La verdadera historia de Barba azul

Se llamaba Gilíes de Rais, de Rays o de Retz, que de las tres maneras lo he visto escrito. ¿Fue él quien dio origen a la leyenda de Barba Azul? Así lo aseveran muchos historiadores aunque algunos hay que remontan el cuento al folklore hindú. Sea como sea ahí va su historia.

No tenía aún veinte años cuando raptó a Catalina de Thouars, que apenas había cumplido quince. Se casó con ella la misma noche del rapto. ¿Por amor? No, por ambición. Los Thouars poseían varios castillos que juntos con los de Rais- Laval harían de la unión la más ricay potente de Francia. Pero la familia de Catalina no aprobó el casamiento y rechazó unir las propiedades. Gilíes de Rais hizo raptar a la madre de Catalina y la encerró en un castillo a pan y agua hasta que le cedió los castillos de Pauzauges y Tiffauges. Hecho lo cual y asegurado su poder, marchó hacia la guerra contra los ingleses.

 

 

Una doncella, de nombre Juana de Arco, reunía en torno suyo a los mejores guerreros de Francia. Gilíes de Rais se unió a ella y sus proezas hicieron que llegase al grado de mariscal. Quizá fue el único período de su vida en que se entregó en cuerpo y alma a una causa noble.

La derrota de Juana de Arco, por traición, su proceso y su muerte en la hoguera acabaron con las buenas intenciones de Gilíes de Rais, quien volvió a sus tierras y sus castillos. En el de Tiff auges le esperaban su esposa y su hija, de las que no hizo el menor caso. Su negra barba de azulados reflejos hizo que se le llamara Barba Azul. Era inteligente y culto, ambicioso, ávido de riquezas y despilfarrador.

El doctor Gabanes dice: «Desde este momento se entrega a los más locos dispendios para satisfacer sus más caros caprichos.»Entre otras costosas fantasías, había fundado una colegiata, cuyo personal, compuesto de cerca de treinta individuos, le acompañaba con su casa militar en sus menores traslados. El entretenimiento de este servicio le costaba sumas considerables: nada le parecía demasiado bueno para sus servidores; hacaneas y caballos de los más caros, largas togas colgantes de escarlata y telas finas, maletas y baúles para transportar los efectos; no se recuerda príncipe o rey que hubiesen llevado un lujo semejante.

»Este hombre tenía pasión por todas las artes, especialmente por la música.

Si oía decir que se había escuchado una hermosa voz, no descansaba hasta conseguir llevar a su servicio a quien la poseía, por muy lejos que estuviera. »

¿Se quiere otros detalles de sus fastuosos gustos? Poseía muchos pares de órganos: unos, grandes; pequeños los otros. El sonido de este instrumento le producía tal enajenación, que se los hizo construir portátiles para que le acompañaran en sus menores traslados. Seis hombres robustos estaban encargados de transportarlos sobre sus espaldas a todos los sitios en que tenía a bien instalarse. »

Sus larguezas no se limitaban a sus servidores; todo el que acudía a él participaba de ellas; el extranjero era bien recibido, cualquiera que fuese su condición, a toda hora del día o de la noche; tenía hospitalaria mesa, y era raro que abandonase esa mansión hospitalaria sin salir colmado de dones en especies o en metálico.

Para procurar el dinero, que le había llegado a ser cada vez más necesario, ¡a cuántos recursos tendría que apelar, a cuántos ruinosos contratos habría que someterse! »Aposentadores, burgueses y mercaderes son puestos a contribución, y le adelantan a un interés usurario las sumas que, por una generosidad imperiosa, se funden entre los dedos y se hunden en un abismo sin fondo. »Gilíes se aproxima al momento en el que se anuncia, amenazadora, la ruina inevitable. Sus cofres están vacíos; su crédito, agotado; los que le rodean en las horas dichosas, presintiendo el desastre, se alejan de él. Llegada la adversa fortuna, pueden contarse sus amigos. Ante esta situación se vuelve hacia el esoterismo buscando en la alquimia el modo de fabricar el oro que le falta.

