«El sentimiento de peligro acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, pero este sentimiento debe evolucionar hasta convertirse en temor de transgredir el orden divino, de dar una nota falsa en la armonía cósmica. Diréis que no representáis nada tan importante que pueda perturbar la armonía cósmica. Pues bien, os equivocáis: una acción egoísta, una palabra inútil o malévola, bastan para producir disonancias.
Tampoco es aconsejable, evidentemente, de estar temblando continuamente pensando que vuestras menores palabras, vuestros menores actos, pensamientos o sentimientos pueden ser notas falsas: si os imagináis que a cada paso podéis cometer un error y sentiros culpables por ello, no avanzaréis. El único temor que debéis tener verdaderamente, es el de perder la conciencia de ser hijos e hijas de Dios y de que se os espera, por tanto, en la casa del Padre. Sí, éste es el único temor que está permitido e incluso aconsejado; en efecto, este temor os liberará poco a poco de todos los demás y avanzaréis así con seguridad, en la paz y la claridad.»
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