Su objetivo sería introducir al catolicismo en el nuevo paradigma de la modernidad
La Iglesia debería celebrar un nuevo concilio porque así lo exige la dinámica de la historia, explica en la siguiente entrevista Javier Monserrat, jesuita y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, autor del libro «Hacia un nuevo Concilio», que acaba de llegar a las librerías. El nuevo concilio debería introducirnos en el nuevo paradigma de la modernidad, añade Monserrat. Tras su celebración, la iglesia debería establecer los fundamentos para una nueva recristianización de los creyentes y establecer el marco para un compromiso final del cristianismo y de las religiones en la lucha contra el sufrimiento humano. Por Eduardo Martínez.
Su docencia e investigación en la UAM, y en las facultades eclesiásticas de la Universidad Pontificia Comillas, ha versado sobre percepción, ciencia de la visión, epistemología, filosofía y psicología de la cultura, filosofía política, filosofía de la religión y teología. Entre otras obras es autor de Dédalo. La revolución americana del siglo XXI (Madrid, 2002); Hacia un Nuevo Mundo. Filosofía Política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil (Madrid 2005); y Hacia el Nuevo Concilio, El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia (Madrid 2010), sobre la que versa el contenido de esta entrevista.
Pienso que así es. No sólo sugiere, sino que enuncia una intención definida: la de incitar a caminar hacia el Nuevo Concilio. Es evidente que un concilio representaría para la iglesia algo muy importante que incita al optimismo. Sugiere muchas cosas. De salida, al leer el título, que ciertamente es un reto importante, unos tenderán a imaginar unas cosas y otros otras. Unos lo verán bien y otros mal. Unos pensarán: aquí tenemos un nuevo problema. Otros en cambio atisbarán un horizonte esperanzador. Pediría que no se juzgara el libro sin estudiarlo, sin entender correctamente su contenido.
Pero su propuesta también es atrevida para los tiempos que corren…
Es atrevido por cuanto es muy ambicioso en su diseño y en sus conclusiones. Se atreve a recapitular dónde se halla la iglesia, cuál es el problema que nos hunde en un desconcierto global que hoy todos sufrimos y a diagnosticar qué debería hacerse para que la proclamación del mensaje de Jesús, del que es depositaria la iglesia, pudiera hacerse en nuestro tiempo con la calidad que estamos moralmente obligados a intentar alcanzar. Reconozco que se necesita “atrevimiento” para proponer un concilio, e incluso hacer lo que llamo “la gran simulación” de su contenido. La verdad es que muchas personas han apuntado a la necesidad de un concilio; recordemos al Cardenal Martini. Sin embargo se ha tratado hasta ahora de deseos vagos e imprecisos. Por lo que yo conozco, no existe hoy en día en toda la iglesia, una propuesta seria, argumentada, precisa, de altura especulativa, similar a la que propongo en este libro. Para hacerlo, ciertamente, he tenido que ser “atrevido”, pero no ingenuo o irreflexivo.
Su propuesta está basada en un razonamiento de altura. ¿Cree que llegará a los ciudadanos?
Mi libro es un ensayo, con estilo propio que se explica en el Prólogo. Quise hacer un libro más divulgativo. Pero me di cuenta de que debía explicar las cosas bien, y esto exigía precisión y, naturalmente, más espacio. En realidad sólo hay dos capítulos (de los ocho de que consta) que tienen una mayor dificultad. El tercero sobre la historia de lo que llamo el paradigma greco-romano y, sobre todo, el capítulo cuarto en que expongo la imagen de la realidad en la Era de la Ciencia. El resto del libro es perfectamente legible para una persona culta que haya leído libros de ciencia, filosofía o teología. Naturalmente, no se pretende que una persona inculta o sin preparación adecuada pueda afrontar la lectura directa del libro. Sin embargo, con ayuda y con dirección de un, digamos, tutor, esta obra puede ser entendida y leída por muchísima gente. Para facilitar su estudio el libro está dividido en muchas secciones tituladas y el lector siempre sabe dónde está. No se perderá. Los índices son muy amplios y precisos. Además, hay bloques de información compactos en letra pequeña (más difíciles) que, a discreción del lector, pueden ser abordados o no, o aplazados. El libro permite que un lector avezado se haga una pronta y precisa idea de su contenido. Tiene una línea argumental muy clara y definida. Pero no hay duda que es un libro para estudiarlo.
Pero, ¿por qué un nuevo concilio?
