«A lo largo de la jornada, pensad en echar un vistazo, de vez en cuando, sobre vosotros mismos. Y si os sentís agitados, febriles, deteneos inmediatamente, porque si no, este estado va a prolongarse indefinidamente y se reflejará de forma negativa en todo lo que pensáis hacer. Una vez os habéis parado, concentraos unos segundos para serenaros, para hacer algunas respiraciones profundas y después reanudad vuestra actividad con un ritmo nuevo.
Bajo el efecto de una sorpresa desagradable, de la inquietud, de la irritación, la gente se pone a zarandear los objetos, a dar portazos, a chocar contra los muebles, ¿por qué? Porque inconscientemente tratamos de desembarazarnos de una energía que no logramos dominar. Pero cuanto más nos agitamos, más impulsados nos sentimos a agitarnos. Debemos pues hacer lo contrario: permanecer completamente inmóviles durante un momento. Una vez calmados, podemos continuar nuestro trabajo en mejores condiciones.»
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