Hace tres años, un político húngaro de extrema derecha que tenía un fuerte discurso antisemita descubrió que es judío.
Tras el hallazgo, abandonó su partido y emprendió un extraordinario viaje personal para conocer y practicar su fe judía.
Segundos antes de aparecer en el escenario, Csanad Szegedi recorre el pasillo de la escuela como un león enjaulado.
En ese momento, concluye la presentación del director, los alumnos que llenan la sala aplauden con entusiasmo y el hombretón sube los escalones con la sangre rugiendo en sus oídos.
Recupera la confianza y juega con la audiencia, al igual que hizo en el pasado durante sus mítines políticos o como miembro del Parlamento Europeo.
Tiene cierto parecido al cantante estadounidense Johnny Cash.
«Hola, soy Csanad Szegedi».
Los alumnos de la escuela de secundaria Piarist escuchan con atención cada una de sus palabras.
«Les hablo aquí hoy», dice el hombre de cara redonda, con ojos pequeños e inteligentes, «porque si alguien me hubiera dicho cuando tenía 16 ó 17 años lo que les voy a decir ahora, quizá no me hubiera descarriado tanto».
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La Guardia Húngara
Como segundo líder del partido radical nacionalista de Hungría, Jobbik, Szegedi cofundó la Guardia Húngara, una formación paramilitar que marchaba en uniforme por barrios gitanos.
Y responsabilizaba a los judíos, igual que a los gitanos, de todos los males de la sociedad húngara, hasta que se dio cuenta de que él era judío.
Tras varios meses de duda, durante los cuales el líder de su partido incluso consideró mantenerlo como el «judío domesticado» de la formación política en respuesta a las acusaciones de antisemitismo, se marchó.
Como no es hombre de hacer las cosas a medias, ahora se ha convertido en un judío ortodoxo, y ha viajado a Israel y al campo de concentración de Auschwitz, al que su propia abuela sobrevivió.
Descubrió que su abuela vestía camisas de manga larga o una gasa en verano para ocultar el número tatuado en su brazo que delataba su paso por el campo de concentración.
Conforme su vieja personalidad se fue desmoronando, Szegedi se sometió a una cirugía radical de sí mismo.
Incluso prendió fuego a copias de su propia biografía, titulada «Creo en la resurrección de la nación húngara».
Ahora habla a los estudiantes sin apuntes, a veces caminando a lo largo del escenario, a veces sentado al fondo en una silla, pero manteniendo su atención gracias a una combinación de confesiones, historias familiares y bromas.
Su cambio parece completo, hay risitas de las chicas, y gestos de vergüenza entre los chicos en la audiencia cuando describe su circuncisión. Entonces llegan las preguntas.
«¿Conocías algún judío antes de descubrir tus propias raíces judías? ¿Cómo reaccionas cuando oyes comentarios antisemitas hoy día? ¿Eras cristiano practicante antes de convertirte al judaísmo? ¿Fue duro romper con tu partido?»
Las respuestas son directas.
«El antisemitismo no necesita a los judíos, porque está basado en premisas falsas. Es la proyección de los miedos de uno mismo y la falta de autoestima», sostiene.
Se casó por el rito protestante pero nunca fue bautizado.
Cada ruptura fue dura, pero intentó hacerlo de forma pacífica y reconocer firmemente sus propios errores.
Y también cumplió con su deber de señalar el extremismo de su viejo partido.
¿Volver a la política?
Más tarde, nos encontramos en un apartamento de la capital húngara, Budapest, en una popular calle peatonal, uno de los varios locales que alquila.
En el pasado vendía materiales de extrema derecha, como camisetas y banderas, y ahora trabaja en el sector inmobiliario, con el mismo éxito.
Parece que todo lo que toca se convierte en oro.
«¿Qué piensa de la nueva dirección, más moderada, impuesta en su antigua formación por el líder Gabor Vona?», le pregunto. «Si Vona tiene éxito, ¿consideraría volver al partido, esta vez como un judío practicante en lugar de un antisemita?».
Szegedi se ríe. «¡Sólo la BBC me haría esa pregunta!».
«Vona tenía que virar al centro. Pero el partido está todavía lleno de personas que se unieron por su radicalismo, su nacionalismo, su extremismo.
«Y no quieren nada menos. Por tanto, hay un límite en lo moderado que puede llegar a ser».
No hay camino de vuelta a la política para él, insiste.
Todavía patriota, defiende a su gente de la calumnia del racismo.
Los húngaros no son antisemitas, aunque hay un discurso antisemita en la sociedad, dice.
De hecho, Budapest es un gran lugar para ser judío, presume, con sus restaurantes kosher, sinagogas y tiendas judías.
Puedes practicar tu cultura y tu fe aquí. Quizá te miren raro si llevas tu kipá –el tradicional casquete judío- pero no te escupirán ni te amenazarán físicamente como puede suceder en Francia o Bélgica.
«La paradoja del nacionalismo húngaro», dice el hombre que solía enarbolar esa bandera, «es que estamos orgullosos de nuestros propios logros pero no estamos dispuestos a mirar a los de otros pueblos.
«Tenemos miedo de que sus culturas sean tan valiosas como la nuestra».