Por Miguel Jara
18 de diciembre de 2015
Martin Shkreli acabó mal. Llevaba semanas acaparando páginas de periódicos por ser uno de los mayores “farmaespeculadores” pero le han detenido por fraude. ¿Su especialidad? Nada saludable: comprar empresas farmacéuticas e inflar lo máximo posible el precio de sus medicamentos
Ayer fue detenido por el FBI en Nueva York acusado de varios cargos de fraude por un anterior trabajo como gestor de fondos.
Al Capone no sucumbió por sus delitos “de sangre” sino por sus problemas con el fisco.
Que se sepa, este joven de 32 no tiene ese tipo de delitos a sus espaldas pero la especulación con el precio de medicamentos esenciales para la población mata, no por su consumo, como lo hacen otro tipo de fármacos, sino precisamente por la falta de acceso a los mismos.
De momento, los cargos por los que fue detenido Shkreli no están relacionados con la polémica en la que se vio involucrado. Infló hasta el paroxismo el precio de un fármaco utilizado en tratamientos contra el sida como consejero delegado de Turing Pharmaceuticals.
Como habíamos contado a finales de octubre pasado, el especulador financiero se había creado muchos enemigos. Era un lobo de Wall Street al que ahora han abatido
Shkreli es odiado porque compró un medicamento que vale para el cáncer y el Sida que costaba 13,50 dólares y subió su precio a 750 dólares. La pirimetamina marca Daraprim fue aprobado en 1953 para el tratamiento de la toxoplasmosis, enfermedad parasitaria que afecta sobre todo a personas con su sistema inmune débil.
Producir el medicamento cuesta un dólar.
El “inversor”, inmune a toda falta de ética, adquirió en agosto Impax Laboratories por 55 millones de dólares para unirlo a Turing. No me escondo, soy un capitalista”, declaró.
Y cumplió su promesa porque esconderse, lo que se dice esconderse, no lo ha hecho, los agentes del FBI le han detenido en su apartamento de Manhattan. Tampoco debía ocultar muy bien sus mentiras pues pasa a disposición judicial por haber engañado a inversores para que invirtieran en la compañía farmacéutica que fundó en 2011, Retrophin. Les dijo que iba muy bien cuando en realidad tenía pérdidas.
Entonces estaba al frente de la gestora MSMB Capita.
Shkreli llegó a ser incluido en una lista de la revista Forbes de los inversores más destacados menores de 30 años. Los demás debemos de ser tontos por dedicarnos a trabajar. Claro que cabe preguntarse quién le permitió que de un día para otro cambiara el precio del citado medicamento de manera especulativa.
Cuando uno lee estas cosas es imposible no acordarse del Caso Sovaldi, el fármaco para la hepatitis C de los 1.000 dólares por pastilla. Lo último que hemos publicado es que un laboratorio farmacéutico de Marruecos fabrica una copia de manera legal al precio más bajo del mundo.
En este caso el desinterés del propietario de la patente, Gilead, por el mercado de personas afectadas por la Hepatitis C en el país africano, le llevó a no proteger su fármaco y otro aprovechó la circunstancia para hacer negocio.
Estos asuntos se han acrecentado con la crisis financiera y económica mundial. En La Vanguardia se han preguntado: ¿Puede llegar la especulación financiera a los medicamentos?
Se trata de un fenómeno muy propio de los Estados Unidos con un mercado sin regulación explícita de precios y en el que algunos especuladores financieros aprovechan ‘agujeros’ regulatorios que es lo que permite que pasen estas cosas”, explica Jaume Puig-Junoy, director del Máster en Economía de la Salud y del Medicamento de la UPF Barcelona School of Management.
En realidad, no es un hecho aislado ni un problema sólo de Estados Unidos, de donde provienen la mayor parte de las compañías farmacéuticas. Es un problema global pues el modelo farmacéutico está dirigido por esas compañías y anteponen la rentabilidad económica a la salud de la población. Y los gobiernos lo permiten.
El marco económico y jurídico en el que nos desenvolvemos promueve este tipo de especulación.
La farmaespeculación se produce sobre todo con los medicamentos nuevos. Los genéricos o fármacos que llevan años en el mercado, se venden a precios bajos, sin protección y no son interesantes para especular.
Al mismo tiempo su eficacia y seguridad es más conocida por la experiencia en su uso. Hay que revisar a fondo el proceso de evaluación y aprobación de los nuevos medicamentos y el de fijación de precios; que se haga esto por la verdadera valía del producto.
¿Tiene derecho a ganar lo máximo posible una empresa, sea farmacéutica o la que sea? Qué duda cabe. Pero la economía sin ética es depredación. Hasta para hacer negocios, que es de lo que tratamos, hay que tener unos principios.
En asuntos básicos para la salud pública ha de primar el interés común. He insisto en dos ideas:
-Los gobiernos tienen mecanismos legales para obviar una patente en caso de necesidad por una urgencia en salud pública. Son las licencias obligatorias.
-Hace falta una industria farmacéutica pública potente que, regida por criterios éticos, con independencia y transparencia, aborde la producción de medicamentos que sean esenciales para la población.
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