Cae en manos de un embaucador llamado Prelati quien le asegura que llenará sus arcas gracias a la magia negra. Prelati, inclinado sobre las retortas, espiará el hervir de los metales en fusión, pronunciará las fórmulas conjuratorias, evocará al espíritu malo, cuyas buenas disposiciones trata de captarse el señor de Rais. »El mariscal visita con frecuencia a su cómplice, se informa con ansiedad del resultado de las investigaciones. En las piezas próximas, sus curiosos compañeros escuchan, tratan de coger las palabras misteriosas pronunciadas por los devotos de Satanás. Pero nada se trasluce de lo que se trama en el antro de las brujerías. Las lenguas están próximas a desatarse, hay que desconfiar hasta de los amigos más seguros. Prelati augura a su señor que, en una de sus invocaciones, ha visto cerca de él un demonio bajo la forma de un leopardo pero que esta aparición fantástica se desvaneció sin que hubiera podido pronunciar palabra alguna. El crédulo mariscal le hizo caso y mandó que se redoblasen los ensalmos y conjuras, El sedicente mago llevó a su amo a un bosque. Era medianoche, la hora de los conjuros satánicos. Estuvo dos horas invocando al diablo y éste no apareció a pesar de los círculos mágicos que Prelati trazaba en el suelo y de los sacrificios de animales que le ofrecieron.

Aquí lo grotesco va a ceder el sitio a lo odioso. Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas —ha dicho uno de los familiares de Gilíes de Rais— si no ofrece al demonio la sangre y los miembros de niños llevados a la muerte. Porque su lectura habitual la constituyen los más ardientes poemas de Ovidio y el relato que hace Suetonio de los criminales sacrificios que exige el rey del Infierno. ¿Qué le importa el sacrificio de vidas humanas si adquiere a ese precio el poderío que codicia? Un día se ofrece a la vista de dos de sus servidores que han penetrado en la cámara de su maestro un espectáculo horroroso. Le ven teniendo la mano, el corazón, los ojos y sangre de un niño que acaba de hacer matar. Le ven envolver estos despojos sangrientos en un lienzo blanco, depositarlo sobre el mármol de la chimenea, y después le oyen ordenar que cierren su habitación con llave y que no se deje entrar a alma viviente bajo pretexto alguno. Llegada la tarde, Gilíes ocultaba en una de las mangas de su vestido

(bastante amplias en aquella época) los restos mutilados y los transportaba al retiro de Prelati.

»Según confesión del mariscal de Rais cuyo proceso se conserva: Hace ocho años que se me ocurrió esta idea diabólica. Fue el mismo año en que mi abuelo, el señor de la Suze, pasó de esta vida a la otra. Estando, por casualidad, en la biblioteca de dicho castillo, encontré un libro latino de la vida y costumbres de los cesares de Roma, escrito por un sabio historiador llamado Suetonio, dicho libro estaba adornado con imágenes bastante bien pintadas, en las que se veían las maneras de conducirse de estos emperadores paganos, y leí, en esta hermosa historia, cómo Tiberio, Caracalla y otros cesares se recreaban con los niños y el singular placer de martirizarlos. Por lo cual yo quise imitar a los mencionados cesares, y la misma tarde empecé a hacerlo, siguiendo las imágenes de la narración y del libro. Por algún tiempo no confié mi caso a persona alguna; pero, después, lo dije a muchas, entre otras a Henriet y Poitou, que se había aficionado a este juego. “Éstos antedichos fueron los que me ayudaban en el misterio y se encargaban de buscar los niños para mis trabajos.»

«Entonces empezó lo más horrible que se pueda imaginar. Gilíes de Rais necesitaba niños para sus sacrificios. Se desarrolló al propio tiempo en él una tendencia a la pederastía. Sería menester copiar íntegras las actas del proceso — están publicadas y yo las poseo— para dar una idea de lo monstruoso de sus actos. No soy precisamente un mojigato pero me resisto a la idea de darlas en su integridad. En 1959 fueron publicadas por el Club Francais du Livre con una introducción de Georges Bataille. El libro lo poseo porque me lo regaló mi amigo Rafael Gay de Montellá, célebre abogado barcelonés que, horrorizado por su contenido, no lo quiso tener en su biblioteca. He aquí un resumen edulcorado y sin demasiados detalles escabrosos que en el proceso están descritos con una minuciosidad horripilante.

