«Piensa en tu Madre» Mariano Alameda.

madre

Todo lo que pienses de ella, no es ella. Eres tú. Eres tú pensando en ella. Eres tú relacionándote con tus recuerdos, con tus conclusiones, con tus miedos, con tus anhelos. Todo pensamiento sobre tu madre no es tu madre real. Tu madre física está en su casa y lo que piensas de ella, no es ella. Eres tú pensando. Así con todo.

Todo lo que crees de tu familia es imaginación. Sólo es pensamiento, modificado por la memoria. Esos pensamientos van cargados de emociones, de recuerdos y crees que son la verdad. Sin embargo, no son la verdad. Son sólo pura imaginación. Son tus propios pensamientos, que salen de ti. La familia imaginaria que tienes en la cabeza es el producto de las conclusiones que tu mente tomó de experiencias reales que tuviste en la infancia. Desde entonces has ido creando una historia personal con respecto a cada uno de los personajes de tu familia. Y los tienes en tu cabeza. Sin embargo, esos pensamientos no son tu familia. Eres tú pensando.

Pero lo más sorprendente no es que lo que pienses de ellos no tenga que ver con su verdadera identidad. Lo más sorprendente es que lo que piensas de ti tampoco tiene nada que ver contigo. Esas experiencias infantiles que crearon las imágenes que tienes de tu familia son las mismas imágenes que han creado la idea que tienes de ti mismo. La familia imaginaria ha creado tu ego: todo eso a lo que tú llamas yo. Y todo eso a lo que llamas yo, está equivocado: Cualquier autoidentificación está equivocada.

Pensamos que somos seres individuales, que tenemos libre albedrío para decidir lo que queremos hacer con nuestra vida. Sin embargo, el libre albedrío no es más que el ego identificándose o no con una acción que ya ocurría por sí misma. Cuando vamos a ver a nuestro equipo al estadio de fútbol y éste gana, llegamos a casa tan ufanos y decimos “hemos ganado”; pero si el mismo equipo pierde el partido, al llegar a casa decimos “han perdido”. El ego se identifica o no con lo que sucede dependiendo de si le conviene a su idea de sí mismo. Pobre cobarde enredado.

Damos por hecho que creamos la realidad, que somos dueños de lo que acontece o que tenemos la posibilidad de ajustar nuestro entorno a nuestra personalidad: farsa. Cuando las cosas nos van bien, nos creemos muy ufanos que merecemos lo que nos pasa, que nosotros hacemos la realidad, que somos creadores. El problema llega cuando la cuesta va hacia abajo…Entonces pensamos… ¿Qué pasa? ¿Por qué me pasa esto? ¿Qué pasa con la ley de la atracción? Bla, bla… El ego intentando existir. El ego identificándose o no con los hechos que acontecen en la realidad. El ego intentando manipular una realidad que va muy por encima de él. Vano intento cargado de dolor.

Toda crisis es el resultado de una relación entre el ego creado y la respuesta del entorno. Si no coinciden, sobreviene la catástrofe. El entorno cambia continuamente. Imagina que vives en España y que eres un ejecutivo de éxito, con familia estable, la gente te admira. Tu ego se pavonea de lo que has conseguido. De repente, tu mujer te deja, te quedas sin trabajo y te tienes que ir a otro país para hacer otra labor por debajo de tu categoría. ¿Qué hacemos entonces con la idea de uno mismo como ganador, qué hacemos con nuestro exitoso personaje cuando el entorno nos dice que somos un pobre inmigrante sin relaciones ni dinero? ¿Cómo puede bailar el ego entre los conceptos fantásmicos del éxito y el fracaso?

El ego es, básicamente, un espectro mental inexistente creado por la familia y la sociedad, un subproducto del conflicto, un epifenómeno del miedo. Una entidad creada tanto por las experiencias vitales como por la herencia inconsciente. Nos creemos independientes y muy seguros de existir separados del mundo “externo”, pero no nos damos cuenta de que el entorno es el que fabricó nuestra personalidad. Sobre todo el entorno familiar en la primera infancia. Sobre todo la relación con papá, la relación con mamá y la relación con los hermanos.

