Campohermoso es campo, pero tiene poco de hermoso. Sobre todo para los animales. Pedanía de interior del municipio de Níjar, el sol abrasa inclemente camadas enteras de cachorros abandonados. «En un fin de semana, han dado el aviso de doce cachorros de cuatro camadas diferentes. Todos estaban en la calle: sin agua, sin comida, sin apenas dos meses de vida. No se han perdido: alguien los ha dejado a propósito y sin conciencia. Aquí mucha gente tiene a sus perras sueltas, lo que provoca preñeces indeseadas. Cuando paren, ahogan a los cachorros o los dejan en la calle. Todos terminan muriendo: un perro abandonado es un perro muerto. Mientras, las madres siguen en la calle, y en el próximo celo las volverán a preñar, y dos meses después volveremos a tener diez, doce cachorros por madre que nadie quiere y que alguien tirará a la calle o a algún contenedor de basura». Así lo expone Lucía, nombre ficticio de una vecina de Campohermoso que convive con el abandono y el maltrato animal como el resto de los 8871 censados en el municipio. Solo que ella ha conseguido organizarse, de manera particular, con alguna protectora de Madrid y Barcelona para rescatar a algunos animales: nunca a todos porque no hay sitios para ellos, no hay a dónde llevarlos ni quién los adopte. Por eso, tantos siguen vagando por los campos de Níjar, esos que fueron glosados tan bellos y debieron ser señalados también como infierno de mascotas desahuciadas.
En España se abandona un animal de compañía cada tres minutos. Son las cifras oficiales de la Federación de Asociaciones de Protección Animal de la Comunidad de Madrid (FAPAM). En verano, el número se incrementa, lo que sitúa a nuestro país en un vergonzoso récord en la Unión Europea: unos ciento cincuenta mil abandonos cada año; o sea, muerte segura. Campohermoso, en Almería, es un ejemplo de lo que sucede en cientos de municipios de España. Su caso es sangrante, pero no muy lejano a una vergüenza nacional que se tolera mirando hacia otro lado y se excusa con la falacia por excelencia: «Hay cosas peores». Campohermoso no es único, pero es especialmente ilustrativo de la desidia de los propietarios, la irresponsabilidad de las autoridades, la impotencia de los vecinos y la lucha dura de algunos particulares y asociaciones.
«Es como intentar barrer arena en un desierto», compara Adriana, también nombre ficticio. Ella ayuda a través de internet y del teléfono a Lucía: «Es increíble la labor que desempeña esta mujer. Yo colaboro desde la distancia, a mil kilómetros, porque vivo en la otra punta de España. Me encargo de difundirlos en internet, de coordinar los viajes para que puedan salir de allí y de contactar con refugios y protectoras. En la mayoría de las perreras de España se sacrifica, por lo que entregarles a un perro de la calle es llevarlo al cadalso. Si en diez u ocho días, según la normativa, nadie lo reclama o lo adopta, le suministran una inyección letal. Es una práctica corriente. Pensar que las perreras son refugios donde los animales están cuidados es ignorar una realidad cruel. A Campohermoso le corresponde la perrera de Pechina. Allí se sacrifica, así que es mejor dejar a los animales en la calle para que tengan una oportunidad de vivir. Aunque la calle sea maltrato, abandono, muerte por hambre y sed, y atropellos de coches… Muchos agonizan en los arcenes durante días después de que les haya arrollado un coche. Y esto no es ciencia ficción ni casos extremos, es una realidad casi diaria. Fui de vacaciones un año a Cabo de Gata y me quedé tan impresionada del número de perros que se cruzaban mientras conducía que decidí implicarme. De eso hace dos años ya y, en este tiempo, yo puedo atestiguar casos tremendos. No son bulos de internet ni situaciones puntuales o aisladas».
Lucía y Adriana no se conocen personalmente. Cuando Adriana volvió a la ciudad en la que vive, buscó por internet iniciativas que ayudaran a los animales abandonados en la zona del Cabo de Gata y dio con una página en Facebook: Auxilio a los Animales de Campohermoso. Escribió y Raúl le respondió. Raúl es también un nombre ficticio que corresponde a un personaje más que real, aunque tenga un perfil extraordinario. Con dieciséis años decidió convertirse en vegano y abrir una página de difusiones para todos los casos terribles que veía cada vez que salía de su casa. Eso fue en 2013. Ahora tiene dieciocho años y estudia en Madrid. «No tenía coche ni carné, claro; no tenía ingresos, no tenía la comprensión o el apoyo de mi entorno, pero lo hice». Raúl no tenía nada, excepto determinación, así que abrió la página y tiró de contactos. Poco a poco, la labor se fue difundiendo. Una tarde de diciembre de 2013 recibió un mensaje privado de Adriana en la página de Facebook.
