A lo largo de nuestra vida como individuos vamos desarrollando conciencia. Entendemos por conciencia el registro de sí mismo y del mundo que nos rodea, de lo que somos y de lo que nos ocurre, de nuestra identidad y de nuestro destino. Este registro es tanto sensible como racional, y evoluciona. Esto significa que la conciencia no es fija, no permanece igual a sí misma, sino que tenemos la posibilidad de profundizar en nuevas dimensiones de nuestro ser, de recorrer nuevos vínculos con la realidad.
¿En qué sentido podemos decir que este proceso de la conciencia es de «integración»? En su dinámica, la conciencia va desarrollando identificaciones con contenidos parciales de la estructura global. Lo que “creemos ser”, aquello que definimos ser en cada momento de nuestro vida, nuestra sensación de identidad, es en verdad un fragmento de la totalidad que somos. Desde esas identidades fragmentarias nos vinculamos con los demás y con el mundo, creyendo que «yo» y «mundo» están definidamente separados. Sin embargo, esa barrera es ilusoria. La división entre yo y los otros, lejos de ser definitiva, varía de acuerdo a la capacidad de sensibilidad y discernimiento que expresa la conciencia. Profundamente, en cada estadio de su desarrollo la conciencia nos va revelando que forma parte de lo que somos aquello que hasta ahora creíamos exterior. Y en la medida que somos conscientes de lo fragmentario de nuestras identificaciones, es posible entonces que se genere una expansión de nuestra sensación de ser e integremos (es decir, que reconozcamos como propias e incluyamos) cualidades hasta ahora rechazadas (negadas, proyectadas, etc.).
Así, se desarrolla una dinámica en la cual:
1) nos identificamos con rasgos parciales de nuestro ser,
2) definimos allí una identidad y deseos personales desde los que nos vinculamos al mundo,
3) la frustración de esos deseos generan conflictos que llevan a una crisis de esa identidad parcial, crisis en la que se pone en juego nuestra capacidad de responder a propósitos más vastos (esto es, de responder a lo que no ocurre tal como deseamos).
En este punto clave del proceso (crisis de identidad) pueden manifestarse diferentes respuestas:
Cristalización de la identidad: nos refugiamos en lo que “creemos ser”, extremando la polarización entre «yo» y «destino», rechazando cualquier posibilidad de cambio.
Conversión de la identidad: nos reconocernos en cualidades que son antagónicas a aquellas con las que hasta ahora nos identificamos, abandonando a éstas y “creyendo ya no ser eso”, confirmando de este modo la polarización entre “lo que creo ser” y “lo que creo no ser”.
Integración de la identidad: cesamos en nuestra identificación exclusiva con aquellos rasgos parciales, generando una expansión de nuestra sensación de identidad. Esta ampliación permite incluir cualidades hasta el momento no reconocidas de nosotros mismos. Aquello que polarizaba con la identidad y aparecía como «destino» es reconocido ahora como constitutivo del ser.
Parece muy claro que la posibilidad de auténtica integración implica aceptar la necesidad de conformar identidades parciales funcionales (que, aunque fragmentarias, nos permiten interactuar con el mundo), tanto como trascenderlas (cuestionándolas como centros exclusivos de la totalidad e incluyéndolas como partes) para acceder a despliegues más plenos de conciencia. El proceso de integración implica reconocer que aquellas identificaciones parecen necesarias para que el proceso vital mismo sea posible, y que en sus sucesivas crisis y transformaciones (cesación o muerte a la sensación de exclusividad, de ser todo) terminan por constituirse en diferentes vehículos que conducen la revelación del propósito esencial de nuestra vida (ser parte de un todo mayor).
La conciencia como río
¿Cómo aparece este proceso reflejado en la lógica astrológica? ¿qué herramientas aporta la carta natal de un individuo para acompañar y significar este recorrido de su conciencia? Para evitar el tecnicismo y la extrema abstracción, utilizaremos para nuestra reflexión astrológica la observación de un fenómeno de la naturaleza. Estableceremos así una analogía entre el desarrollo de la conciencia y la corriente de un río.
