La reencarnación en Occidente

Cuando oímos la palabra «reencarnación», habitualmente la asociamos con ideas procedentes del mundo oriental, con su particular misticismo de muchos milenios de antigüedad. Sin embargo, Occidente tampoco es ajeno a esta creencia.

Es corriente referirse al fenómeno de la reencarnación como a una creencia arraigada exclusivamente en el Oriente, más concretamente en las religiones hinduista, budista o creencias derivadas. Este es un error muy común entre los neófitos, y limita bastante la posibilidad de pensar en la teoría de la reencarnación como fenómeno en sí mismo, asociándolo siempre a las ideas que uno entiende como «orientalistas», entre las que se encuentran las doctrinas del karma, la recta acción, etc.
El efecto contraproducente de esta creencia es, a primera vista, el de colocar la reencarnación como un tema «oriental» por definición, e incompatible con los pensamientos que han tenido impacto en Occidente. Entonces se hace dificultoso identificarse con la reencarnación y leer a un autor como Tomás de Aquino, que la niega, o a otro como Séneca, que no la menciona más que alusivamente y para quienes lo leen con cierto conocimiento previo, y compartir sus ideas al mismo tiempo, dado que se nos antojan como pensamientos incompatibles. Uno no puede entonces identificarse plenamente con las ideas occidentales si cree en la reencarnación, si esta es exclusivamente oriental.
El hecho de buscar ser un filósofo en el sentido amplio, que implica comparar conocimientos y doctrinas, nos moviliza a querer superar estos aparentes antagonismos entre Oriente y Occidente. El objetivo del presente trabajo es indagar la presencia de la reencarnación en pensamientos occidentales, que nos permita abandonar el prejuicio orientalista hacia este tema.

Ideas sobre la reencarnación
Ya en Egipto era patente el concepto de reencarnación, y ciertamente de un modo muy científico. Casi podría asociarse a la ley de la gravedad. Simplificadamente, la creencia era que después de la muerte, el alma del ser humano era pesada en una balanza por el dios Anubis, y si el peso superaba al de una pluma, por la necesidad aún insatisfecha de experiencias terrenales, esta volvía a nacer en la tierra una y otra vez, hasta que el peso del alma fuese tan etéreo que no requiriese más vida material, encaminándose a un estado de conciencia que en la India llamarían el «Nirvana».
La creencia en la reencarnación también puede hallarse en la primera de las religiones monoteístas conocidas, el judaísmo. En esta religión la reencarnación se halla manifestada de un curioso modo, entrecruzada con la idea de la resurrección en una instancia final, momento de la llegada del Mesías. Según explican algunas interpretaciones cabalísticas, el alma de los judíos vuelve a la vida, siempre en cuerpos de miembros de esta religión, cada aproximadamente seiscientos años. De esta manera muchos explican que el número de miembros de este pueblo se haya mantenido casi inalterado a lo largo de cinco mil años de historia.

Es interesante recalcar también que la reencarnación, como doctrina, ha hecho pie en terrenos fuera del pensamiento religioso propiamente dicho. Puede encontrarse una importante mención a este concepto en la obra de uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, el griego Platón. En su obra El Fedón, explica por boca de su maestro Sócrates en su lecho de muerte, una de las más coloridas alegorías de la inmortalidad del alma. A grandes rasgos, narra que, al morir, el alma tiene la posibilidad de elegir nuevamente el cuerpo en que va a volver a encarnar. Cada uno elige conscientemente el vehículo material que necesita. De tal modo, algunos eligen simbólicamente aves; otros, mamíferos; otros, guerreros, o reyes, o campesinos. Según esta creencia, extraída de los Misterios Órficos, las almas beben de las aguas del Leteo, que les hace olvidar su vida anterior, y regresan al mundo a continuar su próxima vida. Claro que esto contradice el común del pensamiento helénico, por el cual las almas de los muertos quedaban para siempre en el Hades, la tierra de Plutón. Es posible que esta idea popular haya influenciado el pensamiento cristiano tardío en su concepto de Infierno eterno para las almas pecadoras.