«Buenas. Me llamo Adriana, vivo en San Sebastián y estoy horrorizada del abandono que he visto en la zona de Níjar. Me gustaría ayudar, pero no sé cómo. Podría hacer alguna aportación de dinero o lo que sea», comenzaba el mensaje. Raúl respondió y acordaron lanzar un teaming, una iniciativa solidaria que capta teamers(miembros) que aportan un euro mensual a través de su cuenta corriente. «A veces la gente no se fía porque piensa que le van a cobrar comisiones o gastos extra y no es así. Ninguna entidad bancaria, banco o caja de ahorros, cobra nada que no sea el euro mensual. Lo detraen de la cuenta la primera semana de cada mes como si fuera un recibo domiciliado más, con la diferencia de que es tan solo un euro. Quien cree en una causa de verdad es capaz de donar un euro al mes para ella. Nosotros comenzamos con ocho teamers: amigos y familiares. Dos años después somos ciento cincuenta. No es mucho, pero tampoco es una cantidad desdeñable. Es lo que nosotros donamos a una protectora para que nos coja dos perros abandonados, por ejemplo. Con ese dinero, la protectora los castra y los mantiene. Bueno, con eso y algo más, porque cualquiera que conozca un poco el mundillo perruno sabe que una esterilización, con precio solidario, ronda los cien euros para un macho y los ochenta para una hembra, si son de tamaño mediano», explica Raúl.
Raúl fue quien presentó a Lucía y a Adriana a través de Facebook. Meses después él se fue a estudiar a Madrid y ellas siguieron su labor conectadas. «Es increíble lo que las redes sociales pueden conseguir. Aparte de que Lucía y yo podamos intercambiar fotos de los abandonados, los podemos publicar, otra gente los difunde, se conocen sus historias, y personas de lugares tan lejanos como Asturias se animan a adoptar. De la localidad de Sotrondio nos escribió una chica para decirnos que se había enamorado de una perrita que habían tirado, literalmente, a la calle. En Campohermoso es habitual que cuando alguien se aburre de un animal lo eche a la calle. Para ellos no son seres vivientes que sufren, sino pertenencias. No es extensible a todo el mundo: hay gente con un corazón y una solidaridad increíbles, pero aquí estamos denunciando los casos contrarios. Que son numerosísimos, por cierto. Ahora mismo en Campohermoso, Lucía tiene unos cuarenta perros localizados en la calle y los campos de huertas. Si eso no constituye una práctica de abandono habitual, que me digan entonces qué es», resume Adriana, que todavía recuerda el primer rescate en el que ayudó a Raúl.
«Me pidió ayuda por Facebook con una perrita a la que llamaba Varinia: estaba preñadísima, como para parir en cualquier momento. Lo publicamos en la página con unas fotos en las que se la veía en un descampado, tirada, bebiendo de un recipiente de agua que le había puesto Raúl el día anterior. Y entonces se obró el milagro: una señora nos escribió para decirnos que una amiga suya tenía un refugio en Lérida y que nos escribía su móvil en un mensaje privado. Llamamos de inmediato a la amiga y nos dijo que sí, que Varinia podía ir con ella. Entonces tocó organizar el transporte: hay 755 kilómetros de carretera entre Campohermoso y Lérida. No sabíamos cómo hacerlo, así que se nos ocurrió llamar a las Txikas de Etxauri, unas particulares de Navarra que llevan años rescatando animales de la perrera oficial de esa comunidad, situada en el pueblo de Etxauri. Desde que ellas se ofrecieron como voluntarias para buscarles familias adoptantes a los perros se dejó de sacrificarlos porque lo exigieron como condición para colaborar. Antes, los hornos crematorios con los cadáveres de perros funcionaban cada viernes, como en toda España, donde el sacrificio sigue siendo la norma. Una de ellas, que lleva muchos años en el rescate animal, nos facilitó el teléfono de una transportista de perros que ofrece rutas por toda España. Recaudamos el dinero para pagarle (ochenta euros) a través de donaciones en la página y Varinia salió dos días más tarde hacia Lérida. Al día siguiente de llegar al refugio, dio a luz a siete cachorros. Allí se encargaron de ellos y de la madre. Si no, hubieran sido más perros vagando por Campohermoso. Fue mi primer rescate y me pareció complicadísimo porque se tiene que dar que alguna protectora o refugio acepte al perro, que se logre un transporte, que se recaude para pagarlo y que luego se pueda coger al animal. No todos los de la calle son confiados: muchos ven a un ser humano y salen corriendo. Aquel fue un final feliz, a pesar de lo complicado de las circunstancias —por la distancia a Lérida y por la preñez de Varinia—, pero la mayoría no lo son. Por cada perro rescatado, calculamos que quedan en la calle dos o tres más, que terminan muriendo, antes o después, la mayoría en condiciones deplorables. Tampoco es infrecuente ver perros a los que les falta un trozo de pata y han de seguir malviviendo en la calle con el muñón. A los que se les infecta, agonizan poco a poco», resume con cierta emoción. «No sirve de nada llorar por ellos, hay que mantener la cabeza fría para poder coordinar todo con la mayor efectividad posible, pero es inevitable que, con las cosas que se ven un día sí y otro también, esto termine por pasar factura», confiesa.