Toda familia es un sistema holográfico. Por eso todos los elementos que lo componen son modificados cuando uno de los elementos varía. Los padres felices suelen hacer hijos felices. Los niños siempre son un proyecto de los padres, aún cuando no lo hagan conscientemente. El cuerpo del niño y su personalidad obedece de manera consciente o inconsciente al deseo parental. Y sin embargo crecemos creyendo que nosotros somos así o asá por nuestra culpa.

Nos gusta una mujer y al enamorarnos de ella creemos que es una decisión propia. Sin embargo, cuando comprendes cómo el ego se forma y su funcionamiento, compruebas que la persona de la que te enamoras tiene reglas base familiares compartidas o tiene similitudes con lo maravilloso de tu mamá cuando eras niño o que su personalidad tiene los antídotos a lo horrible de tu papá. O, simplemente, complementa tus carencias. Entonces, eso nos enamora. Y nos creemos que hemos decidido enamorarnos…

Lo que hacemos es el resultado de las conclusiones que tomamos en la relación con nuestros familiares en el pasado infantil. Y esa relación de amaestramiento infantil es verbal, no verbal, simbólica y deductiva. Es el ego que nos atrapa en una jaula de imaginación. Todo ego es un fantasma, intentando existir, porque en el fondo sabe que no existe. Intenta que el entorno le refuerce y le apuntale, pero es un intento vano. El ego no se da cuenta de que lo que llamamos “fuera de nosotros” no es fuera, sino dentro. El ego no se da cuenta de que lo que llamamos “dentro de mí mismo” no es más que la reacción a lo que pasó fuera. No nos damos cuenta de que lo que pensamos no tiene por qué ser real, de que lo que creemos de nuestra gente no es más que nosotros mismos pensando. El que tira ascuas, se quema las manos. Si odias a tu padre, el odio no es de él. Es tuyo.

Del mismo modo que no haces nada para que te crezca el pelo o no haces nada para latir el corazón o para hacer la digestión, así tampoco has hecho nada para crearte a ti mismo. Las experiencias infantiles te han hecho llegar a conclusiones sobre quién eres, cómo eres y cómo funciona el mundo. Pero el mapa que tiene tu pensamiento no está alineado con la realidad. No tenemos en cuenta la herencia psicológica, los patrones de repetición inconsciente. No nos damos cuenta de que todo es doble, femenino y masculino dentro de ti. No nos damos cuenta de que nuestro pensamiento es, sobre todo, papá y mamá hablando en nuestra cabeza. No nos damos cuenta de que lo que es en los padres, lo es en los hijos, por mimetismo o por distinción. Lo que llevamos por dentro, en nuestra información mental, creado por las experiencias pasadas, es el filtro que nos muestra el mundo. El mundo que vemos es el mundo que somos. Somos un hombre viviendo dentro de un mundo de hombre, al igual que un perro es un perro viviendo en una realidad de perro. Y esa percepción está en continuo cambio, nada permanece. Por eso el ego sufre, porque no se comprende, porque no sabe cómo ha sido formado, porque se apega a no perder los placeres y teme que lleguen los dolores recordados. El deseo es el recuerdo del placer. El miedo es el recuerdo del dolor. El ego nos desalinea de la realidad.

Para comprender quién eres has de comprender quién creías ser y porqué. Para liberarte has de hacerlo de tu identidad condicionada. Para tener un comportamiento alineado con la realidad, has de darte cuenta de cuando te desalineas. Para elegir con verdad, hay que saber qué es mentira. Para evitar que te pasen esas cosas que te pasan continuamente y no quieres, has de saber por qué suceden, para qué suceden. Así se evitan las repeticiones compulsivas cíclicas que se dan en cada generación. Comprender quién es uno y cómo ha sido creado permite incrementar los dones a los hijos.

Con un nivel de conciencia bajo, la persistencia cíclica perdura. Es lo que han llamado los ciclos kármicos o, como dijeron los chamanes, el tonal de los tiempos. Sólo con un desierto meditativo a la búsqueda de quién mira el mundo tras tus ojos y quién vive en tu cuerpo puede uno alinearse al cambio y a la transformación que gobiernan la realidad. Entonces uno encaja en el motor del universo y se puede relajar y encontrar la paz.

Piensa en ti. Todo lo que piensas de ti, no eres tú.


Mariano Alameda
www.centronagual.es

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