El personaje principal de la siguiente historia es un elusivo hombre llamado J.C. Brown, quien, en 1904, era un empleado de la Lord Cowdray Mining Company de Londres, Inglaterra. El fue empleado para buscar metales preciosos en esta región de de vetas de oro, y mientras que estaba aquí, se topó con una sección de roca en el frente de un peñasco que parecía no concordar con la formación que lo rodeaba. Mientras que estaba examinando esta piedra curiosa, notó que bloqueaba la entrada a lo que parecía ser una cueva. Brown, que era un geólogo, pensó que toda la escena no era natural y comenzó a cavar en la entrada de la cueva, la cual se hallaba llena de basura y vegetación. Él comenzó a ver que no era una cueva pequeña y después de mucho cavado se encontró a si mismo en un túnel que formaba una curva hacia abajo dentro de la montaña. Equipado con linternas y los utensilios de minería, salió para explorar.
Más tarde contó que “a tres millas de la entrada del túnel me encontré con un cruce mostrando mineral con contenido de oro y más adelante, me encontré con otro cruce en donde una raza antigua aparentemente habían trabajado cobre”. El creía que los otros cruces aparecían en alguna otra parte de la montaña. El declive continuó por aproximadamente unas 11 millas dentro de la montaña donde encontró lo que él llamó “El Depósito de la Aldea” (The Village Blets), donde se encontraron muchas piezas y cuartos.
Los cuartos estaban literalmente llenos con láminas diversas, todas prolijamente inscriptas. Las paredes se hallaban forradas de cobre laminado y había colgando escudos y piezas decorativas para la pared, hechas de oro. Algunas de las láminas doradas notó que estaban grabadas con ciertos dibujos y jeroglíficos. Las piezas se abrían hacia otros cuartos, uno de los cuales parece haber sido un lugar de adoración. Además de ello, había 13 estatuas hechas de cobre y oro y un diseño de un gran sol del cual sobresalían irradiaciones doradas. La forma en la que los objetos se hallaban apiladas, le dio la sensación de que los ocupantes de la ciudad subterránea se fueron bajo el impulso del momento. Y luego se encontró frente a una escena macabra – en una pieza contó 27 esqueletos, el menor de los cuales era de unas 6’6” y el más grande alcanzaba a más de 10 pies. Dos de los cuerpos se hallaban momificados, cada uno vestido con túnicas ornamentadas y de colores. Brown pasó muchos días explorando, estudiando los jeroglíficos e imprimiéndolos indeleblemente en su mente. El estaba muy excitado acerca de este gran hallazgo arqueológico y decidió abandonar el túnel y su contenido, dejando todo exactamente tal como lo había encontrado. Él pensó que iba a regresar. Pero, en primer lugar, diestramente disimuló la entrada al túnel y marcó en su mapa exactamente donde se hallaba en la montaña.
Más tarde contó que “a tres millas de la entrada del túnel me encontré con un cruce mostrando mineral con contenido de oro y más adelante, me encontré con otro cruce en donde una raza antigua aparentemente habían trabajado cobre”. El creía que los otros cruces aparecían en alguna otra parte de la montaña. El declive continuó por aproximadamente unas 11 millas dentro de la montaña donde encontró lo que él llamó “El Depósito de la Aldea” (The Village Blets), donde se encontraron muchas piezas y cuartos.
Los cuartos estaban literalmente llenos con láminas diversas, todas prolijamente inscriptas. Las paredes se hallaban forradas de cobre laminado y había colgando escudos y piezas decorativas para la pared, hechas de oro. Algunas de las láminas doradas notó que estaban grabadas con ciertos dibujos y jeroglíficos. Las piezas se abrían hacia otros cuartos, uno de los cuales parece haber sido un lugar de adoración. Además de ello, había 13 estatuas hechas de cobre y oro y un diseño de un gran sol del cual sobresalían irradiaciones doradas. La forma en la que los objetos se hallaban apiladas, le dio la sensación de que los ocupantes de la ciudad subterránea se fueron bajo el impulso del momento. Y luego se encontró frente a una escena macabra – en una pieza contó 27 esqueletos, el menor de los cuales era de unas 6’6” y el más grande alcanzaba a más de 10 pies. Dos de los cuerpos se hallaban momificados, cada uno vestido con túnicas ornamentadas y de colores. Brown pasó muchos días explorando, estudiando los jeroglíficos e imprimiéndolos indeleblemente en su mente. El estaba muy excitado acerca de este gran hallazgo arqueológico y decidió abandonar el túnel y su contenido, dejando todo exactamente tal como lo había encontrado. Él pensó que iba a regresar. Pero, en primer lugar, diestramente disimuló la entrada al túnel y marcó en su mapa exactamente donde se hallaba en la montaña.
