«Cada prueba con la que os encontráis debe servir para vuestra evolución. Por eso no debéis rebelaros pensando que sois víctimas de una injusticia por parte del destino. Alguien dice: «¡Yo no me merecía eso!» ¿Cómo puede saber lo que se merece? No se conoce: no conoce su pasado lejano, tampoco conoce demasiado su presente y sólo tiene una vaga idea de su futuro. Entonces ¿cómo puede pretender que el destino o el Señor sean injustos con él?
Incluso cuando en un proceso los jueces condenan a un inocente – ¡la historia está llena de errores judiciales! – detrás de esta injusticia, en realidad hay una justicia. Eso ha podido suceder incluso con santos, con Iniciados, con grandes Maestros: algunos fueron encarcelados, quemados, crucificados… En apariencia, era injusto; pero en realidad estas pruebas tenían un sentido y ellos debían aceptarlas o bien para pagar una deuda del pasado o para comprender ciertas verdades que sin ellas no habrían comprendido o para hacerse más fuertes.
El pensamiento de una injusticia divina impide a los humanos evolucionar. Suceda lo que suceda, no deben sentirse víctimas de una injusticia: de esta manera darán un gran paso hacia adelante.»
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