Los cinco mayores chorizos de la historia de España

En días como estos en los que un intenso olor a pocilga recorre toda la vida política; cuando parece que ya no se puede caer más bajo en miseria personal y moral; cuando la repugnancia de la actuación de los miembros de la casta gobernante provoca un intensísimo impulso de vomitar; cuando parece que tras lo de Bárcenas y Undargarín no se puede caer más bajo… Entonces, en momentos de zozobra como esta, es aconsejable echar la vista atrás y reconocer la trayectoria de todos los enormes chorizos que ha dado la historia de España, padres fundadores de la hermandad del latrocinio, auténticos primeros espadas en el arte de esquilmar las arcas públicas, gente que entregó su vida entera al robo en una escala gigantesca.

Recordemos, pues, a estas egregias figuras.

Un chorizo a caballo retratado por Rubens.

Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma
El primer ministro y valido del rey Felipe III entre 1598 y 1621 es el padre fundador de la especulación inmobiliaria. El solito consiguió en 1601 que Felipe III trasladara toda su corte de Madrid a Valladolid. ¿El motivo? Meses antes, el duque compró a buen precio multitud de palacetes y residencias en Valladolid que posteriormente revendió al rey a precio de oro. Su gran pelotazo fue la compra por una miseria del palacio de don Francisco de los Cobos que, posteriormente, vendió para convertirlo en palacio real. Una vez se llenó los bolsillos, el duque de Lerma les dijo que tenían que volver a Madrid, y rey, infantas, consejeros y funcionarios recogieron sus bártulos e hicieron otra vez mudanza. Un auténtico torero, ¿no creen?

Durante su gobierno repartió prebendas y cargos entre sus amigos más cercanos, convirtiendo el gobierno en una especie de asociación lícita de malhechores, costumbre que luego se ha convertido en norma en este país. No obstante, su saqueo de las arcas públicas fue tan exagerado que, finalmente, el rey tomó cartas en asunto y detuvo al secretario del duque, don Rodrigo Calderón, que fue ejecutado en la plaza mayor de Madrid. Lerma hubiera corrido la misma suerte si no fuera por su última jugada maestra: consiguió que la Iglesia Católica le nombrara cardenal y consiguió así la inmunidad a todos sus delitos. De esta jugada queda la coplilla que decía: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”. Un maestro.

Manuel Godoy

Godoy era un tipo muy ocupado que solo descansaba para posar ante Goya.

Favorito y primer ministro de Carlos IV entre 1792 y 1797, y de 1801 a 1808. Miembro de la guardia de corps del rey, sus relaciones íntimas con la reina Maria Luisa le permitieron escalar meteóricamente hasta convertirse en primer ministro a los 25 años. Godoy fue un auténtico precursor en el arte de ser un trepa y en acumular cargos.

Cualquier político de ahora, que se ufana de compatibilizar una regidoría con un cargo en la diputación, más otros asientos más en algún consorcio de aguas o en una mancomunidad de transportes públicos y algún carguillo más en un consejo comarcal más una acta de diputado autonómico, debería callar y avergonzarse ante un auténtico profesional en la materia como fue Godoy. El amante de la reina acumuló, apunten, los siguientes cargos y títulos: consejero de Estado, primer secretario, secretario de la reina, superintendente general de Correos y Caminos, gentilhombre de cámara con ejercicio, capitán general de los Reales Ejércitos, inspector y sargento mayor del Real Cuerpo de las guardias de corps, duque de la Alcudia, Grande de España de primera clase, regidor perpetuo de la ciudad de Santiago de Compostela, caballero del Toisón de Oro, gran Cruz de la Orden de Carlos III, comendador de Valencia del Ventoso y de Aceuchal, señor de Soto de Roma, regidor perpetuo de la villa de Madrid y de las ciudades de Cádiz, Málaga, Écija y Reus, Barón de Mascalbó, veinticuatro de la de Sevilla, caballero de la gran cruz de la Orden de Cristo, protector de la Real Academia de Nobles Artes y de los Reales Institutos de Historia Natural, Jardín Botánico, Laboratorio Químico y Observatorio.

Y sí, Godoy se hizo inmensamente rico.

El padre del capitalismo cleptómano español y un genio de las finanzas.

