La era de la civilización humana, tan corta y extraña como ha sido, parece que llega a su fin
Es probable que el final de la Era de la Civilización Humana se anuncie en un nuevo Informe elaborado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), que evalúa de forma cautelosa lo que ocurre en nuestro medio físico.
No resultará una tarea grata la de escrutar los pensamientos que en la hora crepuscular pasen por la mente de la lechuza de Minerva cuando trate de interpretar la era de la Civilización Humana, quizás ahora en los límites de un vergonzoso final.
Esta era comenzó hace casi 10.000 años en el Creciente Fértil, en esas tierras que se extienden entre los ríos Tigris y Éufrates, que pasando por Fenicia en la costa oriental del mar Mediterráneo llegó hasta el valle del Nilo, y luego a Grecia y más lejos.
Lo que ha ocurrido en esta región es un ejemplo lleno de dolorosas lecciones sobre los extremos a los que puede llegar la especie humana.
Las tierras en torno a los ríos Tigris y Éufrates han sido escenario de horrores indescriptibles en los últimos años. Las agresiones de George W. Bush y de Tony Blair en el año 2003 han sido comparadas por muchos iraquíes con las invasiones de los mongoles en el siglo XIII, que constituyeron otro golpe mortal. Esas agresiones destruyeron gran parte de lo poco que había quedado de las sanciones impuestas por la ONU contra Irak, sanciones impulsadas por Bill Clinton, calificadas como genocidas por los mismos distinguidos diplomáticos, Denis Halliday y Hans von Sponeck, que las administraron antes de sus dimisiones protestarias. Von Sponeck y Halliday han dado en sus informes el tratamiento convencional a hechos tan indeseables.
Una de las terribles consecuencias de la invasión de Estados Unidos y del Reino Unido se recoge en la “Guía Visual de la crisis en Irak y Siria”, del New York Times, que dibuja un cambio radical en Bagdad: los barrios mixtos que existían en 2003 se han convertido en enclaves sectarios en los que reina la amargura y el odio. Los conflictos que estallaron después de la invasión se han extendido más allá de Irak, y ahora toda la región está hecha trizas.
Gran parte de la región del Tigris y el Éufrates está en manos de ISIS y su autoproclamadoEstado Islámico, una siniestra caricatura de las formas más extremas del Islam radical con base en Arabia Saudita. Patrick Cockburn, corresponsal en Oriente Medio para The Independent, uno de los analistas mejor informados sobre ISIS, lo describe como “una organización fascista que aterroriza de diversas maneras, matando a cualquiera que no cree en su personal versión del Islam”.
Cockburn explica las contradicciones entre la respuesta occidental y la aparición de ISIS: los esfuerzos para detener su avance en Irak se combinan con otros esfuerzos para socavar a su principal oponente en Siria, el brutal régimen de Bashar al-Assad. Mientras tanto, otro obstáculo para la propagación de la plaga de ISIS es Hezbolá, en el Líbano, un odiado enemigo de Estados Unidos y de su aliado israelí. Y para complicar aún más la situación, Estados Unidos e Irán comparten ahora la misma justificada preocupación por la expansión del Estado Islámico, una preocupación también compartida por otros en esta región tan conflictiva.
Egipto ha caído en la oscuridad de una Dictadura militar, que cuenta con el apoyo de Estados Unidos. El destino de Egipto no estaba escrito en las estrellas. Durante siglos fueron rutas alternativas y viables, aunque la mano imperial hiciera allí presa.
Es innecesario recordar los renovados horrores que emanan desde Jerusalén en las últimas semanas, una vez considerado como centro de moralidad.
Hace 80 años Martin Heidegger elogió la Alemania nazi con la esperanza de liberar la gloriosa civilización griega de las garras de los bárbaros del Este y del Oeste. Hoy en día, los banqueros alemanes aplastan a Grecia bajo un Sistema Económico diseñado para mantener su poder y riqueza.
