«La condición esencial del dominio es la serenidad, que permite ver las cosas en su aspecto verdadero y nos impide dorarlas y ensombrecerlas según sea nuestro humor.»
Una nueva consultante me llama, agitada y nerviosa, para contarme un suceso sorpresivo, que puede cambiar la vida de su familia. Habla sin parar, atropellándose con las palabras, imaginando circunstancias infortunadas y panoramas apocalípticos. En la primera pausa que toma, la detengo y le digo que respire. No me escucha y quiere seguir hablando. La vuelvo a parar y le repito que comience a respirar, en principio como le salga, pero que tome aire por la nariz y lo saque por la boca, por la garganta específicamente, como si soltara toda la angustia en una exhalación aliviadora. Después que lo hace unas cuantas veces, le pido que respire por la nariz, lentamente, con la panza, que ponga la atención en sus pies, luego en todo su cuerpo, que sienta su corazón latiendo cada vez más lentamente. Ahora que está más serena, la invito a que vuelva a sí misma, que se centre en su pecho, que se diga: “Yo soy xxx, estoy en pleno uso de mi conciencia, estoy conectada a mi Ser y, cuanto más calmada estoy, más cercana está la solución a cualquier situación”. Luego de una breve charla, se da cuenta de que esto podría ser una bendición disfrazada y el cambio que estaba esperando.
Esta forma de reaccionar es sumamente común: nos dejamos llevar por las emociones y las fantasías más sombrías y terminamos generando cosas mucho peores. Reflexionemos un poco. Si un específico hecho acontece, se debe a que una serie de decisiones y actos previos buscan una resolución. Es la oportunidad de finalizar con una tendencia y comenzar con otra. En la medida en que tomemos conciencia de qué necesitamos liberar y de qué precisamos incorporar, más simple e integrada será la transición de un estado al otro.
Lamentablemente, la manera de hacerlo que conocemos es dramatizar, perdernos a nosotros mismos, actuar intempestiva y reaccionariamente, recurrir a otros que están más perdidos que nosotros, etc. Lo peor es descontrolarnos emocionalmente, ya que ese fuego se intensifica hasta consumirnos, sin lograr ayudarnos en el proceso. Tenemos la mala asociación de creer que somos las emociones, en una sensiblería nociva. En general, lo que sentimos proviene de lo que pensamos. A determinado filtro mental le corresponde determinado filtro emocional. Si cambiamos uno, cambia el otro.
Cuando entramos en la espiral negativa de imaginar desgracias, en el fondo lo que hacemos es crearlas, porque nuestra mente (alimentada por las emociones) termina construyendo lo que tanto piensa. En lugar de ello, lo que conviene es tomar una perspectiva más elevada, salir de la dualidad y subir hacia una instancia integradora que pueda observar la oportunidad superadora que ese hecho significa, la posibilidad que el Alma nos está presentando para evolucionar.
Es imposible realizarlo si estamos ansiosos y desequilibrados. Por el contrario, esa vorágine funciona como una resistencia, que impide la resolución del conflicto. Cuanto más serenos y neutros estemos, más fácilmente aparecerán las revelaciones, las respuestas, los movimientos nutritivos esenciales. Es necesario aprender a serenarnos, centrarnos, escucharnos profundamente, dar lugar a nuestro Ser, dejar que la Vida conspire a nuestro favor, confiar, amarnos.
Todavía no estamos totalmente maduros para esta instancia. Estamos manejados por nuestros Niños Internos (que son los dueños de las emociones) y los dejamos que se sigan hiriendo cada vez más, en lugar de contenerlos y crecer. Como Humanidad, nos debemos un desarrollo sustentado en instancias más serenas, creativas y amorosas. Está en cada uno de nosotros comenzar e instaurar nuevas y mejores actitudes. ¿Te unes?
por Laura Foletto – www.abrazarlavida.com.ar