El antiguo presupuesto del carácter cíclico del tiempo, que es la base de la interpretación mágica de la realidad, se contrapone a la concepción lineal del tiempo, originada en la cultura hebraica y posteriormente importada al cristianismo. Según esta visión, habría un sentido único del tiempo, con un significado escrito ya desde el nacimiento del mundo, que debe relacionarse con la historia.
Ante esta visión, se comprende claramente por qué la religión cristiana combatió con fuerza la superstición, considerándola en claro contraste con los conceptos teológicos y, sobre todo, señal de una visión pagana del universo y la historia.
San Agustín (354460), principal teórico de la visión lineal, sostenía que el tiempo posee una estructura lineal y progresiva, creada por Dios con el mundo y que finalizará el día del Juicio final.
Dios está al margen de este esquema, porque la eternidad que lo caracteriza le permite estar antes y después de este tiempo y, por supuesto, durante. El hombre supersticioso trata de sublimar esta situación, convencido de poseer un modo de intervenir sobre algo preestablecido, con la falsa convicción de poder variar su orden.
Este planteamiento niega no sólo los valores de la religión, que afirma que la historia es una secuencia de hechos decisivos e irrepetibles, sino también los del progreso científico y social.
A esto debe añadirse la total negación de la existencia de la casualidad, que para el hombre supersticioso es un dato objetivo, según la interpretación estoica de la historia, para la que todo tiene una razón de ser y cada hecho posee su propia causa. Así pues, según la concepción lineal del tiempo, pasado, presente y futuro están íntimamente relacionados entre sí. Todo esto justifica, al menos desde el punto de vista teórico, que en ciertos momentos se recurra a prácticas simbólicas como la magia y la adivinación.