En el capítulo octavo expongo una enumeración sistemática de las razones que, a mi entender, justifican apelar a la celebración de un concilio. Debo precisar que no afirmo que pasado mañana deba celebrarse un concilio. La iglesia no está preparada para ello. Mi libro debe entenderse como una propuesta que debería formar parte de un proceso de reflexión, con múltiples aportaciones, que condujera al concilio. ¿Es posible un nuevo concilio? Al menos es posible el concilio que se argumenta en mi libro; pero hay más: es la argumentación que muestra por qué el nuevo concilio es necesario. ¿Las razones del concilio? En una entrevista no es posible enumerarlas todas y explicarlas. Pero quiero hacer una observación. El concilio deberá celebrarse porque la dinámica de la historia lo exige. Lo exige la lógica de la misma fe cristiana situada en la historia. Cuando la lógica del cristianismo, la fuerza moral que brota de la fe cristiana, conduce hacia algo, acaba por hacerse inevitable.
¿A qué lógica del cristianismo se refiere?
La esencia del cristianismo es el kerigma proclamado por la iglesia que transmite la doctrina, las palabras y los hechos de Jesús. Ya desde el principio, la iglesia creyó con firmeza que la Voz del Dios de la Revelación era la misma Voz del Dios de la Creación. Por ello, la razón fue construyendo poco a poco una hermenéutica o interpretación de la fe cristiana en la cultura del tiempo. Se construyó así lo que llamo el paradigma greco-romano en el que todavía se halla la iglesia. Paradigma que tiene dos dimensiones, la filosófico-teológica, de carácter teocéntrico, y la socio-política, fundada en el teocratismo. Hablo de la iglesia, no de teólogos o escuelas concretas. Sin embargo, el hecho es que, por la dinámica histórica, la imagen de lo real en el mundo antiguo comenzó a variar sustancialmente al configurarse la modernidad en el renacimiento y en la ilustración. Fue un cambio en las dos dimensiones, la científico-filosófica y la socio-política. El logos hermenéutico de la visión antigua del cristianismo quedó más y más desfasado. La iglesia se vio aislada y comenzó una larga tribulación histórica, todavía no concluida. Dos causas han dificultado hasta ahora que la iglesia hallara su nuevo “logos en la modernidad”. Primero, el pensamiento de la misma modernidad que no había llegado a la madurez y la iglesia se sentía agredida por la visión moderna del mundo y de la historia (por ejemplo, la ciencia ha sido “reduccionista”, casi hasta ahora). Segundo la carencia de alternativa viable al paradigma antiguo. No es posible cambiar si no existe una alternativa que sustituya con orden y concierto lo que ya se tiene. Pues bien, la tesis del libro es precisamente que la modernidad ha entrado en vías de madurez y, por ello, comienza a vislumbrarse la alternativa, el logos cristiano de la modernidad, es decir, lo que llamo el paradigma de la modernidad. Después de veinte siglos de historia cristiana en el paradigma antiguo ha llegado el momento en que la dinámica histórica nos lleve a vislumbrar el nuevo logos de la modernidad. La tarea del concilio debería introducirnos en el nuevo paradigma de la modernidad; es una obra tan importante que exige un nuevo concilio. Probablemente uno de los más importantes de la historia.
Sí, pero importantes pensadores cristianos han rechazado la “adaptación a la modernidad”…
Es claro que para la teología cristiana la iglesia es depositaria de la doctrina de Jesús. Por ello, en efecto, no tiene sentido teológico pensar que el kerigma cristiano pueda “adaptarse” a la modernidad. Es lo que es y la iglesia es servidora de ese kerigma. Estamos de acuerdo obviamente con Von Balthasar o con los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI que han insistido en esta fidelidad al kerigma. Mi libro no pone en cuestión el kerigma, sino la permanencia en una hermenéutica, la del paradigma antiguo. Mi libro habla de la hermenéutica del kerigma cristiano desde el logos de la modernidad. Es una cosa distinta. San Agustín y santo Tomás defendieron distintas hermenéuticas, una y otra compatibles con el kerigma cristiano. A medida que el pensamiento moderno ha descrito mejor la naturaleza del universo real, de la vida y del hombre, entendemos mejor qué mundo ha sido creado por Dios. Y esta profundización en la Voz del Dios de la Creación nos permite emprender una hermenéutica más profunda del mensaje de Jesús como Voz del Dios de la Revelación. Esta nueva hermenéutica no es trivial: es una exigencia moral de la conciencia cristiana, depositaria de la Revelación para iluminarla desde dentro del logos de cada época.
