Viven aisladas, no pueden comprar una minifalda ni dejar que las vean comprando papas fritas; las redes sociales no existen en su rutina. Kukumaru, una de las geishas más famosas de Kioto revela el día a día de estas mujeres y de paso, alega que muchas veces se las vea como prostitutas.
KIOTO.- En el mundo recluido de los barrios de geishas de Kioto, donde nada parece haber cambiado desde el siglo XVII, jovencitas llevan una vida aislada para preservar en todo su refinamiento el arte y la cultura de Japón.
Enfundadas en sus largos kimonos, con sus rostros maquillados sobre una espesa base blanca, las geishas, o más bien «geikos», de la ex capital imperial, caminan con elegancia por las calles adoquinadas del barrio de Gion, para asistir a sus citas en las casas de té.
Éstas abandonaron la escuela a los 15 años, para comenzar primero como empleadas domésticas antes de convertirse rápidamente en «maikos», o sea, aprendices de geisha. Durante los cinco años siguientes reciben una sólida formación en danza tradicional, instrumentos musicales japoneses -el laúd y el shamisen de tres cuerdas- así como también en protocolo y el arte de la conversación.
«Las geishas de Kioto eran originalmente hijas de samuráis. Cuando el sistema feudal se desmoronó, estas jóvenes, por sus cualidades y la gracia que les brindaba su origen social, adquirieron este arte de divertir para apoyar a sus familias, en las que se convirtieron en verdaderos pilares».
Hacia los 20 años reciben el título de «geiko». Su oficio es entonces el de entretener y divertir a huéspedes pudientes, sobre todo en cenas o banquetes. Éstos, en su mayoría políticos y hombres de negocios, por lo general no saben cuánto cuesta una velada con una de las 175 «geikos» de Kioto hasta que reciben una factura por un monto exorbitante.
“Nos ponemos un jean y salimos de incógnito (para comprar papas fritas)”
«La gente imagina el ‘glamour’, pero es mucho más que una dura prueba», confía la célebre geiko Kikumaru, arrodillada en los tatamis de una casa de té de Kioto, en una poco común entrevista con la prensa. «Una sacrifica su adolescencia para convertirse en geisha y a veces dan ganas de tirarlo todo por la borda. Pero hay que vencer este sentimiento», afirma Kikumaru, de 31 años.
Un ejemplo cruel es encontrarse de manera fortuita siendo aún aprendiz con coetáneas en la escuela. «Cuando una maiko se dirige a un banquete y se encuentra con un grupo de escolares de su edad en uniforme, se imagina que se van a cenar juntas alegremente mientras ella estará agachada sobre un tatami. No tiene ninguna vida privada y comparte un dormitorio con otras tres o cuatro chicas», cuenta Kikumaru.
«La geiko tiene como deber proteger y prolongar (en el tiempo) la cultura y las tradiciones japonesas que desaparecen progresivamente», explica en el dulce dialecto de Kioto. «Debemos velar por la imagen que proyectamos. Cuando salimos, siempre debemos cuidar nuestra manera de caminar y nuestro comportamiento. Tenemos prohibido estar en Facebook y todo lo que se le parezca», continúa.
«Hay mujeres que ejercen un oficio diferente al de una geiko (…) «Sin embargo, hay una tendencia a meternos a todas en el mismo saco (…) No hay intimidad física (…) una geiko es una confidente».
El cine exagera: los prejuicios hacia las geishas
La percepción que se tiene de las geishas frecuentemente está muy lejos de la realidad y numerosas colegas de Kikumaru se horrorizaron con la película «Memorias de una geisha», estrenada en 2005 -inspirada en la novela de Arthur Golden- que daba una imagen de ellas como mujeres de vida ligera.
Si bien geishas de otras partes de Kioto y Japón en el pasado propusieron relaciones sexuales a sus clientes, las de Gion se quejan de que los extranjeros las confunden con prostitutas. «Las películas exageran, por supuesto. Pero, ¿cuál es la verdadera vida de una geisha? ¡Bueno, un poco de todo!», ríe Kikumaru. Es cierto, «hay mujeres que ejercen un oficio diferente al de una geiko», dice púdicamente. «Sin embargo, hay una tendencia a meternos a todas en el mismo saco», añade, insistiendo: «no hay intimidad física (…), una geiko es una confidente».