El “oxígeno” para la mentira es la separación entre los seres humanos que genera la ausencia de valores, sin los valores, cunde la desunión, la depredación de todos contra todos: mujeres contra hombres, blancos contra negros, musulmanes contra cristianos y un largo etcétera de “dualidades new age“. Para eso se crearon los partidos políticos y la falacia de la derecha/izquierda: para sustituir la dicotomía de la vida, el Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira.
¿Conclusión?
La asfixia para el Mal es la Unidad, una Unidad que no se puede establecer con valores relativos, como las religiones o partidos políticos, sino a través de los valores eternos: la Verdad, la Justicia, el Bien común. Es en ellos donde el Mal colapsa, donde la Verdad aflora aunque el mentiroso no lo quiera.
Cuanto más presionemos en este sentido, más políticos dirán la verdad aunque no quieran, como Cospedal; “se les habrá acabado el oxígeno para su mentira”.
Cospedal (PP) reconoce que “hemos trabajado para saquear el país” (y no es la primera vez)
La mentira ya no se aguanta y aparece en “lapsus linguae”.
Lo “mejor de todo” es que no es la primera vez: hace meses ya lo admitió.
Es momento de recapitular la historia reciente de España a la luz de las explosivas declaraciones del broker Javier de la Rosa al Pequeño Nicolás.
De su relato de cómo actuaron las administraciones públicas y los políticos desde los años 90, podemos deducir que:
Mientras el gobierno de la Unión Europea imponía a los españoles, entre otros, el Impuesto del Valor Añadido (IVA) que sumado a un sinfín de tasas que afectan a todos los índoles de los aspectos esenciales de la vida (vivienda, luz, combustible, agua, telecomunicaciones, transporte, servicios esenciales) hicieron que los pequeños y medianos empresario tuvieran que quebrar, de manera que las grandes corporaciones se quedaron con la mayor parte de los negocios, haciendo a su vez que mucha gente perdiera su puesto de trabajo, a resultas de lo cual, el consumo decreció con lo que todavía más negocios quebraron, lo cual sumado a la gigantesca subida del precio de la vivienda, producto de la corrupción en los ayuntamientos a cuenta de la rectificación de terrenos, al margen de la irrupción en el mercado de las agencias de compra-venta de pisos; mientras tanto, digo, mientras los ciudadanos éramos vigilados con lupa por los inspectores de Hacienda por 1000 míseros euros, los políticos que detentaban el poder en esos años y los jueces y fiscales que habrían tenido que juzgarlos se compinchaban con los grandes banqueros y empresarios para generar una red de evasión de capitales, de manera que en la práctica no pagaban impuestos y ni siquiera reinvertían en el país sus ganancias.
Dicho de manera más rotunda: en los años en los que los impuestos se convirtieron en una espada sobre el ciudadano, políticos y grandes empresarios tenían barra libre para robar de las arcas públicas y sacar el dinero de España, a cambio de que contribuyeran a la agenda del Nuevo Orden Mundial: el saqueo del estado mandaba a la ruina a las empresas públicas que ellos (o sus compinches) compraban posteriormente a precio de ganga para inmediatamente hartarse de ganar dinero. Eso, si no acababan finalmente en manos extranjeras-sionistas, como ha acabado sucediendo.
El acuerdo fue: roba todo lo que puedas mientras te mantengas callado del saqueo, conocido popularmente como Nuevo Orden Mundial. Para eso necesitaban, obviamente, a los individuos más amorales, más taimados, más mentirosos, más perversos: en eso consistió el papel de los partidos políticos. Seleccionar a lo peor de la población para, paradójicamente, dirigirla.
Los jueces, muchos de los cuales eran parte de la conspiración, metieron en los cajones todos los expedientes que podían haber destapado el complot, autorizando así, de hecho, el saqueo del país.
Nada de esto hubiera sido posible si hubiera habido periodistas de verdad en los medios de comunicación (personas que ponen la VERDAD por encima de cualquier ideología); al seleccionar periodistas ideologizados, es decir, de derechas o de izquierdas, o que se reconvertían en esto porque los propios medios estaban oriendados ideológicamente, se aseguraron de que no se descubriera el pastel hasta… 30 años después.
Lo que todo el mundo en la calle sabía, los medios fueron los últimos en publicarlo.