El otro día, una amable lectora me preguntaba por la pilosidad corporal de las recreaciones de un macho y una hembra del yacimiento de Dmanisi (1.8 millones de años). La artista francesa que realizó estas recreaciones, Elizabeth Daynes, estuvo condicionada por la falta de información sobre las partes del cuerpo que no fosilizan y por el llamado criterio del “actualismo”. Elizabeth Daynes representa a los homininos del pasado condicionada por lo que ve en la humanidad actual. Aún así, nuestra amable lectora recordaba que la pilosidad de la mujer no se ha perdido, sino que se elimina por cuestiones culturales. Una moda que también ha sido adoptada por los hombres. Pareciera que la belleza consiste en carecer completamente de pelo en la mayor parte del cuerpo. Posiblemente es una cuestión pasajera. Las modas cambian.
Por supuesto, y salvo contadísimas excepciones (hipertricosis o síndrome del “hombre lobo”) los seres humanos hemos perdido la enorme cantidad y densidad de pelo que cubre por completo el cuerpo de los mamíferos. La fina vellosidad o lanugo del feto, que cubre su cuerpo durante una semanas, representa la distribución del pelo de otros mamíferos. El lanugo se pierde pronto, con los consiguientes e incómodos efectos en las madres gestantes, y nacemos prácticamente lampiños en la mayor parte del cuerpo. Al crecer, desarrollamos el cuero cabelludo, que protege la cabeza y el cerebro y una cierta pilosidad corporal más o menos abundante según los individuos y las poblaciones. Pero se trata de una pilosidad diferente a la de otros mamíferos, tanto en su distribución como en su abundancia.
Es lógico preguntarse por este cambio tan importante de nuestro aspecto físico. La imagen que abre este post fue realizada hace pocos años por Mauricio Antón, quizá nuestro artista más internacional en la reconstrucción de especies del pasado. Esta imagen, que representa a un humano de Dmanisi, fue portada de la revista “National Geographic” y supuso un grave disgusto para uno de los paleoantropólogos que ha llevado a cabo estudios de este grupo humano tan antiguo de la República de Georgia. Philip Rightmire siempre ha querido relacionar a los humanos de Dmanisi con poblaciones más recientes. Sin embargo, Mauricio Antón no solo es un gran artista, sino un consumado anatomista y un estudioso de la evolución. Es por ello que representó a un hominino de Dmanisi con el aspecto externo de cualquier otro primate, como los chimpancés. Casi dos millones de años de antigüedad es mucho tiempo y los humanos de entonces podían tener tanto pelo como cualquier otra especie de mamífero ¿Por qué no?
Siempre me he preguntado como las poblaciones del género Homo que colonizaron el hemisferio norte pudieron sobrevivir a las glaciaciones. Estos períodos tan fríos pudieron acabar con la existencia de muchas poblaciones de homininos, que habían llegado de África y se habían asentado en un continente todavía muy cálido. La acentuación del frío de las glaciaciones tuvo que conllevar cambios adaptativos fisiológicos en la poblaciones de Eurasia, aunque pudieran encontrar refugio en las penínsulas europeas y en sur de Asia. Sin el apoyo de avances culturales, como el fuego, aquellos humanos tuvieron que desarrollar una piel suficientemente grasa y una protección pilosa adecuadas a la situación sobrevenida con las glaciaciones. De no ser así quizá hoy no estaríamos escribiendo o leyendo este post. Quizá nos salvamos “por los pelos”. Es por ello que prefiero la reconstrucción de Mauricio Antón a la de Elizabeth Daynes, sabiendo que los dos artistas han tenido que emplear su imaginación para representar a nuestros ancestros. La pérdida definitiva de pelo abundante pudo ser una adaptación más reciente. Y todo ello sin olvidar lo que recordaba nuestra amable lectora: seguimos teniendo mucho pelo, aunque lo queramos esconder.