La idea generalizada que tenemos es que el cerebro es el órgano que percibe la realidad.
Las últimas investigaciones neurológicas determinan que no es exactamente así. En realidad, el cerebro es más bien una válvula reductora de la información que llega de los sentidos. Es decir, nosotros captamos muchísima más información del mundo de la que somos capaces de asimilar y son las funciones superiores del cerebro las que se encargan de filtrar, seleccionar, dar forma y sobre todo, dar significado a lo que percibimos. El cerebro se encarga de reducir la información que nos llega y de ello se encargan las mismas estructuras cerebrales que crean el ego. Es decir: el ego reduce la realidad.
Además de reducir la información a lo que puede comprender, las estructuras del ego le aportan el significado personal a lo que percibimos. Lo cual es extraordinariamente importante, porque la vida, en sí misma, está hecha de significado. Nosotros mismos nos contamos a nosotros la historia de nuestra vida. Para cada humano, la vida es una historia que nos contamos de quiénes somos, de qué nos está pasando, de dónde nos deja a nosotros aquello que estamos percibiendo. Le vamos dando significado a todo lo que nos ocurre, de todo lo que nos hacen, de todo lo que acontece a nuestro alrededor y a nuestra gente. El significado de la realidad para cada uno de nosotros es de una importancia extrema porque es lo que nos hace sentirnos bien o mal. De hecho, la felicidad, en su mayor parte depende de que ese significado sea adecuado, verdadero, coherente, útil y positivo.
La mayor parte de los conflictos y los problemas psicológicos (incluso los físicos y los sociales) tienen su origen en un significado distorsionado de la realidad. Una comprensión equivocada del significado de lo que nos ha ocurrido puede dar al traste con nuestro bienestar. Muchas de las más espectaculares mejoras terapéuticas que la gente ha gozado en nuestro centro vienen de un sencillo trabajo sobre los significados y sus causas originales.
Nos creemos que lo que percibimos como realidad es así, nos creemos que la gente, la familia, los amigos, los compañeros, son como los vemos. Nos creemos que lo que pasa es lo que creemos que pasa y que es la verdad. La famosa frase del desarrollo personal: “no vemos el mundo como es sino cómo somos” ya nos avisa de este enorme error de creer que nuestra verdad es la verdad. Hay tantas interpretaciones de la realidad como personas en el mundo. Hay tantos mundos como personas. Por eso cada uno de nosotros vivimos en nuestro propio universo personal. Un universo hecho, sobre todo, de significados que van desde la mayor paz, dicha y alegría a los más profundos horrores de la vergüenza, el odio y la culpa.
Esos significados se generan espontáneamente desde nuestro inconsciente. Percibimos directamente el significado porque la propia percepción ya viene filtrada a través de la memoria inconsciente. Comprender esto es de una importancia gigantesca para poder vivirse de una manera más positiva, porque con un inconsciente lleno de miserias ocultas, cualquier resplandor puede significar oscuridad.
El inconsciente se va llenado de experiencias desde la más profunda infancia. Los pequeños no son capaces de poder discriminar lo que se está depositando en su memoria ancestral. Son los actos y los lenguajes de los padres los que le enseñan al niño los significados de lo que percibe. El pequeño tiene sistemas cerebrales de copia y almacenamiento de lo que dicen sus padres y, sobre todo, de lo que sus padres hacen y le hacen. Lo que nos hacen nos dice lo que significamos y eso nos describe lo que somos. Quizá si no me quisieron creo inconscientemente que no soy digno de amor, si no me escucharon creo que no merece la pena mi opinión, si no me valoraron creo que no tengo importancia. Si esa distorsión es grande, sufriré una neurosis. Si la distorsión es total, será una psicosis y perderé el sentido de la realidad común.