Usted está hablando del paradigma de la modernidad, ¿en qué consiste?
Es el entendimiento o interpretación global (hermenéutica) del cristianismo desde la experiencia de nuestra época: o sea, desde la Voz del Dios de la Creación iluminada por los conocimientos alcanzados en la Era de la Ciencia y en la Cultura Moderna. El paradigma tiene muchos matices y contenidos que expongo en el libro. Pero me refiero aquí sólo a lo fundamental. El paradigma antiguo daba una descripción del hombre teocéntrica, abierto a Dios por una patencia absoluta de la verdad. No era posible un “humanismo sin Dios”. Dios se imponía por la estructura natural objetiva que guiaba la razón humana y por la revelación cristiana. Pero el hombre que entiende su existencia a la luz de la razón moderna se sabe en el interior de un universo enigmático en que se plantea del drama personal y de la historia. El “enigma” del universo y el “drama” de la existencia pesan sobre la conciencia del hombre moderno. Dios ha creado el mundo con una borrosidad que permite una hipótesis puramente mundana que pueda dar sentido a la vida de quienes se colocan libremente al margen de Dios; pero es una borrosidad que permite también la hipótesis teísta que funda la religión universal. Pero esta borrosidad metafísica instala a todo hombre (teístas, ateos y agnósticos) ante un esencial problematismo natural que acompaña siempre sus vidas. Se expresa en dos preguntas que sintetizan la condición metafísica de todo hombre: ¿existe realmente un Dios oculto y en silencio que crea el “enigma” del universo y el “drama” de la historia? Este Dios oculto, ¿tiene una voluntad final de desvelarse y de liberar al hombre y a la historia? Es la gran inquietud ante el posible Dios oculto y liberador.
Así es, en efecto. El hombre real, desde la experiencia del mundo moderno, se encuentra con el kerigma cristiano en la iglesia y entiende que la Voz del Dios de la Revelación en Jesús es la misma Voz del Dios de la Creación. El libro hace un análisis pormenorizado de la armonía entre nuestra experiencia del mundo moderno y el kerigma. Así, refiriéndonos a lo esencial, la obra creadora de un universo enigmático, autónomo y dramático se entiende como el escenario diseñado para la libertad y la creatividad humana donde serán posibles el Misterio de Iniquidad, el pecado, y Misterio de Santidad, según el eterno designio trinitario nacido de la Sabiduría Divina. El pecado de la humanidad y el drama sangriento de la historia, que hubieran hecho la creación del mundo inviable, se han hecho posible por la aceptación del hombre y de su historia real, de su Redención por obra de la Sabiduría o Verbo Divino que en la persona divina de Jesús manifiesta y realiza en un momento de la historia el eterno designio creador y salvador de Dios. El sentido del mundo real, el mundo de la modernidad, donde el hombre siente su libertad y ve que Dios no se le impone, ha sido posible y se ilumina por el Misterio de Cristo. La muerte de Dios en la cruz revela el ocultamiento, la humillación, la kénosis de Dios ante el mundo que crea el enigma del universo y el escenario dramático de la libertad en la historia. La resurrección de Cristo tras la muerte real anticipa que el designio trinitario es la filiación divina que realizarán los santos en la transcendencia metahistórica. En el Misterio de Cristo el hombre moderno entiende que Dios responde a su inquietud metafísica esencial ante el posible Dios oculto (la cruz) y liberador (la resurrección). Por ello, el mundo moderno permite la hermenéutica en toda su profundidad de algo que es esencial en el kerigma cristiano de siempre: que el Dios del cristianismo es el Dios de la libertad, el Dios que apela a nuestra libertad para introducirnos maravillosamente por la filiación divina, hermanados con Jesús, en la corriente trinitaria del Espíritu del Padre, del Espíritu del Hijo y del Espíritu Paráclito que enciende en nosotros la vivencia del Amor trinitario en Dios.
¿Cómo se traduciría todo esto en la obra del nuevo concilio?
