Hace un año reportear en Simferopol sobre la toma de control de Moscú en Crimea era un trabajo tenso y difícil.
En cualquier momento los grupos de activistas que habían cruzado la frontera comenzaban a pavonearse por las calles de la ciudad y la violencia parecía a punto de estallar.
Pero hoy Simferopol, el centro administrativo de la República Autónoma de Crimea, es totalmente pacífico.
No hay soldados en las calles y nadie nos llama la atención cuando colocamos nuestra cámara de televisión en la plaza principal, bajo la atenta mirada de la estatua de Lenin subida a un pedestal. Tampoco nos piden la acreditación.
La razón es simple: la transferencia de la península de Ucrania a Rusia es un hecho aceptado.
Sin vuelta atrás
Unos pocos partidarios de Ucrania que se reunieron el otro día junto a la estatua del poeta ucraniano Taras Schevchenko, para conmemorar el aniversario de su nacimiento, fueron expulsados rápidamente del lugar.
Tres de ellos fueron arrestados, aparentemente por vestir los colores de Ucrania, enjuiciados y finalmente condenados a varias horas de servicios a la comunidad.
«Me despidieron del trabajo porque consideraron que no era apropiado para llevarlo a cabo», cuenta uno de ellos, Leonid Kuzmin, un joven profesor proucraniano.
«Cumpliremos la ley, pero vamos a luchar en los tribunales», añade.
«Crimea no volverá nunca a ser parte de Ucrania», dice el primer ministro regional, Sergei Aksyonov.
«La decisión se tomó una vez y para siempre», sentencia.
Esa decisión a la que se refiere es el referéndum que tuvo lugar hace un año y que dio un respaldo abrumador a aquellos que querían que la península estuviera bajo control ruso.
Aksyonov, un hombre corpulento y cordial al que a menudo se le acusa de haber participado en el pasado en actividades del hampa, reconoce que no fue informado previamente de los planes del presidente de Rusia, Vladimir Putin, para recuperar Crimea a principios del año pasado.
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Sin embargo, se convirtió en una figura clave de lo que los países occidentales consideran un golpe de Estado.
De acuerdo a un sondeo de opinión llevado a cabo por la empresa encuestadora GfK en febrero, el 93% de los entrevistados aseguraron que estaban felices de que Crimea estuviera bajo el dominio de Moscú.
Tras un resultado tan abrumador podría verse una sombra soviética, pero la firma encargada de la indagación no era rusa, ni ucraniana. GfK es un instituto de análisis de mercados alemán.
Y aunque se podría pensar que mucha gente no dudaría en dar esa respuesta por ser la más segura, la verdad es que la sensación de paz y tranquilidad general indica que los habitantes de la península han aceptado lo ocurrido.
Mayoría rusa
La demografía de Crimea explica en gran medida por qué las cosas están tan tranquilas aquí un año después de la anexión.
De acuerdo a las cifras más recientes, algo así como el 60% de la población es de etnia rusa, el 25% de étnia ucraniana y el 12% tártaros de Crimea.
Y dado que muchos de los proucranianos se fueron, la proporción de rusos es ahora probablemente incluso mayor.
Pero ante eso, Aksyonov trató de sonar tranquilizador en la entrevista que nos ofreció.
«Ni los tártaros de Crimea ni los ucranianos tienen razones para preocuparse», aseguraba.
«Los únicos que deben inquietarse son aquellos que están trantando de desestabilizar la situación».
Sin embargo, esa declaración no alivia la ansiedad de ninguno de los dos grupos.
Los únicos que deben inquietarse son aquellos que están trantando de desestabilizar la situación»
Los tártaros tenían su propio parlamento en Crimea, pero en septiembre del año pasado fue abolido y el edificio en el que se encontraba clausurado.
Frente a lo que fue el Congreso tártaro, en la calle, hablé con el exparlamentario Zair Smerdlyav.
«Se están tomando varias acciones contra los tártaros: secuestros, asesinatos, arrestos y multas», dijo.
Gran cambio
En la cadena de televisión tártara local, ATR, los empleados sienten el constante riesgo de que los cierren, aunque siguen reporteando sobre lo que consideran «violaciones de derechos humanos».
Pero las autoridades claramente prefieren mantener la situación tan calmada como pueden.
En una escuela que visité, por ejemplo, las lecciones se dan ahora en ruso y no en ucraniano, como antes. Sin embargo, si los padres quieren que sus hijos sigan aprendiendo en ucraniano, la escuela los complace.
Así que ahora 31 de las clases se imparten en ruso y nueve en ucraniano. Y algunos de los alumnos estudian incluso en tártaro, si sus padres así lo quieren.
«Dejamos la política totalmente fuera del ambiente escolar», me dijo la jefa de estudios, Valentina Lavrik.
«La tolerancia es el principio fundamental de nuestro equipo».
Y tras visitar las clases me dio la impresión de que lo que estaba diciendo era genuino.
Pero tampoco me quedó duda de que un gran cambio había ocurrido en el colegio, al igual que en toda Crimea.
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Impulso político
La biblioteca la preside ahora la gran fotografía de un Putin sonriente, y su gobierno destinó a la escuela una serie de obras de la literatura rusa.
Y la historia que se enseña aquí es la rusa, no la ucraniana.
Pero en cierto modo la península siempre ha parecido y se ha sentido rusa, y ha jugado un importante papel en la historia que ahora se enseña en sus colegios.
Además, es así como la sienten la mayoría de los rusos.
Y recuperarla ha dado a Putin un impulso político enorme en Rusia.
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Mientras, la respuesta del mundo exterior ha hecho la vida aquí un poco más difícil.
Algunas de las estanterías antes rebosantes de los supermercados lucen hoy vacías.
Además no puedes usar tarjetas de crédito occidentales ni teléfonos internacionales en Crimea.
En ese sentido, el gobierno de Aksyonov vio reducidos los puestos dirigidos a ayudar a los negocios de la península a traer a turistas a una de las partes más atractivas de Europa.
Pero para él, y para el gobierno ruso que planeó su toma, es un precio que bien merece la pena pagar.
Y mientras, no hay acuerdo sobre la cuestión básica: ¿fue un golpe de Estado o una decisión justificable y democrática de los habitantes de Crimea?