La espiral, símbolo del movimiento permanente de la vida y de la no permanencia de las cosas, representa la vida eterna o la realización de uno mismo.
La espiral es la consecuencia de un fenómeno natural. Es el producto de una fuerza circular, centrífuga o centrípeta. En este aspecto, se asocia consecuentemente al círculo y a toda la simbología en torno al mismo. La fuerza centrífuga genera un movimiento que aleja del centro del círculo; mientras que la fuerza centrípeta indica un movimiento que se dirige hacia el centro. De manera que, si efectúas un movimiento de rotación en el interior de una palangana, por ejemplo, situando tu dedo en el centro, observarás que el remolino se produce partiendo del centro para ir hacia el exterior. A la inversa, si sitúas tu dedo contra el borde de la palangana, observarás cómo el remolino va hacia el centro. En la naturaleza, en el universo mismo, parece que la espiral sea una constante, una de estas formas innatas que encontramos en todas partes, desde ciertas plantas hasta las galaxias, pasando evidentemente por algunas de las conchas que recogemos en las playas, a orillas del mar. Esta constante no escapó a nuestros antepasados que, por razones que hemos evocado a menudo, se mezclaban con su medio natural, formas, apariencias, de las que hicieron símbolos, un lenguaje en toda regla que les permitía realizar intercambios entre ellos, evidentemente, pero también comunicarse, e incluso comulgar, con la naturaleza. Por eso, en toda Europa se han encontrado megalitos, esos bloques de piedra monumentales erigidos en el neolítico, sobre los que se grababan espirales. Podemos suponer que al dibujar en su lápida sepulcral este símbolo de un fenómeno corriente en la naturaleza, ya demostraban una creencia en el más allá y en la vida eterna, siendo efectivamente la espiral la figura de un movimiento evolutivo sin fin.
La espiral: Símbolo de la vida eterna o de la realización de uno mismo
Esquematizándolo, podemos decir que la espiral se resume en un símbolo de evolución. Sin embargo, la evolución en cuestión no se entiende de la misma manera según se refiera a una espiral centrífuga, es decir, partiendo de un punto central para desarrollarse hacia el exterior, o centrípeta, es decir, partiendo del exterior para ir hacia el centro. En este aspecto, la espiral está en analogía con toda la simbología que tiene que ver con el círculo, así como el laberinto.
De manera que cuando, en el paleolítico superior —período que va desde el año 35 000 al 9 500 antes de nuestra era aproximadamente-, los hombres esculpían lo que hoy llamamos Venus calipiges, del griego kallos, que significa «belleza», Y pyges «nalga», que podemos traducir como «de bellas nalgas» (adjetivo que se utiliza para calificar a estas estatuillas de otra época por las prominentes nalgas de las mujeres que representan), a menudo las realizaban con una espiral en el vientre, o con una vulva en forma de espiral. En este caso se trataba de un símbolo de fecundidad y de vida, es decir, del proceso natural y mágico de la vida tal como la imaginaban nuestros antepasados. Para ellos, parecía evidente el hecho de representar así este fenómeno evolutivo natural. En este caso, estamos en presencia de una espiral centrífuga. Como vemos, esta espiral era tanto un principio de vida, es decir, de la formación y de la evolución de la vida en la Tierra, como una prueba, podríamos decir, de la vida eterna, cuando dicha espiral centrífuga estaba también presente en un megalito. Parece, además, que en el neolítico, período que sigue al paleolítico superior, las diosas madres a las que acabamos de hacer alusión, es decir, las famosas Venus ca-lipiges, y los megalitos, fueron identificados los unos con las otras, al representar ciertos megalitos diosas madres. De manera que, en la mentalidad de nuestros antepasados, la vida y la muerte, o la vida más allá de la vida, acabaron por formar un todo procedente de un mismo proceso idealmente simbolizado por la espiral. La espiral centrífuga evoca, pues, el círculo y el centro, pero por el mismo hecho de que representa un movimiento constante, partiendo del centro, sale del círculo de la vida, revela un movimiento que va más allá del mundo visible, en el mundo invisible. Está, pues, en analogía también con el símbolo de la rueda y comprendemos por qué fue asimismo una representación del recorrido del Sol en el cielo y al mismo tiempo del de la Luna y de la no permanencia de las cosas. Sin embargo, si la espiral va desde el interior al exterior cuando es centrífuga, representando el crecimiento de la vida en la naturaleza, podemos enfocarlo desde otro punto de vista. Lo podemos imaginar desde el exterior hacia el interior, evocando esta vez el camino de la vida o el destino que conduce a un ser a ir de un punto exterior para desplazarse hacia el centro. Entonces nos encontramos en el universo de la espiral centrípeta que está en analogía con toda la simbología del laberinto, es decir, del trayecto que el hombre debe cumplir para ir hacia su centro, esta vez llevándolo todo hacia él, juntando todos los componentes de su personalidad, todo lo que es y lo que hace hacia un punto central, sin duda original.
Se trata entonces de una espiral que representa la realización de sí mismo, el movimiento que debe producir en sí mismo para volver a la situación original. Es la espiral del retorno sobre sí mismo.
La espiral, la escalera y Kundalini
Todavía queda otra espiral, que esta vez podremos relacionar con el mito de la escalera. Esta representa el movimiento permanente de energías que circulan, se interpenetran, se fecundan, se transforman, se regeneran permanentemente, como sucede con el ciclo del agua en la Tierra o el largo del eje vertebral por donde circulan, de arriba abajo y de abajo arriba, las energías primordiales representadas por la kundalini, a su vez representada por una serpiente.
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