Ante este panorama, preguntamos a Raúl si las autoridades no hacen nada. «La vista gorda», responde con tanta ironía como impotencia. «Y es mejor: porque si cogen a los perros los llevan a la perrera de Pechina, y allí sacrifican, por lo que no los rescatan, sino que los condenan a una muerte segura», apostilla con tanta impotencia como tristeza.
Fue el tío de Raúl quien cedió a Lucía un vallado para que pudiera recoger a algunos perros, mientras Adriana busca para ellos huecos en protectoras y refugios. «La mayoría tienen que viajar a Madrid, que es donde más perros nos sacan, pero todas están desbordadas y faltas de fondos. Un animal tiene el gasto de la esterilización y, si además está enfermo, el del tratamiento. Los gastos son grandes y las adopciones surgen a cuentagotas. Quienes vivimos en las ciudades no somos conscientes del sufrimiento animal que tiene lugar en entornos rurales», explica. Después, va más allá en lo apuntado por Raúl: «A las autoridades no les interesa para nada el bienestar animal porque ellos no votan; no dan votos. Al menos hasta ahora, cuando la gente empieza a tener también más conciencia medioambiental. En cualquier caso, con la crisis, se escudan en la falta de presupuesto y fin del problema. Es atroz lo que sucede con estos animales y no hablo desde la histeria: hablo desde el pleno conocimiento de haber rescatado a doscientos perros en dos años entre tres personas. Dos sobre el terreno, como son Lucía y Raúl, mientras él estuvo allí. Y una en la otra punta del país, enganchada al teléfono y a Facebook. Tenemos la suerte de que las protectoras nos acojan dos o tres perros al mes, pero es insuficiente. Hay decenas de perros vagando por la pedanía y son datos reales, no una manera exagerada de calcular».
Lucía, que padece en sus carnes el abandono porque vive allí desde hace muchos años, sabe lo duro que es ver cachorros de apenas dos meses tirados, por los que nadie hace nada. «He llegado a tener veintitrés perros en casa, no puedo coger a todos los que veo porque terminaría trastornada. Hay vecinos y vecinas que ayudan: que les dan de comer o que adoptan a alguno abandonado. Otros vienen de Almería a llevarlos de forma totalmente gratuita a Madrid o a Málaga, si tienen que viajar allí por motivos personales. La gente me trae sacos de pienso para que los alimente y las donaciones para pagar los viajes que hemos de contratar llegan de todos los puntos del país, pero no es suficiente. Los animales mueren por doquier después de mil vejaciones», relata.
Hay una España oscura y profunda que va más allá del tópico. «No se trata de ser agoreros ni radicales. Se trata de datos que avalan una realidad patética como sociedad: los perros abandonados se cuentan por decenas en cientos de pueblos del sur de España. Creo que en otros lugares será parecido, pero prefiero hablar de lo que conozco. Y leyes como la Ley de Caza de Castilla-La Mancha, que permite disparar a cualquier animal que esté en el campo y dejarlo ahí, malherido y agonizante, son aberrantes. No entiendo que ningún Gobierno se las dé de progreso humano o moral y salga con una medida propia de la Edad Media, que fomenta no solo la crueldad, sino el sadismo. Quien propone una ley así o no ha visto un perro en su vida o alberga un salvajismo que supura por las costuras de la civilización».
Adriana lo tiene claro y lo habla también claro. «Ni Raúl, ni Lucía, ni yo, ni ninguna de las personas que nos ayudan con viajes, donaciones o haciéndose teamers exhibimos un perfil radical oanimalista-talibán, pero cuando algo es perverso porque se ensaña con inocentes como los perros, hay que ser contundentes. No valen las medias tintas, como tampoco vale el sentimentalismo ñoño e inoperante. Somos gente que tiene una vida aparte, con sus obligaciones y sus rutinas, y nos volcamos en esto tanto como podemos, pero no es suficiente porque la situación es inmensa y titánica. Por eso estamos hablando y difundiendo y contando esta verdad a quien desee prestarle oídos».
