Yemen es un país «al borde de la guerra civil». Así lo definió ante el Consejo de Seguridad de la ONU el enviado especial de esa organización, Jamal Benomar, a la nación árabe.
Las palabras de Benomar se escucharon en una sesión de emergencia para tratar la situación del país en el día en que rebeldes hutíes tomaron partes de la tercera ciudad más grande, Taiz, incluido el aeropuerto.
Cuando se deteriora la situación en Yemen, BBC Mundo le presenta el relato de la periodista Safa al Alhmad, quien recorrió el país recientemente, meses después de que miles de combatientes del norte del país, los hutíes, tomaran el control de la capital, Saná.
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En septiembre del año pasado, miles de combatientes del norte de Yemen tomaron el control de la capital, Saná. El gobierno estaba débil, su ejército fragmentado, y los rebeldes, llamados hutíes, se hicieron con la ciudad en sólo cuatro días.
El presidente yemení, Abd Rabbuh Mansour Hadi, huyó de Saná e instaló un nuevo gobierno con base en Adén, donde la semana pasada se repitieron los choques entre las tropas leales al presidente y aquellos que apoyan a su predecesor -Ali Abdullah Saleh- y a los rebeldes hutíes.
El secreto movimiento hutí siempre fue un misterio para mí.
Fui a Yemen a seguirlos, a tratar de entender de dónde vienen y qué quieren desde que se convirtieron en la gente más poderosa del país.
Y lo que descubrí fue un país dividido, ya que los hutíes -chiitas zaidíes- controlan la capital aunque se enfrentan a al Qaeda por ello, mientras que los militantes sunitas controlan el sur.
Así, encontré sentimientos muy variados cuando emprendí un viaje por el país para hablar con los hutíes y sus enemigos.
Saná
Empiezo la travesía en la capital, Saná.
Durante mis primeros días allí, al Qaeda bombardea la plaza principal, donde los hutíes, en el poder desde hace pocas semanas, ofrecen un mitin.
«La fuerza de la explosión lanzó a la gente por los aires», me cuenta un testigo cuando llego a la escena poco después del incidente.
«Hay muchos niños y ancianos muertos. Mucha gente».
Culpan a un atacante suicida de la matanza.
El lema hutí decora todas las paredes de Saná.
Es un cántico político iraní inspirado en los días de la revolución de 1979 y reza así: «Alá es grande. Muerte a Estados Unidos. Muerte a Israel. Alá maldiga a los judíos. La victoria para el islam».
Me quedo en casa de mi buena amiga Radiya, una activista pro derechos humanos, y su padre, el político Mohamed Al Mutawakil.
«Honestamente, creo que esta es la peor fase por la que ha pasado Yemen jamás», me dice Radiya.
Cuando regreso a la ciudad unas semanas después los ánimos han cambiado. Los lemas hutíes están tachados en todas partes.
Hay rumores de que los hutíes están atacando las mezquitas de la capital y cambiando sus imanes.
Y en una de esas mezquitas veo carteles que dicen «los hutíes no son el pueblo».
De acuerdo a los grupos que trabajan a favor de los derechos humanos, estos chiitas zaidíes asesinan y torturan a sus oponentes en la ciudad.
Y las noticias sobre muertes me tocan de cerca. Mohamed Al Mutawakil, en cuya casa me hospedé durante el tiempo en el que estuve en Saná, fue asesinado a tiros.
El suceso impacta a todos, que coinciden que Mutawakil era un gran y honesto político.
Yo estoy desconsolada, como sus familiares y amigos.
Sospechamos que lo mató al Qaeda, pero nadie asume la responsabilidad.
Saada
El gobierno yemení declaró la guerra a los hutíes seis veces en la última década.
Durante años intenté ir a Saada, en el noroeste del país, pero el gobierno raramente permite la entrada a los periodistas, lo que aumenta la sensación de aislamiento de esa región.
En 2004 el líder de los hutíes, Hussein Badr al Din al Houthi, terminó escondiéndose del ejército yemení en una cueva de las montañas de Marran, en dicha provincia.
Sus adeptos dicen que los soldados rociaron la caverna con gasolina y que le prendieron fuego, después de lo cual lo capturaron y lo mataron.
Pero la violencia continuó.
Para 2009 Arabia Saudita se había unido al ejército de Yemen para atacar Saada, el bastión de los hutíes, a través de la frontera del sur.
