Adriana – LA VIDA SE NOS PASA SIN PENSAR EN LA VIDA

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En mi opinión, las personas, generalmente, no empezamos a ser conscientes de la vida, y de lo que es vivir, hasta que se nos ha consumido la mitad de la vida.

Hasta entonces, en la mayoría de los casos, nos limitamos a atender los placeres inmediatos y los “problemas” que nos proporciona la vida; vivimos de un modo automático repitiendo lo que aprendimos en los primeros años y añadiendo algunas cosas nuevas que nos parecen interesantes, porque aún no ha llegado el momento trascendental en el que nos planteamos la opción de aflojar el paso, o parar, y revisar lo que estamos haciendo hasta ahora y por qué.

Llega cierto momento en la vida que es como si por primera vez se nos planteara la posibilidad de vivir de otro modo, consciente, y de hacer las cosas de la manera que nos apetece ahora.

Si uno hace un repaso objetivo y desapasionado de lo que ha sido su vida hasta entonces, puede darse cuenta de que ha estado bastante ocupado, probablemente se ha divertido mucho y ha tenido experiencias satisfactorias, y puede llegar a observar que la vida ha pasado de un modo que pareciera que es otra persona quien la ha vivido, porque, por una parte, tiene la idea de que uno es quien ha pasado por la experiencias -¡por supuesto!-, pero al mismo tiempo le parece que todo ha sido muy rápido y no le ha dado tiempo a enterarse de lo que realmente estaba pasando. Como si no hubiera estado “del todo” allí.

Ha estado tan distraído viviendo las cosas que no se ha parado a mirar lo que estaba viviendo.

Ese momento suele coincidir con algo que le hace ver de un modo diferente que el tiempo va pasando –en realidad, que el tiempo se le va descontando del que tiene adjudicado para su vida-, y se instala una inquietud de que hay algo que posiblemente no está haciendo bien, o, simplemente, que hay algo interesante e importante que no está haciendo.

Generalmente, no sabe definir el estado, ni el motivo; al principio es más una sensación inclasificable y difícil de expresar. Es algo que surge de dentro, pero un algo que no está acostumbrado a expresarse, ni a pedir, y no sabe cómo hacerlo. Se le llama también “la crisis de los cuarenta”, aunque no suceda a los cuarenta.

En el mejor de los casos, uno no se planta y decide no moverse hasta aclarar qué es lo que le está pasando, sino que sigue viviendo pero en algunos aspectos afloja el ritmo, va un poco más despacio, mira los efectos emocionales que le producen las cosas más allá del efecto inmediato. Algunas de las cosas que eran importantes se deprecian de golpe, y pierden la preponderancia que ocupaban. Otras cosas por las que se pasaba de puntillas, a las que no se les prestaba suficiente atención, parecen emerger de la nada irrumpiendo con fuerza y se las empieza a mirar con mejores ojos.

No hay una norma que valga para todas las personas, pero sí hay algunas que son más habituales: se empieza a mirar a los jóvenes de otro modo –en algunos casos con una insospechada envidia-; no se quiere reconocer, pero uno es consciente de que es mayor que ellos y valora -también sin atreverse a hacerlo de un modo claro o directo-, que a ellos les queda más vida que a uno mismo.

Surge la misma cuestión que todos nos hemos planteado al llegar a esa edad, una vez que comprobamos que murieron los abuelos, los padres de los conocidos, tal vez nuestros propios padres, y la gente mayor que conocíamos, y entonces suena, como si fuera la primera vez que se pronunciara en la historia de la humanidad, la misma reflexión a la que cada uno pone sus propias palabras: “Esto de hacerse mayor va en serio. Y la muerte también. Mi muerte se me está acercando.”

Se produce un espanto. Y la apetencia de salir corriendo del funesto pensamiento. “Todavía me falta mucho”, se dice uno con la intención de zanjar el asunto .Y es posible que se logre espantar el pensamiento, pero no de un modo definitivo. Resurgirá de un modo inesperado cuando nos crucemos con una persona mayor, leamos una esquela, acudamos a un entierro, o pongan un bebé en nuestros brazos.

Nuestra mente empezará a prestar atención a asuntos que habían pasado desapercibidos o se habían aplazado. Surgirá sin palabras, como una leve punzada, un balance en el que uno comprueba que no se han cumplido casi ninguno de los sueños -y un remordimiento no siempre respetuoso nos lo echará en cara- y que hay metas que ya demuestran ser inalcanzables, al mismo tiempo que se manifiestan añoranzas de sitios, situaciones, sentimientos, personas…

En muchos casos se trata de salir del trance de un modo airoso, y uno se alegra por haberse dado cuenta y se compromete a una serie de cambios. Que no cumplirá. La costumbre arrastra hacia lo habitual.

Lo que sí es cierto es que habrá sonado la alarma, y a partir de ahí cada uno decide si va a vivir con más consciencia o si va a seguir aplazando el momento del enfrentamiento con una serie de realidades: que el tiempo pasado es irrecuperable, que el tiempo pasa y la vida se gasta aunque uno no esté pendiente de vivir con atención, que cada segundo que pasa queda un segundo menos para el final, que el cuerpo y la mente han emprendido un camino irrevocable hacia el deterioro, que van a ir desapareciendo de nuestro lado muchas personas que no quisiéramos dejar de tener y disfrutar, etc. y todo esto que aparenta ser una retahíla de tragedia, también tiene una parte positiva si se acepta, y es la posibilidad de vivir el resto de la vida de un modo consciente, intenso, y llenar de vida a la vida, y construir un presente muy digno y placentero para que cuando se convierta en pasado sea un motivo de satisfacción y orgullo.

Esta es la realidad. Así es como sucede esto.

Estamos tan ocupados creyendo que estamos viviendo, o nos parece tan normal esto de estar vivos y viviendo que no somos conscientes de ello. Nos parece normal que el sol salga cada día, que mañana pueda ser prácticamente un calco de lo que es hoy, que tengamos a nuestro servicio los sentidos y los placeres, que podamos ver-tocar-pensar-hablar…

VIVIR requiere atención y dedicación. Consciencia. Presencia. Estar continuamente en el aquí y ahora. Pararse, tocarse, sentirse, y repetir “Soy yo, tengo vida y VIVO”.

No hay que conformarse con una reflexión anual a cuenta de cómo pasa el tiempo (que en realidad no es “el tiempo”, sino que es nuestra vida…), ni resignarse a un leve compromiso sin futuro de hacer cambios, ni tolerar la propia desidia cuando se trata de un asunto realmente tan importante como la propia vida, ni padecer sin rebelión el propio abandono, ni acomodarse a un vida anodina en la que lo mediocre sea el principal ingrediente.

La vida es IRREPETIBLE e IRRECUPERABLE, y demasiado valiosa como para desperdiciarla. Y que esto llegue a suceder o no, depende de ti.

Tú decides.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales
www.buscandome.es
http://mauandayoyi.blogspot.com.ar

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