No hay más que ver cómo un bebé que empieza a nombrar los objetos del mundo está haciéndolo de modo especular y simétrico a como le narra la vida su mamá o su papá. ¿Y si la narración del mundo o de nosotros que nos han hecho nuestros padres no es certera, o está sin querer llena de miedos, sufrimientos e interpretaciones infelices? Casi todos los padres intentan lo mejor, pero sencillamente su visión puede no tener las ideas más útiles de lo que el mundo es. Simplemente tienen el filtro perturbado por sus propios dolores kármicos. Los actos parentales van a programar al niño para que comprenda el mundo de una determinada manera y lo que es aún más importante: para que se defina y se comprenda a sí mismo de esa determinada manera. Al final lo que nosotros creemos que somos no es más que eso: una creencia. Y todas esas creencias sobre nosotros, llenas de significados emocionales, permanecerán profundamente escondidas en los abismos de la mente y nos dictarán los significados de lo que percibimos. Y veremos el mundo bajo su dictado porque esos significados dependen de las emociones que llevan asociadas. Y las emociones, como los deseos, no se eligen: salen desde nuestras profundidades sin poder ser elegidas. Por eso decimos que una persona es “un inconsciente”: no se da cuenta del alcance de sus actos y de la inexactitud de su visión del mundo. Y ese inconsciente, como ya sabemos, no es solo personal, sino que va a capas cada vez más profundas: personal-familiar-grupal-social-humano colectivo…
A lo mejor es ese inconsciente cultural, profundo, heredado y errado en cada uno de nosotros el que provoca la mezquindad, ignorancia y estupidez del egoísmo del mundo híper-economizado, nacionalista, mezquino, egoísta, cobarde, mentiroso, cruel e injusto que vemos en cada telediario.
Al menos, en el día a día, también vemos como algunas de las gentes sencillas que mantienen vivo a su inocente niño interno y escuchan su corazón bondadoso –los que aún lo conservan o lo recuperaron-, y con su ejemplo de ayuda, comprensión, tolerancia y búsqueda del bien común dan ejemplo a los perdidos, a los desencantados, a los distraídos, a los rendidos y a los soberbios.
La libertad, por tanto, si existiera, tendría que ver con estar lo más limpio posible en esos fondos de nuestra información para que el filtro con el que interpretamos la vida sea lo más transparente posible y que de ese modo, nuestra vida sea más y más verdad; porque la verdad, la alegría y la felicidad son bastante parecidas.
Los maestros que han limpiado su espejo nos cuentan que la realidad está formada por Amor, por presente, por bondad, por perfección, por pura energía y por dicha. En estados alterados de conciencia incrementada, es decir sin el filtro del ego, provocada por prácticas como la meditación, el viaje interno, la comprensión profunda, las prácticas chamánicas o espirituales, somos capaces de percibir otros aspectos de la realidad más profunda. Algunos neurólogos consideran que es una percepción más profunda, captada por el sistema límbico, más antiguo, más emocional, más espiritual, que no deja de encajar con una visión cortical mucho más certera y aguda. Desde esas profundidades perceptivas limpias todo está siempre en el presente, las cosas tienen infinitos significados y no son juzgadas ni etiquetadas: son comprendidas en su esencia. En esa percepción brillante los significados de lo que ocurre son metáforas certeras que nos sirven de hitos para el camino más fácil, los demás son nosotros mismos y el mundo entero es nuestro cuerpo y cabe dentro de nuestra conciencia, no hay distorsión entre lo imaginado y lo percibido, no estamos regulados por las creencias sino por la ética superior intrínseca al ser humano espiritual y los instintos profundos son flechas moduladas que nos llevan a la propia realización y la dicha. Todo se llena de significado. La materia se espiritualiza y el espíritu se materializa.
Esos mismos neurólogos se están dando cuenta por tanto de que las experiencias espirituales son intrínsecas a la función cerebral. Es decir, todos, cualquiera de nosotros estamos hechos para poder percibir los estados de conciencia más delicados, veraces y potentes. No hay nadie que no tenga la potencia para hacerlo. Pero eso sí, quizá tenga que prescindir de alguna creencia equivocada heredada sin darse cuenta, reconocer aquello que nunca vio, mirar en lugares ignotos de sí mismo y estar dispuesto a cambiar los significados y con ellos, la propia idea de sí y del mundo que le hacía adicto a su dolor.
O no, también puede esperarse al momento de morirse y darse cuenta entonces de haber vivido la vida con los significados de otros y no haber podido cantar su más verdadera canción. En todo caso, inexorablemente, alineado o no, buscando o sin buscar, queriéndolo o no, antes o después, nos miraremos de frente con el Misterio.
Quizá la vida no sea más que una preparación para ese gran significado.
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Mariano Alameda
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