Aida. La adaptación como signo de juventud

EL DESAFÍO DE ADAPTARSE A TODA EDAD

 

Mientras no haya avejentamiento emocional, los condicionamientos y/o adversidades que se evidencian en la vejez (lentitud física, dolores articulares, problemas de desplazamiento, tristeza e inactividad), en realidad no serían retrocesos si media el aprendizaje y la conciencia del tiempo. Por lo tanto, el concepto de adversidad no debería adscribirse a la idea de retroceso, por el simple hecho de que quien sufre cualquier adversidad podría superarla en la medida que haga intervenir un aprendizaje superador.

El viejo se rejuvenece emocionalmente cuando advierte en cada momento de su vida la oportunidad del aprendizaje. Por su parte, el joven se avejenta cuando retrocede por falta de aprendizaje. Al respecto, podríamos identificar algunas situaciones que se deslizan en el trayecto de la vida cotidiana de cualquier individuo:

  • Si tenemos en cuenta que la capacidad productiva constituye el punto óptimo de lo que es capaz una persona, podríamos imaginar dicho estado culmen como una meseta que expresa el puntaje máximo de su productividad y potencialidad.
  • Pero, se observa, a través de la experiencia propia y ajena y como producto de la edad y el transcurso del tiempo, que a partir de esa meseta van apareciendo menoscabos y limitaciones en la capacidad de respuesta a los estímulos. Para el observador común, esto significa retroceso. Probablemente lo sea, si nos atenemos a la disminución de la velocidad de reacción de las capacidades y habilidades que antaño el sujeto mantenía en su esplendor.
  • Ese esplendor que antes mereciera un puntaje elevado, hoy podría estar disminuido, oscilando en puntajes medios o inferiores. La mayoría frente a este dato evidente y desalentador, da por cancelada su superación personal en cualquier aspecto de la actividad que desplegaba. Si bien antes se justificaba un esfuerzo para ser más o lograr más, hoy parecería que no, por lo que muchos dirán que ese objetivo de superación ya no tiene sentido.
  • Otros, en cambio, frente a ese evidente menoscabo, deciden comenzar una nueva etapa, como si haciéndose niños o adolescentes empiezan a aprender, a re-aprender o adquirir habilidades compensatorias para iniciar un nuevo período en sus vidas.
  • En caso que se decida por un nuevo aprendizaje, el proceso cognitivo que ello exige lleva implícito el caudal y refinamiento de la experiencia vivida y el nivel de conciencia adquirido. Es así como, a través de estos valores, el sujeto logra emprender un proceso que le permita adquirir habilidades nuevas que compensen a las anteriores.
  • Quizás por haber perdido o disminuido sus capacidades, el sujeto no pueda montar a caballo, pero por el solo hecho de intentarlo de nuevo, o de adaptarse a otra situación donde no sería similar el resultado de antaño, ese intento adaptativo entra a formar parte de una nueva visión acerca de las propias capacidades.
  • El esfuerzo adaptativo del anciano contiene una carga evolutiva superior a la que emplea el joven. Y aunque se presenten en escenarios de tiempo diferentes y hasta con resultados de menor calidad, aquí se cumple uno de los deseos de todo ser humano: haber aprendido lo que se aprendió en el pasado con la experiencia de hoy.
  • Es decir, debajo de la meseta, en la aparente regresión y minusvalía de la vejez, se podría reiniciar un proceso de nuevos aprendizajes. Es así como entran a jugar y a intervenir una serie de mecanismos y modelos mentales que harían más refinado esta etapa de superación y de nuevas adaptaciones.
  • Para ello, el anciano que así lo decida, podrá enriquecer su conciencia con la experiencia adquirida y transformarla en una fuente de sabiduría y perfeccionamiento. Si por haber caído en la renguera el anciano ya no puede correr con velocidad y flexibilidad, el intentar lograr caminar por sí mismo, aún por debajo de la meseta exitosa de antaño, ello podría permitirle un nivel de aprendizaje adaptativo y más reflexivo que el adquirido en la etapa juvenil.
  • Este es un desafío para los ancianos y enfermos incurables que, habiendo sufrido el paso del tiempo y la adversidad, podrían ser más conscientes de la habilidad y la capacidad que todavía serían capaces de desplegar o adquirir. De allí, quizás provenga el concepto de la sabiduría que caracteriza al anciano.

El viejo sabio afronta de manera apacible, paciente y silenciosa el devenir de su vida y ello le permite aprender y superarse para encontrar una comprensión superior de su propia vida. Alejado de toda manía de comparación y de la ambición y codicia que pugnan por triunfar en un sistema competitivo, percibe su vida de manera intensa, autónoma y sin quedar atrapado ni esclavizado en los estereotipos y valores regidos por el binomio precario e insuficiente del éxito-fracaso.

Ensayos para el Pensamiento Creativo

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