«El ser humano está construido de tal forma que se ve continuamente obligado a salir de sí mismo. Desde el instante en que por la mañana se despierta, sale, es decir, mira, escucha, habla, deja su casa para irse a trabajar o de tiendas, va a visitar a sus amigos, a distraerse, a pasearse, a viajar. Todo esto está muy bien pero, a la larga, se deja acaparar tanto por todas estas actividades externas que acaba perdiendo el contacto consigo mismo y ya ni sabe verdaderamente quién es. Y a partir de este momento, no sólo ya no ve con claridad las situaciones y comete errores, sino que también se debilita y el menor contratiempo, la menor contrariedad, le dejan desamparado.
Es normal que el hombre no se quede encerrado en sí mismo, porque cada contacto con el mundo exterior le obliga a salir fuera de él. Pero, para no ir a la deriva, debe velar con su pensamiento para restablecer el equilibrio entre el exterior y el interior, entre la periferia y el centro, entre la materia y el espíritu.»
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