Durante las siguientes tres décadas, las que van desde 1904-1934, las actividades de Brown parecen ser rodeadas de misterio, pero se ha sabido que él estudió la literatura y la filosofía correspondiente al continente perdido de Mu y a la civilización Lemuriana perdida, entre otros conocimientos de razas prehistóricas. Años de estudio y comparación de los jeroglíficos y pictográficos que él encontró en el túnel lo convencieron de que ciertamente, eran registros de la raza Lemuriana. Y así, después de 30 largos años, Brown salió a la superficie. Él decidió que la gloria de aquellos Lemurianos y de los artefactos dorados que aún se encontraban tranquilamente colgados en la cueva de la montaña, tendrían que ser compartidos con otros. En 1934, a la edad de 79 años, Brown apareció en Stockton, California. Era su idea organizar un grupo de gente interesada en acompañarlo, por su cuenta, hasta el Monte Shasta, y que una vez allí, ellos seguirían explorando más allá del antiguo túnel que había encontrado en 1904.
Ocho ansiosos residentes de Stockton, incluyendo al editor de un diario, un guardián de un museo, un impresor retirado, varios científicos y otros ciudadanos sólidos formaron un grupo para investigar el túnel junto a J.C. Brown. Durante seis semanas se encontraban en la noche para planear la expedición, y también para escuchar los fabulosos cuentos de Brown acerca de continentes perdidos, jeroglíficos, y las seductoras descripciones del tesoro, que parecía estar justamente al alcance de su mano. Algunos incluso abandonaron sus empleos y algunos vendieron cantidad de su propiedad personal durante estas seis semanas, tan seguros se sentían de que sus vidas se verían alteradas y enriquecidas después de sus descubrimientos notorios. El editor y el guardián del museo cuestionaron a Brown intensamente, repasando una y otra vez los detalles de su historia tan rara. Brown dio a conocer que él había pasado una gran parte de los 30 años previos buscando registros antiguos correspondientes a los Lemurianos, y su cuadro mental de los jeroglíficos en el túnel de la aldea subterránea lo habían convencido de haber encontrado el eslabón perdido en la historia de la civilización.
Y él les dijo que creía que las antigüedades de oro que había encontrado eran las de los Lemurianos o de sus descendientes. Brown incluso prometió suministrar un yate para transportar al grupo hasta tan al norte como pudiesen ir por agua. Ellos partirían el 19 de junio a las 1:00 p.m. El día amaneció claro y hermoso, y 80 ciudadanos de Stockton estaban esperando a la hora señalada la llegada de su líder. Ellos se habían reunido la noche anterior a fin de finiquitar los detalles finales, después de lo cual J.C. Brown les dijo adiós hasta la tarde siguiente. Sin embargo, Brown nunca más fue visto por alguien del grupo, y lo que le sucedió es una adivinanza de cada uno. Los miembros del grupo temieron por su vida, ya que previamente había mencionado que una vez había sido secuestrado por gente que no deseaban que esta información salga, (generalmente agencias guvernamentales); y de que apenas pudo escapar con vida. Ellos involucraron a la policía de Stockton, pero no se encontró rastro del hombre. Había desaparecido totalmente. Pero las 80 personas que esperaron en vano que apareciera en ese día de junio, creyeron en la autenticidad de su historia y ellos creen en la existencia del amplio túnel en el Monte Shasta, lleno con artefactos de oro.
Lamentablemente, J.C. Brown nunca reveló la ubicación exacta del túnel secreto en la montaña, y es altamente probable que estos tesoros de una era prehistórica nunca más volverán a deleitar la vista de otro ser humano. Envuelto en las nubes y la niebla y sellado a través de las eras en hielo y nieve, el Monte Shasta mantiene su secreto para sí, como siempre.