Cristianismo y reencarnación
Ya hablando del cristianismo, la religión con más penetración en Occidente, se han encontrado posturas diversas. Sería un error el afirmar que el cristianismo nunca abrazó la idea de la reencarnación. En sus orígenes, se encuentran numerosas alusiones al tema, formando parte de las enseñanzas secretas de la Iglesia en sus inicios. Incluso se contaba que san Juan Bautista fue reconocido por Jesús como el profeta Elías reencarnado.
Se ha dicho que la reencarnación había sido condenada por la Iglesia; esto es falso. Un concilio ha dicho que aquel que proclamara haber vuelto a la tierra por encontrarse a disgusto en el Cielo sería anatematizado; pero lejos de condenar la reencarnación, esta advertencia del concilio indica, por el contrario, que formaba parte de las enseñanzas, y que si había quienes volvían voluntariamente a reencarnarse, no por encontrarse a disgusto en el Cielo, sino por amor al prójimo, el anatema no podía afectarles. Por último, según las enseñanzas de la Iglesia católica romana, que ha guardado mucho menos la tradición esotérica que la Iglesia ortodoxa rusa, transcurre un lapso considerable entre el juicio posterior a la muerte y el juicio final, siendo precisamente tras el juicio final cuando los espíritus deben recibir, según el catolicismo, su destino definitivo. Hasta ese momento puede haber cambios en la evolución del espíritu, en el tiempo que pasa entre estos dos juicios. ¿Y qué hace el espíritu durante este tiempo? Se puede admitir que el Cielo, el Infierno y el Purgatorio son estados que pueden vivirse en forma material; esta era la enseñanza de muchos teólogos, como Swedenborg, e incluso del propio Mahoma, que indica, en su capítulo «Las mujeres del Corán», que el Cristo volvería al final de los tiempos para juzgar a los vivos y a los muertos.
En realidad, el concilio de Constantinopla, celebrado en el año 503, ha condenado algunas proposiciones de Orígenes, entre otras, y en primer lugar, la que dice en latín: «Si alguien dice, o piensa, que las almas de los hombres preexisten y que han sido anteriormente espíritus y virtudes (potencias santas, y que han obtenido hartura de la contemplación divina; que se han pervertido y que en consecuencia el amor de Dios se ha enfriado en ellos, a causa de lo que se les ha llamado almas (soplos), y que han sido enviadas en cuerpos como castigo), que sea declarado anatema». Los antiguos reencarnacionistas cristianos no pretenden que suceda por cansancio de la contemplación divina, por enfriamiento del amor de Dios el que las almas vengan a la tierra, sino que, por el contrario, aseguran que su vuelta ha sido por castigo. Dicen que la existencia terrena nos ha sido impuesta para evolucionar y llegar a hacernos dueños de la materia de la que Adán, por su caída, nos hizo esclavos.
Más allá en el tiempo, tanto en la Edad Media como en el Renacimiento, muchas de estas tradiciones fueron perdidas o intencionalmente censuradas, ya que la teoría de la reencarnación era profundamente disfuncional al modo de vida que predicaba el cristianismo. Con la Reforma, sobre todo, se agudizó la necesidad de obtener recompensas por las acciones en este mundo y no en el Cielo, por lo que tanto las ideas de reencarnación como de salvación divina fueron reemplazadas por la salvación terrenal, que dio origen al materialismo de la modernidad.
Podríamos citar otras corrientes filosóficas o religiosas que profesasen o mencionasen veladamente la reencarnación, como los rosacruces, espiritistas o la teosofía, pero no serían del todo aplicables a este repaso histórico, ya que sus ideas eran transmitidas en círculos muy cerrados y extrajeron gran parte de su filosofía de civilizaciones orientales.

¿Existe la reencarnación?
Es muy difícil explicar racionalmente la reencarnación. Tanto esta como otras ideas religiosas pasan en mucha mayor medida por una convicción íntima que por el fruto de un razonamiento intelectual. No obstante, esto no es privativo de la reencarnación, ni de otras doctrinas que aparecen con fuerza en Oriente. No parece más complicado entender la reencarnación que, por ejemplo, la resurrección de la carne, como la plantea el catolicismo. Es cierto que la reencarnación está mucho más presente en Oriente que en Occidente, pero deben tenerse en cuenta todas las purgas culturales, quemas de libros y bibliotecas, y traducciones deliberadamente alteradas que han existido en la historia occidental. Esto podría llevarnos a pensar, más allá de entrar en la polémica de si Occidente alcanzó alguna vez el misticismo de Oriente, que al menos sí tuvo corrientes místicas muy profundas, con doctrinas llenas de herramientas útiles al hombre, pero que fueron veladas por intereses y manipulaciones, que siempre han existido en la historia. La reencarnación no es un concepto en sí mismo opuesto al pensamiento occidental. La reencarnación no es oriental ni occidental. Como teoría, es universal. Cada civilización que la mencionó, directa o indirectamente, lo hizo a su manera, según su forma de ver la vida, su contexto y sus propias necesidades como pueblo.
Al fin y al cabo, si uno ha de creer en la reencarnación, es porque esta tiene alguna utilidad para nuestra vida: puede regir de alguna forma nuestro comportamiento, otorgarnos tranquilidad frente a la idea de una muerte eterna y oscura, o simplemente hacernos saber que más allá de nuestros errores siempre tenemos otra oportunidad para intentar hacer las cosas mejor. Está en cada uno de nosotros el creerlo. Pero si lo vamos a hacer, que nos sea útil, y obremos en consecuencia.

http://www.nueva-acropolis.org.ar/filosofia/articulos-filosoficos/92-la-reencarnacion-en-occidente

Un comentario en “La reencarnación en Occidente

  1. Si como me han dicho, yo he tenido muchas reencarnaciones, como me he portado bien, espero me sea concedido no volverme a reencarnar jamás. Y eso que estoy satisfecha de haber vivido.

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