Es probable que el final de la Era de la Civilización Humana se anuncie en un nuevo Informe elaborado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), que evalúa de forma cautelosa lo que ocurre en nuestro medio físico.
La conclusión es que el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero podrían tener “graves impactos e irreversibles para las personas y los ecosistemas” en las próximas décadas. El aumento de las temperaturas medias globales está fundiendo la vasta capa de hielo que cubre Groenlandia. Si a esto añadimos la fusión del hielo de la Antártida, el nivel de los mares podría elevarse y causar la inundación de la principales ciudades, así como de las llanuras costeras.
La Era de la Civilización coincide con la época geológica del Holoceno, que comenzó hace más de 11.000 años, mientras que la época anterior, el Pleistoceno, duró 2,5 millones de años. Los científicos estiman que hace unos 250 años comenzó una nueva era, el Antropoceno, un período durante el cual la actividad humana está desestabilizando de forma dramática el mundo físico. Es difícil no establecer una comparación entre estos cambios con los tiempos geológicos.
Un índice del impacto humano es la extinción de especies, que actualmente se estima en una tasa similar a la de hace 65 millones de años, cuando un asteroide chocó contra la Tierra. Es la supuesta causa de la desaparición de los dinosaurios, lo permitió la proliferación de pequeños mamíferos, que nos llevaron hasta los seres humanos de hoy en día. Hoy, el ser humano, está interpretando el papel de aquel asteroide, condenando a la extinción a gran parte de la vida.
En su Informe, el IPCC reafirma que la mayor parte de las reservas de combustibles fósiles deberían quedar almacenadas bajo tierra para evitar que las generaciones futuras estén sometidas a unos riesgos intolerables. Pero mientras tanto, las grandes empresas energéticas no ocultan su objetivo de explotar estas reservas o cuantas hagan falta.
El día anterior a la publicación de las conclusiones del IPCC, The New York Times informaba de que las grandes reservas de cereales del Medio-Oeste de Estados Unidos se estaban pudriendo, debido que los productos petrolíferos en auge en Dakota del Norte estaban siendo transportados en tren hacia Asia y Europa.
Una de las consecuencias más temidas del calentamiento global en el Antropoceno es el deshielo del permafrost de las regiones subárticas. Un estudio publicado en la revista Science advirtió que “incluso unas temperaturas ligeramente más cálidas ( por debajo del incremento esperado en los próximos años) podrían estar causando la fusión del permafrost, lo que supondría la emisión de enormes cantidades de metano ( un gas de efecto invernadero) y que actualmente se encuentran atrapados en el suelo helado”. Esto tendría consecuencias fatales en la modificación del clima.
Rijvanov, doctor en Geología por la Universidad de Tomsk (Siberia), recuerda que el hielo contiene gas, y cuando se reduce el espesor de la superficie helada, ese gas sale disparado como si se trataran de fumarolas en las zonas volcánicas, y crea esos agujeros con formas tan ideales, que parecen hechas por el hombre.
Arundhati Roy dice que “la metáfora más apropiada para la locura de nuestro tiempo” es lo ocurrido en el glaciar de Siachen, donde los soldados indios y paquistaníes se mataron unos a otros en el campo de batalla más alto del mundo. Al derretirse el glaciar han aparecido “miles de carcasas vacías de proyectiles, bidones vacíos de combustible, piolets, botas, tiendas de campañay todo tipo de residuos que los seres humanos emplean en la guerra”. Un conflicto totalmente absurdo. Y a medida que los glaciares van retrocediendo, la India y Pakistán se enfrentan a una catástrofe indescriptible.
Campamento del ejército de la India en el campo de batalla más alto del mundo, el Glaciar Siachen. Aquí se han desarrollado brutales batallas entre la India y Pakistán, mientras el glaciar se derrite como consecuencia del cambio climático (Annirudha Mookerjee / Getty Images)
Por Noam Chomsky, 26 de febrero de 2015