Desde hace mucho tiempo sabemos que todos los caracteres observables a simple vista en cualquier especie (su fenotipo) tienen un componente genético y un componente ambiental (externo o interno del propio organismo). Lo mismo podemos afirmar del comportamiento. Pero, ¿podemos conocer cuanto influyen los genes y el ambiente en la determinación de un carácter observable y/o medible? La heredabilidad se define precisamente como la cuantificación del genoma en la manifestación fenotípica de los caracteres. Por ejemplo, podemos preguntarnos cuanto influyen en la estatura los genes y el medio ambiente en el que se desarrolla un niño o una niña. Es obvio que, en condiciones favorables, los padres de elevada estatura tendrán hijos altos. Si la calidad de vida es buena, no aparecen enfermedades graves, etc. será difícil que los hijos de padres altos tengan una estatura inferior a la de sus progenitores. Pero si el desarrollo de los hijos se produce en circunstancias muy desfavorables es seguro que no alcanzarán la estatura de sus padres. En este carácter resulta muy evidente que la heredabilidad no es elevada.
Una vez explicada esta cuestión, que seguramente ya será conocida por la mayoría de los lectores, contaré los resultados obtenidos por la investigadora Aida Gómez Robles (Universidad George Washington, USA) y otros científicos de los Estados Unidos acerca de la heredabilidad del cerebro y de la mente humana. Esos resultados han sido publicados en la prestigiosa revista PNAS de la Academia de Ciencia de USA. Antes de nada, quiero presumir de que esta investigadora realizó su tesis doctoral bajo la dirección de quien escribe y de la Dra. María Martinón (University College de Londres). Pero, sobre todo, quiero lamentar que todo el esfuerzo realizado por sus padres, profesores y tutores (incluido el económico) está siendo aprovechado por una universidad norteamericana, para mayor gloria de un país que apuesta por la ciencia como motor económico. Aquí no había oportunidades para que Aida prosiguiera con su brillante carrera profesional. Nuestra “cultura científica” está muy lejos de lo deseable.
Para estimar la heredabilidad de los caracteres se utilizan individuos que comparten los mismos genes (gemelos monocigóticos) o bien su genoma es muy similar (gemelos no monocigóticos, hermanos, etc.). Aida y sus colegas estudiaron el cerebro de 218 seres humanos y 206 chimpancés, de los que obtuvieron magníficas imágenes de resonancia magnética (MRI). Este método es inocuo. A diferencia de los Rayos X la obtención de imágenes mediante el MRI no irradia a los pacientes. Además la imágenes digitalizadas tienen una calidad extraordinaria y puede estudiarse hasta el último detalle de un cerebro. Aida y sus colegas seleccionaron diferentes caracteres del cerebro, que se pueden cuantificar con gran precisión y los compararon mediante un procedimiento de análisis complejo.
Esta investigación fue impulsada por el hecho de que muchos investigadores están tratando de identificar genes particulares, responsables de que los humanos actuales tengamos un cerebro de gran tamaño, un neocórtex muy desarrollado, un gran número de neuronas o un increíble número de conexiones entre todas la células del cerebro. En otras palabras, la hipótesis que manejan muchos expertos sugiere que nuestro cerebro y su funcionamiento (lo que podríamos llamar la mente) es altamente heredable. Para que lo entendamos mejor, la hipótesis que propone una alta heredabilidad de los caracteres cerebrales defendería que los padres inteligentes tendrían mucha mayor probabilidad de tener hijos inteligentes y viceversa ¿Es esto así? Los resultados de Aida Gómez y sus colegas indican que el ambiente juega un papel mucho más importante de lo que podemos suponer en el desarrollo de la mente. Los rasgos cerebrales de los chimpancés resultaron tener una heredabilidad mayor que los de nuestro cerebro. Volvemos al ejemplo anterior: si los hijos de padres inteligentes reciben una formación de gran calidad no cabe duda de que triunfarán en sus respectivas profesiones. Pero si las circunstancias no lo permiten es muy probable que esos hijos no desarrollen todo su potencial. Nuestro cerebro está expuesto en gran medida a las influencias ambientales, buenas o malas. Tenemos una mente sumamente flexible e influenciable, que nos ha permitido realizar grandes logros. En muchas ocasiones he defendido que el estrecho contacto entre los seres humanos nos ha llevado a construir una especie de cerebro social, que tiene un potencial mucho mayor que el de mentes brillantes, pero aisladas de su entorno. Los genes están ahí, por supuesto, pero el ambiente puede potenciar en gran medida las capacidades cognitivas de un individuo y del grupo.
El corolario de estas investigaciones nos lleva a reflexionar sobre algo muy obvio. Aquellos niños y niñas que se desarrollan en ambientes desestructurados, donde prevalece la violencia y en los que, incluso, pueden acabar empuñando un arma en su infancia más temprana, terminarán por ser adultos violentos, sin un ápice de compasión o solidaridad. Si el ambiente es el opuesto, esos niños y niñas se graduarán en una buena universidad y llevarán a cabo investigaciones tan notables como la que han realizado Aida Gómez Robles y sus colegas. La ciencia nos está explicando como atajar muchos de los grandes males que asolan a nuestra especie. Se trata de que quienes tienen la responsabilidad no miren para otro lado.
Genes y ambiente: la construcción de nuestro cerebro y de nuestra mente