Esta hermandad –que era más o menos perseguida y mantenida en el ostracismo– daría personas que cambiarían la faz del mundo y el curso de la historia.
Los esenios se consideraban separados a sí mismos, no por causas externas, como el color de la piel, el pelo, etc., sino porque la iluminación de su vida interna y su conocimiento de los ocultos misterios de la naturaleza eran desconocidos para otros hombres.
Ellos pensaban, con muy buenas razones para ello, que eran herededos de los antiguos hijos e hijas de Dios, herededos de su antigua y gran civilización.
Sentían que les había sido confiada una misión, que eventualmente sería la fundación del cristianismo y la civilización occidental, y estaban apoyados en este esfuerzo por seres altamente evolucionados que dirigían la fraternidad. Eran verdaderos santos, Maestros de sabiduría, hierofantes de las antiguas artes maestras.
Los esenios no se limitaban a una sola religión, sino que estudiaban todas para poder extraer de ellas los grandes principios científicos.
Una de sus más grandes preocupaciones era protegerse de cualquier contacto con espíritus del mal, para poder preservar la pureza de sus almas. Sabían que estarían en la tierra durante un corto período de tiempo y no querían prostituir sus almas eternas. Fue esta actitud, esta estricta disciplina, esta absoluta negativa a mentir o a comprometerse, lo que les hizo objeto de muchísimas persecuciones a través del tiempo.
Los esenios se consideraban guardianes de las Divinas Enseñanzas. Poseían un gran número de manuscritos muy antiguos, algunos de los cuales databan del inicio de los tiempos. Una gran parte de los miembros de la Escuela pasaban el tiempo descifrando sus códigos, traduciéndolos a varias lenguas, reproduciéndolos para perpetuar y preservar este avanzado conocimiento, y consideraban este trabajo como una tarea sagrada.
Los esenios consideraban su Fraternidad, compuesta de hombres y mujeres, como la presencia en la tierra de las enseñanzas de los hijos y las hijas de Dios. Ellos eran la luz que brilla en las tinieblas, que invita a la oscuridad a convertirse en luz. Así, para ellos, cuando un candidado solicitaba ser admitido en la Escuela, ello significaba que dentro de él se había puesto en marcha un completo proceso del despertar del alma. Un alma así, estaba lista para ascender las escaleras del sagrado templo de la humanidad.
Los esenios sabían diferenciar entre las almas que aún estaban dormidas, las que estaban sólo medio despiertas, y las despiertas. Su tarea era ayudar, consolar y aliviar a las almas dormidas, tratar de despertar a las que estaban a medias, y dar la bienvenida y guiar a las almas despiertas. Sólo las almas que se consideraban despiertas podrían recibir la iniciación en los misterios de la Fraternidad esenia, integrada por hombres y mujeres. Entonces comenzaba para ellos el sendero de evolución, que ya no se detiene más a través del ciclo de sus encarnaciones.
Todos conocían a «los hermanos y hermanas vestidos de blanco». Los hebreos los llamaban»La Escuela de los Profetas»; para los egipcios, ellos eran «los Sanadores, los Médicos». Tenían propiedades en casi todas las grandes ciudades, y en Jerusalén había incluso una puerta que llevaba su nombre: La Puerta de los Esenios. También eran grandes defensores de la vida animal, demostrando así su gran inteligencia y corazón.
A pesar de algunos temores y bromas, debido principalmente al rechazo a aquello que se desconoce, las personas sentían en general respeto y estimación por los esenios, por su honestidad, su pacifismo, su bondad, su discreción, y su talento como sanadores, dedicados tanto a los pobres como a los ricos. Las gentes sabían que muchos grandes profetas hebreos provenían del linaje de la Escuela esenia.
Es más, aún cuando la Fraternidad era muy estricta sobre las leyes secretas en relación con su doctrina interna, cultivaban muchos puntos de contacto con las personas, principalmente a través de los sitios donde daban alojamiento a peregrinos de todo horizonte, proporciondo ayuda en los períodos difíciles, y especialmente a través de la sanación de los enfermos. Estos sitios donde se impartían las enseñanzas básicas y se practicaba la sanación estaban localizados en lugares que tuvieran acceso público para que todas las personas pudieran acudir.
Gracias por el artículo Maestro, todavía me sigue produciendo una gran ternura el leer algo sobre ellos. Eran Maestros auténticos. Supongo que ahora entre nosotros todavía existen, pero están por ahí desperdigados o encarnados de forma que su saber haya de ser distribuido y puesto a disposición de los demás, pero ya no como grupo. Esto hoy en día no podría ser manejable desde el punto de vista de que cualquier «creencia aislada» aunque sea auténtica sería inmediatamente tildada de miles de formas, nunca positivas, por lo tanto estas esencias esenias están por ahí repartidas en miles o millones de vivientes.
Gracias a ti Ana por tus comentarios y aportaciones.
Siempre que quieras puedes mandarme algún artículo al correo y lo publicaré
Un saludo
Tuve el placer de visitar Israel de arriba a abajo (salvo el desierto de Neguev y el centro de Samaria por motivos de «seguridad», hace unos años y siempre he dicho que el Monasterio de Qumran fue lo que mas me impresionó. Tal vez llevara mi opinión un tanto forjada por adelantado, pero la verdad es que esas ruinas tenía verdadera ansia de verlas. Precisamente allí mantuve un debate con un par de sacerdotes sobre el tema del origen del hoy llamado cristianismo. Ellos no podían admitir que (el llamado) Jesús de Nazaret hubiese adquirido precisamente allí sus conocimientos, mientras yo mantenía (y mantengo) que en esas ruinas «nació» lo que mas tarde se conocería como Cristianismo. En la actualidad también podríamos ver algo semejante por otras latitudes, por ejemplo los Suffíes que yo tuve ocasión de conocer a la «entrada» del Sáhara, al sur de Túnez. Hacen suya la vieja frase de que «estais en este mundo, mas ya no sois de este mundo». Salu2 a to2