Comencemos diciendo que en lo que acabamos de exponer surge una lógica circular y aparentemente paradójica. Habiéndose elevado desde el mar, condensándose en nubes, algunas gotas (algunos fragmentos) de ese vasto océano lograron conocer alturas de las que ahora descienden bajo la forma de río, anhelando volver a aquella unidad. Participando de lo universal y vasto (océano), algo se discrimina y fragmenta (gotas de lluvia), y emprende un complejo camino de regreso (río).
El proceso de la conciencia se asemeja a ese retorno. Diferenciados de la matriz uterina , nacemos y nos desarrollamos como entidades psicológicas. Vamos identificándonos con algunos fragmentos, confundiéndolos con la totalidad que somos, y desde ellos vamos vinculándonos con nuestro destino. Seguramente, en tanto no confirme nuestros propósitos, este destino será resistido creyéndolo ajeno a nosotros. Sin embargo, quizás podamos ir percibiendo que los obstáculos y desvíos, en verdad, van revelando una trama, el auténtico cauce de nuestra vida. Y este trazado, aunque no resulte la línea recta que deseamos, conduce inexorablemente al encuentro con la totalidad. El encuentro con el océano es inevitable.
Ahora, en su recorrido, ese río encuentra vados, espacios en los que lo turbulento parece aquietarse y la dirección del cauce adquirir un nuevo sentido. Cada uno de estos vados representan diferentes niveles de la conciencia y tienden a constituir identidades que los expresan. Estas identidades representan instancias en las que el trepidante flujo vital se aplaca. Mediante la constitución (construcción) de nuestras fragmentarias identificaciones psicológicas se logra contener a aquella intensidad.
En este sentido, estos vados, estos niveles de identificación, tienen un significado funcional y operativo. Parecen permitir condiciones que hacen posible el desarrollo del propósito vital esencial, y evitan que distintas corrientes del río caoticen su curso. Pero también resultan instancias que invitan a la fantasía de refugio, a desertar del compromiso con lo amplio y trascendente, y recluirse en la aparente comodidad de esa calma, resistiendo la presión del río que convoca a seguir circulando (confundir la parte con el todo).
Así, un contenido fragmentario, un cierto conglomerado de factores, se constituye en la parcialidad que hegemoniza el centro de la identidad y desde allí organiza la totalidad de la psiquis. Decimos que la persona se identifica con -siente ser- esos rasgos nucleados y los confunde con el todo. Cree que el vado puede contener definitivamente la corriente del río.
La carta natal y los estadios de conciencia
Desde lo astrológico, podríamos reconocer que la vida individual despliega tres estadios o niveles de conciencia bien diferenciados , en los que desarrolla las distintas identificaciones. A estos estadios o niveles los llamaremos:
1.- Complejo lunar.
2.- Nexo solar.
3.- Estímulos de integración.
El estadio del complejo lunar es aquel en el que se constituye las primeras imágenes de identidad. Al elaborarse en los primeros años de vida, estas tempranas sensaciones de ser se basan en supuestos condicionados por la supervivencia y la dependencia externa. Así constituidas, ligadas a la vulnerabilidad, a la incapacidad de autonomía y a la urgencia de otro para satisfacer necesidades básicas, las primeras identificaciones muestran una adhesión emocional y afectiva por parte de la conciencia que las hacen persistentes en el tiempo. Seguimos creyendo en ellas, creemos ser eso, mucho más allá de lo necesario, como si aún en la vida adulta tuviésemos la fragilidad y carencia que tuvimos en la cuna. Es por esto que el complejo lunar representa el estadío más regresivo de nuestra estructura psicológica , y su crisis como identificación exclusiva de la conciencia caracteriza a la adolescencia y la juventud temprana .
Los puntos de una carta natal a los que puede suponerse que la conciencia recurrirá para elaborar estas primeras imágenes de identidad son:
.- Luna por signo y por casa.
.- Aspectos de la Luna.
.- Casa IV y su relación con el Ascendente.
.- Planetas en Casa IV.
.- Regente de la Casa IV.
.- Nodo Sur.
