Las misteriosas leyendas de Praga

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¿Qué es lo que más abunda en Praga, aquello que encuentras en cualquier rincón de esta ciudad? Las masas de turistas abarrotando la calle Karlova, responderá uno. La cerveza, dirá el gracioso. Las defenestraciones, añadirá uno más gracioso todavía. Pero la verdad es que recorrer la capital checa significa toparse con una leyenda en cada calle, un fantasma en cada edificio y una tradición para explicar casi todo.

La misma fundación de la urbe, atribuida a los eslavos allá por el siglo IX, es legendaria: la princesa Libussa decidió casarse con el hombre que eligiera su caballo para poner fin a las divisiones internas de su pueblo y, así, fue un campesino o premysl quien daría nombre a la consiguiente dinastía. Eso ocurrió en la colina Vysehrad, donde otro équido engrosa el mito: Shemik, que se lanzó al Moldava desde una peña conocida como Skala Vysehrad para salvar a su dueño, Horymir, cuando éste lo montaba en su última voluntad antes de ser ejecutado.

El lugar es pródigo en enigmas, quizá porque allí se ubica el cementerio o porque era escenario de cultos paganos antes de ser cristianizado con profusión de iglesias, al parecer no muy eficaces. El mejor ejemplo, los tres bloques de piedra que forman la llamada Columna del Diablo, atribuida a una apuesta perdida por Satanás (en realidad restos de un cromlech). Pero también la treintena de variopintos fantasmas que, dicen, salen por las noches: damas blancas, doncellas llorosas, carrozas con caballos y pasajeros decapitados, perros infernales envueltos en fuego, esqueletos danzantes…

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Claro que toda Praga es pródiga en espectros. Por la calle Celetná suelen deambular un espeluznante carnicero y la prostituta a la que mató a hachazos por intentar seducir a un sacerdote. Y, en la plaza Mariánské, el Ayuntamiento está escoltado por dos grandes estatuas de hierro: una representa al famoso rabino Löw, creador del Golem, del que hablaré en otra ocasión; la otra es el espíritu de un asesino que carece de rostro, por lo que vaga por la Ciudad Vieja en busca de alguien a quien arrebatárselo.

Apenas un siglo después de la fundación, el rey Wenceslao fue asesinado por su hermano Boleslav en la capilla que hoy lleva el nombre del difunto; en su puerta está la aldaba a la que se agarró en el último momento de agonía. Justo encima, en una cámara, se guardaba la corona real que acarreaba la muerte a quien se la pusiera sin derecho. El líder nazi Reinhard Heydrich, autoproclamado Protector de Bohemia, no hizo caso de la advertencia y quiso darse el gustazo de cubrirse con ella, pereciendo tiroteado por un comando poco después.

Pero no todas las leyendas son del más allá. También están las religiosas. Obviando las judías, que dan para un post entero por sí solas, se pueden citar la del Monasterio Capuchino, a donde la talla de Nuestra Señora de los Ángeles regresaba cada vez que la trasladaban; la del crucifijo que un hebreo costeó en el Puente de Carlos IV para lavar una blasfemia; o la del templo de Santiago, en cuya puerta se conserva el brazo momificado de un ladrón al que se lo tuvieron que amputar porque quedó pegado a la imagen de la Virgen cuando pretendía robarla.

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