De todas las reuniones a puertas cerradas entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, la de ayer debe haber sido la más tensa y fría. Con Francia deslizándose a la línea de los países “out”, es decir, de aquellos que perdieron el control y muestran balances deficitarios y son objeto del escarnio de las agencias calificadoras, Alemania ha pasado a ser el único país de la UE que aún mantiene la frente en alto. Aunque hay que señalar a la señora Merkel que esto no será por mucho tiempo dado que Alemania registró en el segundo trimestre de 2011 el peor dato de crecimiento desde el 2008. Y esto no ha sido por su ayuda a los países periféricos.
Entre los antecedentes para la urgente cita de ayer están la fuerte caída que registraron las bolsas la semana pasada; la extremada volatilidad financiera que no se veía desde antes del estallido de la crisis subprime; las cifras de crecimiento desastrosas a ambos lados del Atlántico; el temblor que afecta a los países más industrializados del mundo en una caída libre sin par; y la fuerte tensión entre el dólar y el euro, entre el dólar y el yen, y entre el dólar y el yuan, que se ha exacerbado al límite…¿Algo más?… A estas alturas cabe preguntarse si es primero el pánico o el descontrol. ¿Las bolsas se descontrolan por pánico, o es el pánico el que descontrola las bolsas?
A medida que se va detectando que Francia seguirá el camino de Italia, se estima que estos países seguirán el camino de Grecia, Irlanda y Portugal, llevando al euro cada vez más a una mayor encrucijada. Y si a esa triste romería se suma España, el destino del euro estará sellado. Por eso que la reunión a puertas cerradas era crucial. Sin el apoyo de Francia, Alemania queda sola con el euro, algo que tal vez sería lo mejor para Europa, como señalamos en este post. Pero muchas veces la porfía acentúa las tragedias, y al parecer esta vez se seguirá la tendencia.
Por eso tal vez Alemania considera necesario imponer el Cuarto Reich: hay que disciplinar a los países derrochadores, a todos aquellos que gastaban más de lo que producían y se acostumbraron a vivir de prestado. Es necesario instaurar medidas draconianas cueste lo que cueste, pues no hay otra salida para el euro de la señora Merkel. Todos deben acostumbrarse a no gastar ni un céntimo más de lo que han producido. Es la notable receta de Jean Baptiste Say, que curiosamente muchos economistas interpretaron al revés.
Mientras Italia se tambalea con una deuda pública de 116 por ciento del PIB (sólo es superado por Grecia, que tiene un deuda pública de 143 por ciento del PIB), los bancos de Francia tienen un 14% de la deuda griega (o 60 mil millones de euros), lo que acelera el contagio desde la periferia hacia el núcleo europeo. Como Alemania ha rechazado, rechaza y rechazará la vía de los EuroBonos, la actual crisis llega a un callejón si salida: o se someten todos a la disciplina que impone Alemania, o es el fin de la moneda única. En esta tirantez, en la cual algunos defenderán la moneda única mientras otros apelarán a la soberanía de los países, se jugará el destino de Europa.
En esta disciplina mientras algunos, como los alemanes, no gastarán ni un céntimo más de lo que reciben; otros gastarán no solo lo que reciben sino que todo lo que les anticipan las tarjetas de crédito y las líneas de crédito ad-hoc para hacer el consumismo más eficiente. Porque cuando se trata de consumir corren todos los prestamistas al llamado de auxilio. Los mismos prestamistas que huyen cuando se trata efectivamente de socorrer a alguien enfermo y necesitado de consumo. En este caso, si a Alemania le interesara de verdad el euro, no estaría ahí con las oficinas de sus bancos sólo cuando se trata de prestar dinero; también lo haría cuando se trata de socorrer con ayudas a un vecino en dificultades. La receta del consumismo tiene una trampa que deberán aprender las próximas generaciones.
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