«Alguien os dice unas palabras ofensivas o actúa de una forma que vosotros desaprobáis: si no estáis vigilantes, dejaréis que estalle vuestra ira y una vez desencadenado el movimiento, ya no dominaréis nada, ni vuestras palabras, ni vuestros gestos, ni los latidos de vuestro corazón. ¡Cuántas personas lamentan haberse dejado llevar por estas situaciones! Prometen que no volverán a hacerlo, pero de nuevo explotan a la primera ocasión que se les presenta. Si su conciencia estuviese despierta, se apresurarían en actuar en ese instante en el que todavía pueden decidir sobre la sucesión de los acontecimientos.
Al comienzo, somos dueños de las fuerzas instintivas; al final, somos sus esclavos. Pero nada está determinado de antemano. Durante unos segundos todavía podemos dominar la situación y orientar la corriente. Pasado este momento, la atención ya no sirve para nada, salvo para constatar los daños que se están produciendo.»
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