Flavio Sosa Villavicencio también pensó muchas veces cómo podría escapar de la prisión de máxima seguridad de El Altiplano.
No es que planeara huir, aclara. Pero pensaba lo que tendría que hacer si quisiera fugarse.
Sosa permaneció encarcelado diez meses entre 2006 y 2007, en la misma zona de donde, hace unos días, escapó el narcotraficante Joaquín «El Chapo» Guzmán.
Conoce bien la prisión y por eso ahora le cuenta a BBC Mundo la conclusión de esos días:
«La única forma era comprando a toda la guardia del penal para que desactivara los sistemas de seguridad», explica.
«No hay otra manera. Son sistemas que se interconectan y además los guardias se vigilan unos a otros también».
Esto es una parte de lo que enfrentó Guzmán Loera durante los 17 meses que estuvo en esa prisión.
Y también de lo que tuvo que burlar para fugarse, a las 20:52 del pasado sábado 11 de julio.
«Cárcel de exterminio»
¿Cómo es la vida dentro de la que era considerada como la prisión más segura de México?
«El ambiente es sórdido, brutal», cuenta Flavio Sosa.
«Es una cárcel de exterminio, no se respeta la dignidad de las personas, se pisotean los derechos humanos».
Eso ocurre particularmente en la zona de Tratamientos Especiales, a donde fue enviado Sosa Villavicencio.
Fue encarcelado por el gobierno del entonces presidente Felipe Calderón, acusado de robo, secuestro, despojo y daños en propiedad ajena.
Pero organizaciones de derechos humanos denunciaron que, en realidad, su encarcelamiento fue un castigo por encabezar protestas en Oaxaca durante 2006.
Cuando ingresó a la prisión el activista fue destinado al pasillo 2, de Tratamientos Especiales.
Ocupaba la celda 13. Años después a Guzmán Loera se le asignó la número 20.
Vida difícil
Las condiciones de vigilancia para los internos en el pasillo 2 son extremas, recuerda Flavio Sosa.
Las luces están siempre encendidas y cada celda es vigilada por una cámara de seguridad.
Los internos no tenían permitido cubrirse el rostro cuando dormían, señala el activista.
Tampoco tenían permitido tener en su celda nada que no les fuera entregado por los guardias.
Una vez al mes les prestaban un cortaúñas por cinco minutos, y un rastrillo por tres al terminar el aseo diario.
Sólo tenían derecho a ver la luz natural una hora al día, en una habitación sin techo y con una malla metálica en la parte superior.
Antes de salir de la reja debían desnudarse por completo, flexionar las piernas y mostrar los genitales frente a un custodio.
«Querían asegurarse que no tenías nada contigo», dice el activista.
Las restricciones llegaban a tal nivel que estaba prohibido tocar la reja de la celda. Quien era sorprendido recibía una sanción.
«Lo que buscaban era hacerte sentir enjaulado», cuenta Flavio Sosa.
Piso de concreto
Algunas de estas condiciones cambiaron en los últimos años por recomendaciones de organizaciones de derechos humanos.
Un elemento distinto es la vigilancia con cámaras.
En los tiempos que el activista permaneció en la cárcel nunca dejaban de grabar, incluso en el retrete o al usar la regadera.
Ahora las autoridades dicen que existen dos «puntos ciegos» para respetar la intimidad.
Oficialmente fue por uno de estos sitios donde se fugó Guzmán Loera.
Pero la prisión del Altiplano conservaba su categoría de máxima seguridad, donde a diferencia de otras cárceles del país los reos no tienen privilegios.
Algo que tampoco cambió es la estructura de la cárcel.
Sosa Villavicencio dice que con frecuencia los custodios golpeaban las paredes y pisos para verificar que no hubiera huecos.
Romper el concreto sin ayuda es imposible.
Y debido a la presencia constante de guardias y el monitoreo de las cámaras es complicado que no se escuchara el ruido de una excavación.
Flavio Sosa abandonó la cárcel del Altiplano en agosto de 2007. Un año después fue exonerado.
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/07/150714_vida_carcel_fuga_chapo_guzman_an