Tres personas a las que nada unía han conseguido iniciar un proyecto que está salvando vidas, pero no es posible que un país civilizado cargue sobre la iniciativa particular, rayana en lo que los cristianos llaman caridad a secas, semejante problema.
A principios de junio un equipo de filósofos, juristas y etólogos, dio a conocer un ensayo colectivo que pone en tela de juicio que los animales sean considerados cosas en el derecho español: o sea, bienes susceptibles de libre disposición por parte de sus propietarios. El debate comienza a abrirse, pero de ahí a la acción se presenta un trecho. Y no precisamente pequeño. Mientras ellos, los que nada tienen que ver y nada pueden hacer, siguen muriendo atropellados en las cunetas, ahorcados en los árboles, abatidos a perdigonazos o asfixiados en el patio trasero de sus dueños.
«Casi todos las localidades cuentan con algún tipo de protectora o refugio, aunque no sea el caso de Campohermoso. Pero su labor, que es hercúlea, es insuficiente. No dan abasto, sin más. No tienen medios. O se conciencia a la gente para que esterilice a sus animales y no los abandone o… será el cuento de nunca acabar», resume Lucía. Ella no se resigna porque, aunque muchos mueren por el camino, los que se salvan la empujan a continuar. Pero no todo el mundo posee la misma entereza ni los animales han de estar sujetos al azar de encontrarse con una persona como ella: buena. E implicada, claro.
Hay ámbitos que no pueden arrojarse como una losa sobre los hombros de gente corriente que tiene ya que lidiar con sus propios problemas. «Yo estoy jubilada y puedo dedicar tiempo a esto, pero entiendo que la mayoría de las personas no puedan hacerlo, aunque siempre se puede arrimar el hombro con un euro al mes, como teamer, con donaciones puntuales a protectoras o refugios, y desde luego, no comprando perros. Si alguien quiere uno, por favor, que adopte. Parece un tópico lo de ‘no compres, adopta’, pero es una necesidad imperiosa si queremos que algo mejore», explica Lucía, que sabe de lo que habla porque vive inmersa en ello y no repite meramente un lema que ya todos conocemos pero del que, realmente, sabemos muy poco.
Campohermoso, como tantos otros lugares de España, es un campo horrendo para los perros. «Bauticé la página en Facebook como Auxilio a los Animales de Campohorroroso», cuenta Raúl con cierta sorna, «pero Lucía y Adriana me convencieron para que la cambiara con el nombre real del pueblo. Bastante tienen los perros con que todo el mundo los obvie por la calle como para que la gente que quiera ayudar, encima, no encuentre la página a la primera, me dijeron», explica y sonríe, con una media sonrisa a camino entre la tristeza y el hartazgo.
Autores con citas sobre el mejor amigo del hombre sobran. Lo que falta es gente de acción y cultura animal entre quienes están en el Gobierno y quienes elaboran los programas políticos (esos que rara vez se cumplen, pero entre los que los animales no figuran ni como declaración de intenciones, con escasísimas excepciones). El dilema entre priorizar gastos y proyectos humanos y animales es una excusa: los recursos que hay para los animales, aunque escasos, pero bien empleados (o al menos, mejor empleados), podrían salvar vidas (a montones) si se destinaran a fomentar la adopción y penalizaran el abandono y el maltrato. Porque abandonar un perro es gratis. O casi: en Navarra, por ejemplo, se pagan diez euros y no hay que dar ningún tipo de razón para dejarlo en la perrera. El dinero no se paga además en el momento, sino a través de un giro posterior. Vamos, que abandonarlo es gratis, a pesar de las más timoratas que tímidas objeciones que algunas Administraciones han comenzado a mostrar, como en Mérida, donde desde 2012 «el dueño ha de dar razón de por qué se deshace de la mascota». Son solo ejemplos: el percal es parecido en toda la geografía patria.
Abandonar sale gratis y matarlos también. Y maltratarlos. No estaría mal repasar a Joaquín Sabina y Chavela Vargas: por aquello de que ser valiente no salga tan caro y que ser cobarde no valga la pena.
Llega el verano y se multiplicarán los abandonos: perros a los que nadie quiere y que todos obvian. O casi. Porque cada causa tiene sus quijotes y hasta los perros tienen coloquios en manos de Cervantes. Pero también a ellos pueden preguntarles qué es una vida perra: a Berganza y Cipión, que tuvieron amos en Sevilla, Córdoba y Granada, y a los que el manco de Lepanto dio voz en una de sus Novelas ejemplares. Vida perra que no cesa porque, cinco siglos después, España sigue como era.
Todas las todas las fotografías han sido realizadas y cedidas por voluntarios de Auxilio a los animales de Campohermoso.