El Marqués de Salamanca
Ministro de Hacienda durante la década de 1840 y afamado hombre de negocios, el Marqués de Salamanca es un hombre adelantado del nuevo capitalismo, ya que manipuló groseramente la Bolsa para beneficiar sus chanchullos y marrullerías, y se aprovechó de su información privilegiada y de sus contactos en las altas esferas -sus compañeros de correrías financieras eran el marido de la reina regente María Cristina y el general Narváez- para convertirse en el hombre más rico de España. Su primer gran pelotazo fue cuando consiguió el monopolio del comercio de la sal en 1839 con unas condiciones sumamente ventajosas. En 1854 arrendó al Estado durante cinco años éste monopolio a cambio de 300 millones de reales, una cantidad desorbitada que era más del doble de lo que había ingresado durante 15 años por este concepto.

A Salamanca se le adjudicaron las obras de la construcción del ferrocarril, operación en la que contó como socio al conde de Retamoso, cuñado de la reina regente, con lo que se demuestra que las corruptelas del AVE tiene una sólida y arraigada tradición. En otoño 1844 consumó un pelotazo bursátil extraordinario: en un momento de alzas Salamanca se movió anticipando un movimiento bajista; justo en ese instante, se produjo un pronunciamiento militar del general Martín Zurbano que provocó un pánico financiero y que permitió al avispado Salamanca arramblar con 30 millones de reales en un sólo día. De esta cantidad, repartió dos millones al general Narváez, entonces primer ministro, en agradecimiento a los servicios prestados.

A pesar de su carácter emprendedor, Salamanca tuvo muchos enemigos, gente que envidiada su fino olfato para los negocios. Así, el periódico La Ilustración del 24 de junio de 1854, le describía de esta manera: “Esta sociedad comandita para la explotación de todos los negocios del país la capitaneaba Cristina (la reina regente) y su gerente Salamanca, monstruo de inmoralidad. Presentarse al negocio de los ferrocarriles en la España comercial y abalanzarse todos como manada de lobos hambrientos fue cosa que a nadie admiró”.

Ya no se ven bigotes así en el Congreso de los Diputados.

El Conde de Romanones
Si usted es de los que sienten hastío al ver las mismas caras de siempre perpetuándose en el Senado o en el Congreso de Diputados, piense en Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, que entre 1888 y 1936 ocupó, ininterrumpidamente, su escaño por Guadalajara. Con una habilidad que haría palidecer de envidia a todo un Baltar o un Carlos Fabra, durante medio siglo una hoja no caía de un árbol en Guadalajara sin antes pedirle permiso al conde de Romanones. Eso es caciquismo, y lo demás son tonterías.

De todas sus corruptelas, las más repugnantes son las relacionadas con la defensa de sus intereses en la explotación de fosfatos en Marruecos, que gestionaba a través de la Sociedad Española de Minas del Rif con sus socios de la familia Güell y el Marqués de Comillas. Para defender sus intereses económicos declaró la guerra a los rifeños en 1909, enviando a las muerte a miles de reclutas de clase obrera y campesina. Se calcula que en las guerras del Rif, entre 1909 y 1927, murieron 50.000 combatientes, entre españoles y rifeños, pero los intereses de Romanones se mantuvieron a buen recaudo. Un auténtico benefactor.

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El Franquismo
Si, ya sé que el Franquismo no es nadie en concreto. Sin embargo, podemos decir que el Franquismo fue, pura y simplemente, corrupción. Si la corrupción se pudiera aislar en su total pureza y convertirse en un nuevo elemento de la tabla periódica, si pudiera destilarse la esencia más pura de lo corrupto, el resultado sería el Franquismo. Nunca la corrupción fue tan transversal, tan democrática, tan extensa. Nunca la pobredumbre y la ruina moral alcanzaron un predominio tan apabullante. Todo, absolutamente todo, era corrupción durante el Franquismo: conseguir una licencia (cualquiera), el urbanismo (todo), el estraperlo y el contrabando institucionalizado, los pufos en las exportaciones, los monopolios estatales que eran gestionados por pocas familias, las comisiones que se llevaban los ministros y los militares retirados, una clase dirigente en venta donde todo el mundo se ofrecía al soborno. Un Estado corrupto y absolutamente criminal. Por ejemplo: las riadas en Catalunya en 1962 se cobraron 700 vidas humanas -sí, como si fuera la típica catástrofe de Bangladesh, pero es que España era Bangladesh-, 700 emigrantes de origen andaluz y extremeño que murieron porque se concedieron licencias en zonas inundables, licencias en zonas invivibles, licencias en zonas que eran propiedad de unos caciques locales que se enriquecieron y que luego, tras la matanza, escurrieron el bulto y se fueron de rositas.

Duró 40 años y impregnó la mentalidad española. Y duró hasta hace cuatro días. Hasta antes de ayer.

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