La iglesia ha pasado, y todavía atraviesa, una gran tribulación histórica que fue tomando consistencia a medida que crecía la fuerza de la modernidad. La iglesia se mantuvo numantinamente en las posiciones del paradigma antiguo. Tras el Vaticano II procuró ignorar en lo posible el paradigma greco-romano y tomó fuerza una teología kerigmática en el marco de un cierto incompromiso hermenéutico, realizándose también las adaptaciones ad hoc necesarias. Pero el paradigma antiguo, teocéntrico y teocrático, sigue estando ahí y sus huellas rebrotan continuamente. Frente a esto el concilio debería ser el gran escenario en que la iglesia, ante el mundo, repensara su propia historia hermenéutica, explicara con toda claridad cómo y por qué la experiencia del mundo moderno permite una extraordinaria iluminación del kerigma cristiano y proclamara el mensaje de Jesús que llama a todos los hombres a confiar en la existencia de un Dios creador y liberador por encima de su lejanía y de su silencio, por encima del desconcierto ante el enigma del universo y el drama de la historia. La iglesia en la oscuridad de su camino en los últimos siglos era depositaria de una piedra preciosa que, tras veinte siglos en el paradigma antiguo, ha llegado el momento de sacar a la luz del mundo moderno para que brille en toda su fuerza y esplendor.
El nuevo concilio sería eminentemente hermenéutico. La iglesia respaldaría una nueva hermenéutica y debería establecer los fundamentos para una nueva recristianización de los creyentes. No sería un concilio que contuviera definiciones dogmáticas. En mi libro he propuesto una posible gran simulación del concilio, con aquellos documentos que debería contener. Sin embargo, el concilio debería jugar también un papel importantísimo en potenciar un nuevo enfoque en las relaciones interconfesionales cristianas e interreligiosas. Deberían iluminarse por la idea de la “religión universal”, “cristianismo universal” e “iglesia universal” que se hace posible por el paradigma de la modernidad, tal como se expone en el capítulo VI. Igualmente, el concilio, al entrar en el paradigma de la modernidad en la dimensión socio-política, deberá también contribuir a establecer el marco para un compromiso final del cristianismo y de las religiones en la lucha contra el sufrimiento humano.
¿Cree que su propuesta será escuchada?
No lo sé. Como creyente pienso que, si Dios quiere que la iglesia se mueva en esta dirección, las cosas acabarán por ir de acuerdo con el espíritu providente de Dios sobre la historia. Pero la verdad es que no me atrevo con seguridad a establecer por dónde irán los misteriosos designios de Dios sobre la iglesia. No soy un profeta. Pienso, eso sí, que hay indicios para pensar que debemos evolucionar en esta línea. En otro caso no habría escrito este libro. Esto es claro. Sin embargo, no tengo hasta ahora ninguna seguridad subjetiva. Habrá que ver. Lo que sí puedo decirle es que mi responsabilidad personal es ofrecer a la iglesia y a la opinión pública de los creyentes esta propuesta que, ciertamente, creo construida con argumentos de alto nivel, con toda honestidad y dentro de la mayor fidelidad al kerigma cristiano del que somos depositarios como iglesia. Pediría a los creyentes que sintiéramos la tribulación y la oscuridad en que se halla inmersa la iglesia, desde hace siglos. Que sintiéramos la obligación cristiana de hacer presente con calidad el mensaje de Jesús ante la historia. Que sintamos la libertad de buscar y ponderar las cosas con el ejercicio de nuestra razón cristiana y el soplo del Espíritu, dejando de lado los prejuicios y las exclusiones injustas. Soy consciente de que no es fácil pasar desde un mundo de seguridades y verdades absolutas al enigmático y borroso mundo de la modernidad. Pero pensemos que la debilidad del Dios kenótico, humillado, es la fuerza del cristianismo porque en ella descubrimos la fuerza del Amor de Dios en la Creación que se dona totalmente a la historia humana, la dignidad y la libertad de los hombres. Si la persuasión personal va creciendo, aparecerán sin duda la movilización cristiana necesaria para caminar hacia donde debemos ir. Cada uno es responsable ante su conciencia que, si es cristiana, urge a promover con la mayor calidad la proclamación ante el mundo del kerigma cristiano.
¿Es que nunca vamos a liberarnos?, ¿es que insistiremos tropezando con la misma piedra?, ¿es que nunca aprenderemos?
No siento ninguna apeensión en contra de la religión cristiana, católica, ni de ninguna otra, porque lo considero como etapas que uno debe sortear para continuar su camino «en libertad» y dejar de lado los bastones para caminar sin ayuda de nadie (de una vez por todas) con nuestra propia divinidad, que «paradogicamente» ¡no depende de seguir a absolutamente ninguna creencia dogmática que continúe manteniéndonos en la manada de ovejas obedientes y sumisas, creo que va siendo hora de despertar y terminar con este dominio de tantos milenios, ¿no os parece?
La Iglesia debe ser más humilde, cercana, que los sacerdotes no tengan cara de vinagre, como dice el Papa Francisco.