El estadio de nexo solar es el espacio en el que la conciencia comienza a ampliarse más allá de su identificación exclusiva con lo lunar. Las características solares facilitan la decisión de experimentar el riesgo de la autodeterminación, de descubrir el propio talento para la supervivencia más allá de las formas del pasado que, aunque quizás resulten seguras y estables, comienzan a percibirse como severamente condicionantes e inhibidoras. Este estadio se caracteriza por la búsqueda de constituir una identidad personal sólida, autocentrada, que sirva como plataforma para la realización de nuestras potencialidades. Existe una búsqueda de algo auténtico, de lo genuino “dentro de sí”, tanto como una necesidad de logro y éxito en el mundo. Se percibe que los propósitos personales han logrado superar el regresivo condicionamiento lunar, y que, por lo tanto, ahora sí pueden coincidir con la realidad .
En una carta natal, el nexo solar aparece indicado en los siguientes puntos:
.- Sol por signo y por casa.
.- Sol por aspectos.
.- Los planetas personales por signo, casa y aspectos .
El estadio de estímulos de integración es aquel en el que la conciencia comienza a abrirse y a aceptar que la vida individual y personal se inscribe en un orden que la trasciende. El destino y sus contrariedades comienzan a ser percibidos como la revelación de un propósito esencial al cual resulta necesario saber integrar. «Integrar» implica aquí reconocer a aquello que parece contradecir mi deseo personal e incluirlo como parte (y acaso como clave) de aquello que profundamente soy. Soy mi destino. En este nivel de desarrollo de la conciencia, la pregunta “¿qué pretendo yo de la vida?” va siendo desplazada por aquella que interroga “¿qué se propone la vida conmigo?” .
Obviamente, los indicadores que pueden dar una insinuación (y apenas eso) de estos estímulos a una integración plena son:
.- Júpiter y Saturno como articuladores del acceso a la dimensión transpersonal.
.- Los planetas transpersonales por casa y aspecto.
.- La casa XII.
.- El nodo Norte.
.- El Ascendente y su relación dinámica con el Medio Cielo.
El río, sus vados y los estadios de conciencia
¿Cómo se relacionan estos estadios con nuestra metáfora del río de la conciencia?
En el comienzo, nuestra experiencia de la conciencia, nuestra experiencia de río, se inicia en el contenedor núcleo de pertenencia familiar. El estadio del complejo lunar. Allí desarrollamos los primeros bordes de identidad, aparentemente firmes y estables, y que tempranamente confundimos con la totalidad de lo que somos. Ya sean placenteros o no, parecen definitivos y absolutos, en el sentido que promueven la sensación de asegurar la supervivencia y de proveer de aquello que realmente necesitamos para vivir .
El estadio del complejo lunar sería de este modo “el primer vado”, o mejor un pequeño lago en lo alto de una montaña, en el cual las gotas de lluvia comenzaron a aglutinarse y supieron permanecer contenidas. De no mediar circunstancias de presión, el deseo no sería otro que quedar allí, en la estabilidad de ese espacio contenedor, en la serenidad que no parece necesitar ningún cambio.
Ahora bien, en verdad, estos vados reciben afluentes que convergen en él ampliándolo, fundiéndolo con otros cursos de agua. Después de cada “experiencia de vado” resulta más complejo definir la identidad del río, reconocerlo por el mismo nombre (la misma forma) que tuvo cuando empezó a correr. El caudal será otro, lo mismo que el color, los peces que lo habitan, etc.
Estas convergencias son nuestros encuentros vinculares, encuentros que nos transforman y modifican por ampliación y, por lo mismo, no nos permiten seguir siendo los mismos. Nos desplazan de la quietud autoreferente para enriquecernos. Nos enriquecen al tiempo que nos tornan más complejos. Nos expanden al tiempo que nos funden en expresiones vitales que hasta este momento sentíamos ajenas.
Así, si bien la conciencia parece necesitar de ese vehículo funcional (las identificaciones parciales) para experimentar la vitalidad en la sustancia concreta de nuestra vida individual, luego pugna por ampliarse y trascenderlo. Esta búsqueda no responde a la voluntad personal ni a una disposición del individuo aislado.
