No hace falta ser muy observador para darnos cuenta de que nos gusta mucho hablar, hablar y hablar, sin importar de qué se trate. Todos gustan de dar su opinión sea de lo que sea, así se presente la ocasión: de política, de fútbol, de economía, de música, de salud, de literatura o de arquitectura, hasta de filosofía o espiritualidad. No importa el tema, el caso es opinar, criticar, censurar, dar una imagen de sabelotodo, menospreciar, alabar o simplemente manifestar nuestro acuerdo o desacuerdo, mostrarse a favor o en contra con una ligereza de quien no es responsable de sus palabras, ni es consciente de sus efectos y consecuencias.
Fácil resulta hablar y criticar sobre lo que hacen otros, pero pocos se preguntan qué hago yo al respecto o quién soy para tratar a la ligera el trabajo de los demás. Hablar es gratis (o eso creemos) e inventar, fantasear y deformar denota una gran falta de respeto y responsabilidad. Resulta difícil encontrar a quienes se atienen a lo justo, a lo real y verdadero, a lo responsable en pensamiento, palabra y obra; resulta difícil hallar a quien calla cuando debe callar y a quien habla cuando debe hablar, alguien digno de escuchar y ser escuchado… Curioso resulta ver que a los caballos se les pone las riendas en la boca y, como el jinete, controlando la boca del caballo, controla su cuerpo entero.
Reflejo de esa sociedad del parloteo es la mente particular de cada uno, donde una charla ambigua y sin sentido se hace presente en cada situación cotidiana, opinando, censurando, mostrando su gusto o disgusto, calificando y deformando cualquier situación al interés del propio ego. Es tremendo el gasto de energía desperdiciado en esa lengua interna, con ese meto-me-en-todo mental.
Luego, en ocasiones que así lo requieren, nos falta la concentración necesaria, la unificación energética y el discernimiento preciso; entonces nos quejamos porque no comprendemos o creemos comprender sin comprender.
Una cosa es tener un desarrollado intelecto, que ha leído mucho y cree saber de todo y otra cosa es el desarrollo de la consciencia a través de la experiencia, la integración y la sabiduría. Una cosa es conocer de muchas cosas y otra muy distinta es saborear el alma de las cosas, sus profundidades, su esencia. Sin embargo esa esencia no es transmisible, debe ser captada por cada uno, debe ser encontrada por cada buscador. De nada sirve hablar y teorizar bonito sin haberse tomado la molestia del esfuerzo y del trabajo particular en uno mismo, para dejar de ser un teórico más y convertirnos en alguien consciente por méritos propios.
Muchos son los que van detrás de la noticia, detrás de la corriente de opinión, detrás de la última revelación, para generar nuevas expectativas, nuevos debates, nueva especulación. Parecen curiosas mariposas que se posan de flor en flor, comentándolo todo, opinando de todo, para no quedarse con nada; no escogiendo un camino, no haciendo un trabajo que te permita crecer, sino dando satisfacción a la curiosidad mental, a la satisfacción de expectativas, a los deseos… Ruidos que envuelve el ambiente dotándolo de entretenimiento y distracción.
Es lícito y normal oír de todo en un mundo sobrecargado de información, saturado de noticias y diversificado en opinión, pero corremos el riesgo de ir corriendo de un lado a otro sin propósito ni dirección, de caer en la comodidad del consumismo de la información, donde nos dicen qué comprar, qué pensar, qué decir y qué hacer. Un ruido envolvente y cautivador que no deja escuchar lo que realmente merece la pena, aquello que se propicia cuando se hace el silencio interior y que proviene de tu esencia, de tu real Ser.
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Ángel .º.
DDLA