No solo tenemos la sensación de que, en ocasiones, hay alguien en nuestra cabeza que no somos nosotros, que toma determinadas decisiones o nos inspira científica o artísticamente, sino también que hay cierto decalaje entre lo que ocurre en el mundo y cuando somos conscientes de que ha ocurrido.
Por ejemplo, cuando quitamos un dedo de una llama como si nos hubiéramos quemado pero el dolor viene después. O cuando damos un respingo porque hay sonado un ruido estridente, pero el respingo se ha producido una fracción de segundo antes de que escuchemos el ruido, como si nuestro cerebro lo hubiera escuchado antes y hubiese decidido huir por su cuenta, preparar los músculos, calentarlos para salir a toda velocidad. Nuestro mundo perceptivo siempre va un poco por detrás del mundo real.
Sin embargo, no somos muy conscientes de este decalaje y éste solo se ha demostrado en experimentos de laboratorio, tal y como explica el neurólogoDavid Eagleman en su libro Incógnito:
Más extraño aún es el hecho de que la información auditiva y visual se procesen en el cerebro a velocidades distintas; sin embargo la visión de sus dedos y la audición del chasquido parecen simultáneas. Además, su decisión de chasquear ahora y la acción misma parecen simultáneas con el momento del chasquido. Como para los animales es importante tener una buena sincronización, su cerebro le echa un poco de imaginación a la labor de editado a fin de que las señales se junten de una manera útil. El resultado final es que el tiempo es una construcción mental, no un barómetro exacto de lo que ocurre “ahí afuera”.
Cada vez que damos un golpe a algo, el cerebro asume que el sonido, la visión y el tacto deben ser simultáneos. Si una de las señales llega con demora, el cerebro adapta sus expectativas para que parezca que ambos sucesos han ocurrido más cerca en el tiempo.
Imagen | Pen Waggener
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