Es decir, esta posibilidad de ampliación no es una cualidad propia del río en su cauce conocido, sino una consecuencia de su receptividad a los afluentes. Esta búsqueda se plasma en las convergencias vinculares, en el encuentro con otros. Y su profundo sentido se revela en nuestras vidas provocando crisis. Son las crisis de identificación, las crisis de lo que creemos ser. Estas crisis representan una oportunidad de expansión de conciencia.
El mundo de las relaciones vinculares, el encuentro con afluentes, permite desarrollar una resonancia armónica con la totalidad a partir de lo que se vive como conflicto desde lo aislado y fragmentario. Armonía a través del conflicto. Revelación de un cauce profundo a partir de incluir aceptando ser transformado. La totalidad de lo que somos (la dimensión transpersonal) reclama ser incluida en aquello que definimos ser (las dimensiones lunar y solar). Y, siendo que nos definimos a partir de fragmentos, resultan inevitables estos momentos de transformación profunda de los contenidos que ocupan el centro operativo de la identidad.
Básicamente, la personalidad puede responder a esta propuesta transformadora de dos maneras:
1.- Sintiendo la oportunidad de liberarse de ese modo restringido de definirse a sí misma y ampliándose así a la experimentación de nuevas potencialidades.
2.- Resistiendo la transformación y aferrándose a la definición conocida, a riesgo de cristalizarse en una forma carente de vitalidad y, por lo tanto, de funcionalidad.
En general, se viven estas dos modalidades simultáneamente en forma de tensión y conflicto, hasta que algún núcleo de factores (regresivo o progresivo) define las características que ejercerán la apariencia de predominio hegemónico en el centro de identidad.
Podríamos suponer que las crisis de transición del complejo lunar (de identidad centrada en forma exclusiva en lo lunar) a la expresión solar comienzan a manifestarse en la edad de la adolescencia y se instalan más imperativamente hacia los 21 años. Y la crisis de transición del estadio del nexo solar (de identidad centrada en forma exclusiva en lo solar-lunar) a la inclusión de lo transpersonal (estadio de estímulos de integración) acaso comience a intuirse hacia la mitad de la vida (esto es, la arquetípica crisis de los 42 años).
En cada caso, una identificación fragmentaria, que hasta allí se mostró efectiva, comienza a revelarse como un sistema de reacciones condicionadas, un sistema poco eficiente para establecer vínculos con la realidad. En verdad, esas identidades parciales resultan estructuras provisorias y justifican su existencia en la medida que son capaces de responder al potencial de expansión de la conciencia. Una vez que esta estructura de identidad agota su capacidad operativa, necesita entrar en crisis y ser transformada. De no ser así, comenzará a dar respuestas regresivas, de repliegue antes que de trascendencia y amplitud.
El movimiento de la conciencia no debe ser necesariamente abrupto. Esta transformación no tiene por qué ser operada como un corte imprevisto o compulsivo de una continuidad lineal que no preanunciaba alteración alguna, sino que puede resultar una modulación: el declive y retiro de una modalidad, hasta ese momento hegemónica, y el surgimiento e instalación de una nueva.
Esto representa un salto integrador de la conciencia. No implica la claudicación de una modalidad a expensas del triunfo de otra, lo cual reflejaría la lógica antagónica y excluyente de la batalla de polos (cristalización o conversión), sino la pérdida de control hegemónico de un fragmento que queda ahora incluido en una unidad mayor (integración), unidad en la que se establecen nuevos vínculos asociativos entre factores antes aislados o no integrados. Y en esa nueva unidad se desarrollará un nuevo centro operativo de identidad .
Bibliografía
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González I., Lodi, A. y Steinbrun H. La carta natal como guía en el desarrollo de la conciencia.
Buenos Aires, Kier, 2004.
Visser, Frank. Ken Wilber o la pasión del pensamiento. Barcelona, Kairós, 2003.
Wilber, Ken. El proyecto Atman. Barcelona, Kairós, 1988.
– . El ojo del espíritu. Barcelona, Kairós, 1998.
* Trabajo presentado en el IX Congreso GeA
alejandrolodi@hotmail.com
http://www.astrotranspersonal.com.ar/lodi1.htm