El 17 de febrero de 1600 ardía en Campo di Fiori, Roma, una hoguera que, en crepitantes llamas, se llevaría el cuerpo físico de Giordano Bruno. Los cargos: herejía y apostasía. ¿Los motivos? Pudieron haber sido muchos o tal vez uno solo. Lo cierto es que el desarrollo de las ideas brunianas había sacudido los cimientos de la Iglesia de Roma y del pensamiento renacentista en general…
La condena tenía que ser y resultar ejemplificadora. Este hombre, que en el momento de su detención en 1592 contaba apenas cuarenta y cuatro años, llevaba ya, a esa altura de su corta vida, casi cuarenta libros escritos, y había recorrido toda Europa con sus enseñanzas. Su frente de batalla: la “asnalidad”, como a él le gustaba llamar a la ignorancia, viniese de donde viniese, ya fuera de aristotélicos, hombres de Iglesia o grandes doctores. Su lucha: la búsqueda de la verdad.
¿De dónde provenía su conocimiento? Bruno era monje dominico, aunque aún joven tuvo que abandonar sus hábitos y huir del convento por acusaciones de herejía. Se había ordenado sacerdote y más tarde había llegado a ser doctor en Teología. Desde casi su niñez había estudiado Lógica y Gramática. Su inquieto espíritu, sin embargo, y a pesar de su formación religiosa, lo llevó bien pronto a buscar otra fuente de información. Sus lecturas no se limitaron a las establecidas, sino que se nutrieron de los clásicos y filósofos de todo tipo. Su inquieto intelecto no se detuvo ante nada. Versiones no confirmadas lo hacen estudioso de otras filosofías, e incluso se habla de viajes que Bruno habría realizado al norte de África, donde habría tomado contacto con el hermetismo. No obstante no hallarse esto confirmado, lo cierto es que el desarrollo de sus ideas a partir de 1577 toma el cauce del pensamiento tradicional egipcio. La teoría de los innumerables mundos, que va a ser una de las principales causas por las cuales será condenado, está ya enunciada en el Kybalión, libro tradicional hermético.
Detenido en 1592, tras ocho años de largo proceso, primero en Venecia y luego en Roma, las acusaciones se resumen en cuatro proposiciones consideradas heréticas: dos teológicas y dos filosóficas. Las teológicas: el rechazo de los dogmas de la Trinidad y de la transubstanciación de las almas. Las filosóficas: la doctrina de la pluralidad de los mundos y la que proclama al alma presente en el cuerpo como un piloto al frente de su nave (inmanencia de lo divino en el alma humana).
Las dos primeras aparecieron ya en los primeros procesos y acusaciones de herejía de los tiempos de noviciado de Bruno, y son las que a la larga le obligarían, primero a huir a Roma desde Nápoles, y luego a deambular por toda Europa.
Para Bruno el dogma de la Trinidad formulado por la Iglesia chocaba con obstáculos insalvables. No parecía coherente identificar a cada figura de la Trinidad como personas separadas entre sí, sino como potencias que implicaban procesos sucesivos y a la vez simultáneos de la manifestación de una misma potencia, la del Padre. Bruno hizo así suyo aquel credo que expresara Virgilio en el libro sexto de La Eneida: desde el principio del mundo, un mismo espíritu interior anima el cielo y la tierra y las líquidas llanuras, el Sol y las estrellas… Ese espíritu mueve la materia y se mezcla al gran conjunto de las cosas. Si recordamos que Bruno tomó contacto con ideas herméticas, nos vamos a encontrar aquí la formulación de la primera ley hermética.
Otros estudiosos también han visto un enlace con la tradición vedantina de la India (todo es Brahma). Bruno se inserta a sí mismo en la tradición gnóstica y en el cristianismo de neto corte juanino: en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era al principio con Dios.
Pero Bruno va más allá al proclamar que la estructura del universo es mandálica (circular) y cuaternaria. Este cuarto elemento es la Naturaleza misma a través de la cual se asciende a la Divinidad, pero sin la cual la Trinidad básica permanece inasequible para el hombre. Este cuarto elemento, el espíritu ctónico, terrestre, participa también de la naturaleza divina, y a través de ella se trasciende a sí mismo. No hay nada que no participe de lo divino. Lo que varía es solo la gradación, pero tanto el Todo como las partes participan de una misma y única sustancia que permanece inmutable. Son todos grados de una única vía ascensional.
En cuanto al dogma de la transubstanciación de las almas, también Bruno se reinserta en la tradición gnóstica cristiana adoptando la idea de la transmigración de las almas. En el infinito universo las formas son infinitas, pero la sustancia es única y esta no puede perderse. El alma va elevándose, adoptando las formas que le son necesarias para su desarrollo y evolución. El fin es la unión mental del sujeto con el objeto infinito.
Esta cuestión de la transmigración de las almas aparece expuesta en Expulsión de la bestia triunfante: lo divino es algo inmanente, interior, propio de cada sujeto, en contradicción con la forma de la divinidad trascendente, exterior, ajena, expuesta por la Iglesia.
Encontramos además en Bruno la idea del hombre como espejo de lo universal, microcosmos en donde se refleja la mente de Dios.
El hombre debe realizar un proceso de purificación moral fundado en el reconocimiento de la ley natural y en la exaltación del trabajo, la justicia y el amor, entendidos como fundamentos de la unidad ética de la Humanidad.
El espíritu, así, se encamina hacia una más profunda unidad con la universalidad divina.
La idea de los mundos innumerables se encuentra expuesta en Sobre el infinito universo y los mundos. Allí expone que es un absurdo considerar que fuera del universo conocido no hay nada. Si juzgamos de acuerdo a lo que vemos, la experiencia demuestra que todo es contrario al vacío. Si el universo es un todo infinito que no tiene borde, término o superficie, todo este universo está poblado por seres distintos, por existir distintos grados de perfección de las criaturas; desde el más bajo hasta el más alto, no hay nada muerto en el universo, todo está vivo y participa de una misma y única sustancia, todo se mueve de acuerdo a su propia alma.
Ningún elemento es un engranaje ciego de una máquina, sino un ser que por su propia naturaleza está en determinado lugar y se mueve en forma coherente con su esencia y se relaciona con los demás entes del universo. Al primer ente que crea el universo, le corresponde una potencia infinita, y en tal caso, ¿por qué habrían de estar limitados los mundos? Esta infinitud es extensiva. Todas las cosas animadas participan de una misma sustancia: la Sustancia Divina. Dicha Sustancia los incluye a todos, si bien la participación no es de igual grado.
Bruno, que se sentía libre en la esclavitud, alegre en la pena, rico en la necesidad y vivo en la muerte, que no envidiaba a quienes eran siervos en la libertad, sentían pena en el placer, eran pobres en la riqueza y muertos en la vida, entregó su cuerpo a la hoguera con la esperanza de que algo más allá de sí mismo viviese y llegase al futuro de forma útil y fructífera.
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