La vieja ciudad aún conserva las cicatrices de la sexta y última de las guerras. Algunos edificios lucen grandes agujeros, y otros son sólo una montaña de escombros.
Una de las pocas mujeres que permaneció en la ciudad durante el conflicto, Um Zayd, me dice que vivieron bajo ataque durante siete u ocho meses.
«Nadie exigió que se levantara el asedio. Nadie nos ayudó. Saada sufrió toda esa injusticia sin que la ciudad tuviera culpa alguna».
Su patio es ahora un cementerio.
La violencia hacia los hutíes marcó el tratamiento que estos darían después a sus oponentes.
Radá
La provincia de Al Bayda solía ser el corazón de al Qaeda en Yemen, pero los hutíes ahora también están presentes.
Hay muchos puestos de control hutíes.
Tres semanas antes de mi llegada a la ciudad de Radá hubo una intensa batalla. Las dos partes tuvieron muchos muertos, pero los hutíes lograron expulsar a los militantes de al Qaeda.
Walid, un combatiente hutí, me muestra los alrededores.
«En este lugar la gente de la ciudad se reunió con al Qaeda», me dice, señalando una zona al aire libre cerca de una mezquita.
«Partimos pan juntos y al día siguiente dispararon contra nuestras casas con armamento pesado».
Oigo hablar de un atacante suicida de al Qaeda que llegó a las afueras de la ciudad y trató de cruzar un puesto de control hutí con un niño pequeño en el asiento delantero.
El auto se detuvo y explotó.
El conductor y el niño fallecieron. Y del puesto de control quedan unos escombros.
Pero los hutíes también han destruído partes de la ciudad.
Walid me muestra una montaña de ladrillos medio pulverizados. Era la casa de un extremista, explica.
«Solía secuestrar a gente de Radá y traerla a su casa para torturarla», cuenta. «Aterrorizó a toda la ciudad».
Así que los hutíes destruyeron su casa para hacer de él un ejemplo, señala Walid.
Más allá de Radá
Un grupo de soldados armados vestidos de camuflaje se encuentra con el equipo de la BBC al cruzar al territorio de al Qaeda.
Muchas de las tribus sunitas de aquí son aliadas de al Qaeda, pero no todas.
Eso sí, todas ellas están unidas en la lucha contra los hutíes.
Miles de combatientes sunitas de la provincia de Bayda siguen a un líder tribal, Ziyad al Majdali.
«(Los hutíes) vuelan mezquitas y escuelas y gritan ‘Muerte a Estados Unidos. Muerte a Israel'», explica Al Majdali.
«Pero, ¿pertenecen acaso estas mezquitas a EE.UU. o Israel?», pregunta.
«Si un militante de al Qaeda y yo estamos luchando en la misma trinchera contra los hutíes, este se convierte en mi hermano, en mi hermano en armas», añade.
Ahmad Jamis, un prominente yihadista local, dice que ama al grupo autodenominado Estado Islámico.
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«EI es una realidad y controla el territorio», dice. «Se harán cargo de los distritos y se involucrarán en el combate directo. No se van a retirar de la batalla, al igual que en Irak».
Y añade: «Tenemos la esperanza de ser gobernados por el islam y liberados de la ocupación chiíta».
Adén
Me dirijo a la mayor ciudad del sur de Yemen, Adén, para ver cómo están reaccionando las zonas libres del control de los hutíes.
Durante décadas han reclamado la escisión del norte. Y el gobierno yemení ha utilizado la violencia de forma consistente contra el movimiento secesionista, en un intento de aplastarlo.
En este área existe un fuerte sentimiento antihutí.
«Muerte a los hutíes» es un grafiti ubicuo en la ciudad.
Un numeroso grupo se reúne para un mitin secesionista. Ondean la bandera regional y se agrupan alrededor de un escenario.
«¿Quieres la unidad con el norte?», grita un hombre con micrófono desde el escenario.
«¡No!», responden los allí reunidos.
El mitin se convierte en una manifestación y la gente empieza a marchar por las calles de la ciudad, impulsada por una apasionada ira.
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Visto esto, casi siento a Yemen colapsar.
Me paseo por las calles en la parte de atrás de una camioneta junto a Abdulrahman, un periodista hutí.
«Hay una revolución en marcha en el norte y otra en el sur», me dice.
«Los yemeníes son forasteros en su propio país».