. Tal vez no podremos trasladarlo a imágenes o palabras, tal vez se quedará en una intuición vaga, pero estará repleta de significado. Ahí, en ese oler a pleno pulmón ese factor natural que nos enamora, están presentes intuiciones de paisajes idílicos, de relaciones humanas perfectas, de disfrute de los humanos en perfecta armonía con la naturaleza; y está presente algo de la historia, de cuando esos olores estaban más extendidos porque la modernidad no los había acotado tanto.
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Si detenemos nuestro pensar durante los breves instantes sin tiempo de esa inspiración, si somos conscientes de que estamos incorporando eso en nuestro cuerpo y en nuestra alma, sabremos que estamos incorporando compañía, que en realidad no estamos solos, que realmente somos uno con todo lo demás. En muy pocos segundos, y gratis, estamos llenándonos de un contenido tal que hace palidecer cualquier información o conocimiento que podamos incorporar por los sentidos que están más conectados con el intelecto.

Pero no hay inspiración sin espiración. Con la inspiración hemos tomado; con la espiración es el momento de dar algo a cambio, de darnos a nosotros mismos. La espiración es el momento de dar las gracias y de exhalar lo que somos, nuestra información como esencia, al ambiente, al aire, al abstracto, para que otros puedan sorberla, alimentarse y saber que tampoco están solos. Pues los olores son el aspecto glamouroso del prana, pero el prana existe siempre, con y sin olores, como fuente de vida e información, y se está siempre intercambiando. Así pues, respiremos y compartamos, respiremos y compartamos, respiremos y compartamos… Sepamos que no estamos solos, y que mientras respiremos no podemos estarlo.
Joy
Detenerse por un momento ante el olor evocador y respirarlo por unos pocos segundos, o, si no resulta conveniente, no detenerse, pero respirarlo de todos modos; si puede ser, con los ojos cerrados. Ésta es una de las claves de la felicidad. Creo que esto puede convertirnos en artistas o en genios. El artista y el genio son seres humanos normales que manejan niveles más sutiles de información. No es por casualidad que lo hacen. Sencillamente permanecen abiertos a la vida que los rodea y permiten que su información los permee. Están menos ensimismados, aunque, curiosamente, parecen más ensimismados que las demás personas. Ocurre que más que ensimismados están “entodomismados”, de modo que dejan de prestar tanta atención a lo superficial para bucear más en el alma de las cosas.

“Con el paso de los años el rinencéfalo [el cerebro olfativo] tiende a desprogramarse, incluso a veces a bloquearse completamente”, nos decía Patrick Drouot… Y ¿cómo se ejercita todo músculo?, con la práctica. No dejes de saborear los aromas que te transportan; particularmente los que están repletos de vida, los del mundo natural. Te están transportando al interior de ti mismo en unión con el todo. Te están despertando de nuevo a la vida.

Este es el inefable, subestimado y multivalioso poder del olfato.


Francesc Prims Terradas
Compartido por LA CAJA DE PANDORA

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