La pobreza del pensamiento islámico hoy

Por TARIQ ALÍ
Ibn Hazm, Ibn Sina (Avicena) e Ibn Rusd (Averroes) son exponentes de determinadas corrientes de pensamiento semioficiales que se desarrollaron en los primeros quinientos años del islam. Los dos últimos, en particular, arremetieron contra las restricciones de la ortodoxia religiosa; mas, al igual que Galileo siglos después, no optaron por el martirio sino por continuar en vida y proseguir sus investigaciones. Hubo otros pensadores mucho más explícitos que pusieron en cuestión toda la estructura del islam.
El hereje de Bagdad Ibn Rawandi escribió en el siglo IX varios libros donde cuestionaba los principios básicos de las tres grandes religiones monoteístas. Ibn Rawandi fue mucho más radical que la secta mutazilí a la que había pertenecido. Los mutazilíes creían posible combinar el racionalismo y la fe en un solo dios. Algunos rechazaron la Revelación e insistieron en que el Corán no era un libro revelado sino creado por el hombre. Otros criticaron duramente la calidad de su composición, su falta de elocuencia y la «impureza» de su lenguaje. A su juicio, las obligaciones para con Dios eran dictadas exclusivamente por la razón. Los mutazilíes más extremistas censuraban la impiedad del Profeta y que hubiera tenido demasiadas mujeres.
La secta mutazilí empleaba argumentos racionalistas para explicar el mundo, combinando fragmentos de la filosofía griega con especulaciones basadas en sus propios estudios y observaciones. El Corán era ajeno a este proyecto. Los pensadores mutazilíes crearon teorías para explicar el mundo físico: consideraban que los cuerpos eran conglomerados de átomos; establecieron una distinción entre sustancia y accidente; todos los fenómenos eran explicables mediante la inmanencia de los átomos que constituían los cuerpos. Los mutazilíes consagraron muchos esfuerzos al intento de comprender la ubicación de los cuerpos y el movimiento en el universo. ¿Estaba inmóvil la Tierra? Y, en tal caso, ¿por qué? ¿Qué naturaleza poseía el fuego? ¿Había un vacío en el centro del universo?
Es de señalar que, en la primera mitad del siglo IX, esta secta detentó el poder estatal durante treinta años. Tres califas sucesivos, a partir de al-Mamun, obligaron a aceptar a los funcionarios estatales, a los teólogos y a los cadíes que el Corán era una obra humana y no un texto revelado. Los califas ordenaron que se flagelase en público a los teólogos que se negaban a romper con la ortodoxia coránica. Este periodo, en el que se hicieron demostraciones tan poco atractivas del poder de la razón, no tardó en llegar a su fin. Los mutazilíes huyeron a otras regiones del mundo islámico, donde, conscientes de los peligros inherentes a su filosofía, adoptaron una postura más cautelosa.
Es tentador tratar de imaginar qué habría ocurrido si hubiesen permanecido en el poder. Parece evidente que, si sus ideas hubieran evolucionado más, habrían terminado por poner en tela de juicio la propia existencia de Dios. La comparación con los pensadores islámicos del siglo XX, cuyas obras se enseñan en los principales seminarios y escuelas religiosas de El Cairo y Qom, revela que los pensadores del siglo IX eran más avanzados en todos los aspectos. La pobreza del pensamiento islámico contemporáneo contrasta con la riqueza de la que gozó en los siglos IX y X. Pero los imanes que imparten enseñanzas orales en las escuelas-mezquitas de las ciudades de Europa occidental y de Norteamérica probablemente ni siquiera estarían dispuestos a reconocer la existencia de los mutazilíes. Esta mermada perspectiva es una de las tragedias del islam «moderno».
No es de extrañar que en el fértil ambiente intelectual de mediados del siglo IX apareciera una voz crítica como la de Ibn Rawandi. Este pensador hizo reflexiones muy cáusticas acerca de los profetas, incluido Mahoma, las profecías y los milagros. Ibn Rawandi sostenía que los dogmas religiosos siempre eran inferiores a la razón porque sólo ésta permitía alcanzar la integridad y la superioridad moral. La ferocidad de sus ataques sorprendió tanto a los teólogos islámicos como a los judíos, y unos y otros lo censuraron implacablemente. Ibn Rawandi respondió demostrando que los milagros no eran más que trucos de magia. Lejos de excluir a su propia religión de las críticas, argumentó que la Revelación de la que emanaba el Corán era a todas luces una impostura. En su opinión, el Corán no era una obra revelada ni tampoco original. Repetitiva y poco convincente, distaba mucho de ser una obra maestra. Ibn Rawandi fue creyente en la primera etapa de su vida y terminó siendo ateo. Es de suponer que recorrió un camino duro y solitario. No se ha conservado absolutamente nada de su obra original. Lo que sabemos de él y de sus escritos nos ha llegado a través de los textos de los críticos musulmanes y judíos que consagraron tomos y tomos a refutar sus herejías.
El choque de los fundamentalismos

 

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