«La religión y la sociedad han fijado unas reglas de moral sexual sin preguntarse si los humanos serían capaces de aplicarlas. Y por eso muchos de ellos, que quisieron obedecer estas reglas, sólo lo consiguieron a costa de grandes sufrimientos y de trastornos psíquicos a los que el psicoanálisis ha dado el nombre de represión. Pero la represión no puede ser una solución para el problema de la sexualidad. Es peligroso negarle a la fuerza sexual su salida natural si no se tiene un móvil poderoso, unas aspiraciones, un ideal superior capaz de hacer un trabajo en los planos del alma y del espíritu para canalizar y transformar esta fuerza.
La continencia es una renuncia, desde luego; sin embargo, esta renuncia no debe ser una privación, sino una transposición a un plano superior. No hay que privarse, no hay que renunciar, sino solamente subir más arriba. Esto es lo que los hombres y las mujeres necesitan que les expliquen cuando les hablan del control de la fuerza sexual.»
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