»Una noche Catalina, la esposa de Gilíes de Rais, estaba preocupada por la fiebre de su hija María. Quería avisar a su marido pero éste se encontraba en un ala del castillo a la que le había prohibido la entrada diciendo que si abría aquella puerta la mataría. Durante mucho tiempo vaciló la dama pero preocupada cada vez más por la salud de su hija se decidió a burlar la prohibición. Pasó al recinto prohibido y abrió la puerta que su marido le había vedado abrir. No pudo contener un grito de horror. El espectáculo era espeluznante. De unos garfios en la pared colgaban vivos varios niños que gritaban de dolor. Su esposo tenía en brazos a otro niño lleno de sangre. A su alrededor dos o tres servidores martirizaban a otros. Catalina salió huyendo perseguida por los criados. Gilíes de Rais le perdonó la vida a condición que no contara a nadie lo que había visto y la recluyó en un castillo lejano. ¿Qué ocurría?

»En su afán por procurarse víctimas para sus sacrificios, servidores de Gilíes de Rais recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que les harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos. De ellos los padres no tenían más noticias. Si preguntaban se les respondía que estaban bien. Pronto la gente se alarmó y se recurrió a los raptos. El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Desaparecían niños y niñas y se comenzó a murmurar. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Llegó un momento en que fue tan grande que las murmuraciones se. convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.

»E1 14 de septiembre de 1440 se presentó a las puertas del castillo de Machecoul, donde estaba entonces Gilíes de Rais, un grupo armado al mando del capitán Jean Labbé, que iba acompañado por el notario Robin Guillaumet, en nombre del obispo de Nantes, Jean de Malestroit. Portaban órdenes del duque de Borgoña. Era el fin. Gilíes de Rais se entregó y el 19 del mismo mes, es decir cuatro días después de su detención, empezó el interrogatorio que continuó el día 28, y

los días 8, 11 y 13 de octubre.

»Ya he dicho que no voy a traducir los párrafos de la acusación. Basta decir que además del pecado de herejía y de pactar con el demonio salió a la luz que el mariscal sacrificaba niños. Los colgaba de los garfios que había en las paredes y cuando se desmayaban los descolgaba, los tomaba en brazos y les consolaba diciéndoles que no pensaba hacerles ningún daño. Después les sodomizaba y, en el momento del orgasmo, los degollaba para que los estertores de la muerte hicieran más agudo su placer. Besaba luego las cabezas cortadas mientras le chorreaba la sangre por el rostro y manchaba sus vestidos.

Más de 300 niños y niñas perecieron de este modo; llegó a sacrificar mujeres encinta a las que abría el vientre para profanar los fetos. Durante el proceso Gilíes de Rais reconoció sus crímenes y pidió perdón por ellos. Fue condenado a ser colgado y quemado vivo. Se levantaron tres horcas: para el mariscal y dos de sus principales cómplices, Henriet y Poitou. Se colocó un escabel debajo de los pies de Gilíes, se le pasó una cuerda al cuello, retirado el escabel que le sostenía el mariscal de Rais fue lanzado al espacio, encima de la hoguera, y se prendió fuego a la leña amontonada debajo de él. La agonía fue corta. El fuego se elevó alrededor del cuerpo del ajusticiado; la cuerda que le sostenía sobre las llamas se rompió a medio consumir, y el cuerpo cayó sobre la hoguera. Catalina de Rais asistió al proceso y a la ejecución de su marido sin derramar una lágrima. Se retiró a sus tierras y poco tiempo después contrajo nuevas nupcias con Jean de Vendóme. Pero jamás pudo olvidar el espectáculo que se ofreció a sus ojos cuando abrió la puerta prohibida.»

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Un comentario en “La verdadera historia de Barba azul

  1. Una de Cuentos de Mil y Una Noches – En la mezquita de Córdoba:

    Joven Califa de la Barba Azul
    que enterrádote han en la Mezquita.
    De Alah en el Paraíso
    gózate con las huríes del Profeta.
    Sigue tocando tu laúd.
    Y calla.

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