Escuchar a Joaquín Araujo es escuchar un río de palabras, que nace en una inteligencia emboscada en lo más profundo de un bosque imaginado o, mejor dicho, recreado magníficamente en su corazón y en un rincón de Extremadura donde ha plantado miles de árboles para el bien de todos, presentes y futuras generaciones, que podrán holgar bajo su sombra, bendita imagen de reposo en la belleza.
Joaquín es un emboscado, un hermano de la madre selva que expele sus aromas para la embriaguez de quien se entrega, del árbol en sus miles de expresiones; de los pájaros, con los que sabe hablar en su propio idioma, pues los ha escuchado con atención plena hasta desaparecer en sus trinos; hermano y discípulo de la sabia savia, que lleva implícita lecciones magistrales para los economistas desalmados, amigo de lagartijas, culebras y culebrillas, topos y mariquitas e incluso de las piedras que como maestras enseñan de permanencia y estabilidad minerales, ¡quién las tuviera! Y en definitiva hermano de todos los compañeros de este magnífico viaje que es la vida.
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