El primer poblamiento de América ha sido objeto de debate durante años. La antigüedad de la entrada de los primeros colonizadores y la posibilidad de que América fuera poblada en sucesivas oleadas han sido temas recurrentes en los congresos y publicaciones especializados. La mayor parte de los especialistas en estas cuestiones sostienen que la colonización del continente americano comenzó hace unos 17.000 años, durante la última gran glaciación. Los humanos modernos ya disponíamos de los suficientes avances tecnológicos para superar el intenso frío glacial y habíamos alcanzado latitudes muy elevadas a pesar las inclemencias de regiones como Siberia. Los miembros de nuestra especie cruzaron el puente de hielo que cubría el actual estrecho de Bering y se movieron rápidamente por tierras americanas. Sin saberlo, estaban descubriendo un nuevo continente.
Las dataciones más antiguas de un yacimiento americano no están precisamente en el norte, sino en el actual estado de Chile. El yacimiento de Monte Verde tiene unos 14.600 años de antigüedad. Este dato sugiere que la colonización de todo el continente pudo producirse en unos 2.000 años. Este tiempo puede considerarse como el record de colonización de un territorio por parte de nuestra especie. Nunca antes había sucedido algo semejante en especies pretéritas. Y todavía sigue sin comprenderse la razones de un viaje tan rápido de miles de kilómetros a través del continente americano.
Dejando a un lado los debates sobre un posible poblamiento más temprano, la mayoría de los expertos piensan en la posibilidad de que América fuera colonizada por grupos humanos diferentes ¿Por qué no? Existen datos sobre diferencias en la forma del cráneo, estrecho y alargado (dolicocefalia) versus ancho y corto (braquicefalia) entre poblaciones americanas del pasado y del presente, que invitan a pensar en diferentes movimientos migratorios. Este asunto ha dado un giro inesperado, según nos cuenta la revista Nature en su último número del 30 de abril. El equipo de Lars Fehren-Schmitz (Universidad de California) ha presentado evidencias genéticas para sostener la hipótesis de una única oleada de población. Y no se trata del estudio de un nuevo yacimiento, sino de datos obtenidos en restos humanos olvidados en los cajones de algún armario del Museo de Arqueología, Antropología e Historia de Lima (Perú). Los “hallazgos” arqueológicos y paleontológicos en museos con solera son más frecuentes de lo que pudiera parecer. En estos museos se conserva un patrimonio muy rico, almacenado durante años por expertos que no pudieron obtener más que una parte de la información. Las nuevas tecnologías, como la posibilidad de obtener ADN de restos antiguos, representan una segunda oportunidad.
En los años 1950 y 1960 el arqueólogo peruano Augusto Cárdich localizó restos de hasta once esqueletos humanos en el abrigo de la cueva de Lauricocha, en la región de los Andes. Esta región tiene una altitud de 3.900-4.200 metros, lo que da una idea de la capacidad adaptativa de nuestra especie. Ninguna otra especie había sido capaz de vivir en esa altitud. La única datación obtenida entonces arrojó un dato de 9.000 años antes del presente (AP), que dio un enorme protagonismo al yacimiento. Algunos años más tarde, una segunda datación dio una fecha de 5.000 años AP. Ese dato restó importancia al hallazgo, a pesar de la enorme cantidad de información arqueológica y biológica obtenida en el abrigo de Lauricocha.
Fehren-Schmitz y su equipo han realizado nuevas dataciones de los restos de cuatro de los esqueletos inhumados en Lauricocha, que arrojan cifras entre 9.000 y 2.300 años AC. Curiosamente, la única mujer del grupo tiene cráneo estrecho y alargado. Además, estos investigadores ha conseguido secuenciar el ADN mitocondrial (ADNm) y del cromosoma Y de los individuos masculinos. El ADNm está relacionado con linajes maternos comunes antiguos y recientes, tanto de América del norte como de América del sur. El ADN del cromosoma Y conduce hasta el inicio del linaje, hace 17.000 años. Ningún resultado lleva a pensar en que exista más de una genealogía humana en todo ese tiempo. Aún más interesante resultará conocer como se han producido las variantes genéticas que permitieron a los miembros de nuestra especie vivir en esas altitudes sin perecer por una menor cantidad de oxígeno.