Aunque se compara constantemente el Daesh [Estado Islámico] con los nazis, a menudo se olvida el verdadero paralelismo, la voluntad de Occidente de crear el fascismo para paralizar a Rusia.
El reciente debate en la Cámara de los Comunes británica sobre bombardear Siria vio llover las comparaciones. “Daesh son los fascistas de nuestra época”, afirmó el diputado laborista Dan Jarvis, “esta es la guerra fascista de nuestra generación”, opinó Sarah Wollaston, mientras que Hilary Benn ponía fin al debate afirmando que “nos enfrentamos a los fascistas” y “lo que sabemos de los fascistas es que hay que derrotarlos”.
Los paralelismos son reales: en efecto, la visión política del wahabismo (la ideología del Daesh, de al-Qaeda y del principal comprador de armas a Gran Bretaña, Arabia Saudí) tiene mucho en común con la de Hitler y Mussolini.
En esencia, el fascismo europeo fue una respuesta emocional a la humillación nacional a manos de las llamadas “Grandes potencias” (la derrota militar en caso de Alemania y la negación de los frutos de la victoria en el caso de Italia).
Los fascistas echaron la culpa de esta humillación al “enemigo interno” cuya presencia estaba corrompiendo a la nación y minando su fuerza. y al que, por consiguiente, había que extirpar antes de que pudiera tener lugar el rejuvenecimiento.
Todos conocemos el programa político que derivó de ello.
De forma similar, a finales de 1700 el imperio Otomano, que justo un siglo antes había estado “a las puertas de Viena”, entraba también en una fase de decadencia. Las destrezas militares europeas empezaban a ser casi inexpugnables y una serie de derrotas a manos de Rusia llevaron a muchos súbditos otomanos a preguntarse qué había detrás de su aparente debilidad.
Muhammad ibn Al-Wahhab, un predicador sunní radical del desierto de Nejd en el centro de Arabia les dio una respuesta: los musulmanes estaban siendo castigados por apartarse del verdadero Islam. En particular, la presencia de sectas rivales, como el sufismo y el chiísmo (las cuales, según él, ni siquiera eran en absoluto islámicas) estaba debilitando el poder musulmán.
Solo eliminándolas del Califato (junto con todo aquel sunní que no estuviera de acuerdo) se podría restablecer su fortaleza.
Esta es la idea que motiva las incontables ejecuciones de yazidis, alauitas, cristianos y otros a manos de los actuales discípulos de ibn Al-Wahhab. Al igual que el fascismo, el wahabismo es una política de fuerza por medio de la purificación etnoideológica.
Pero esto no es toda la historia completa. Ni el fascismo ni el Daesh obtuvieron su fuerza únicamente del compromiso de sus combatientes, sino que el surgimiento de ambos está unido a la respuesta del mundo occidental a sus propias crisis económicas y geopolíticas.
En la década de 1930 las elites dirigentes británicas veían el fascismo con mucho mejores ojos de lo que nos habría hecho creer la afirmación de Hilary Benn de que “toda esta Cámara se alzó contra Hitler y Mussolini”. “¿Qué ha hecho Hitler de lo que nos podamos quejar razonablemente?”, preguntó el diputado conservador C. T. Culverwell en 1938, un año después de que la Luftwaffe devastara Guernica.
Tres años antes Mussolini había invadido Abisinia. Al enterarse de la próxima invasión el primer ministro laborista escribió a El Duce para informarle de que “Inglaterra es una dama. A una dama le agrada una acción vigorosa hecha por varón, pero le gusta que las cosas se hagan discretamente, no en público. Así que tenga mucho tacto y no tendremos objeciones”.
Estas ideas no eran infrecuentes. Como indicó el historiador J.T. Murph, “era evidente que ningún gobierno en el mundo capitalista se estremeció de temor cuando llegó este nuevo poder (el fascismo). Los conservadores lo aclamaron regocijados y no había ningún tory que al tiempo que aprobaba el método de Hitler y Mussolini de tratar el «problema laboral» no tuviera confianza en que entre los bastidores de la diplomacia se podría llegar a un trato con el campeón antibolchevique».
Sir Stafford Cripps, embajador británico en la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, observó acerca de los años entre guerras que “en todo este periodo el factor principal de la política europea fue la exitosa utilización por parte de Gran Bretaña […] de varios gobiernos fascistas para controlar el poder y el peligro, y el auge del comunismo o socialismo».
En particular, Hitler era considerado un baluarte en contra de la Unión Soviética y esa fue la razón por la que las elites británicas y estadounidenses le apoyaron en la década de 1930.
Y lo mismo ocurre también con el Daesh. Occidente y sus aliados regionales han sido los animadores, jefes y suministradores de armas de la insurgencia wahabí en Siria desde sus inicios, no a pesar de su naturaleza sectaria sino debido a ello.
Un documento de 2012 de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos desclasificado recientemente reveló que el Pentágono conocía muy bien la naturaleza de las fuerzas a las que estaba apoyando e indicaba que “los salafistas [sic] , los Hermanos Musulmanes y AQI [al-Qaeda en Iraq, el precursor del Daesh] son las principales fuerzas que dirigen la insurgencia en Siria”.
El mismo informe predecía el establecimiento de un “principado salafista [wahabista]”, aunque señalaba que esto era “exactamente lo que quieren las potencias que apoyan a la oposición [definidas como “Occidente, los países y del Golfo y Turquía”]”. Por supuesto, en su momento no se reveló nada de esto (de la misma manera que Hitler tuvo al principio el apoyo del Daily Mail y del Daily Mirror, la prensa occidental todavía trataba de convencer al mundo de que los rebeldes sirios era valientes combatientes de la libertad, que luchaban por la democracia y la igualdad).
Sin embargo, el apoyo que recibió Hitler de Gran Bretaña no fue solo retórico. La London Stock Exchange Gazette [Gaceta de la Bolsa de Londres] indicaba en mayo de 1935 que “sin este país como cámara de compensación para los pagos y la capacidad de recurrir a créditos […] Alemania no habría podido seguir adelante con sus planes […].
Una y otra vez Alemania ha faltado a sus obligaciones, públicas y privadas, pero ha seguido comprando lana, algodón, níquel, caucho y petróleo hasta cumplir con sus obligaciones y la financiación se ha hecho directa o indirectamente a través de Londres […]”.
De hecho, la financiación británica de la maquinaria de guerra nazi fue tan importante que el capitalista alemán y financiero nazi Hjalmar Schacht señaló después de la guerra que “si quiere llevar a juicio a los industriales que ayudaron a Alemania a armarse debe llevara juicio a sus propios industriales”.
De la misma manera Occidente ha financiado generosamente al Daesh.
Solo Estados Unidos ha suministrado bastante más de 1.000 millones de dólares en apoyo militara la insurgencia en Siria en forma de adiestramiento y armas, gran parte del cual ha acabado en manos del Daesh.
En lo que se refiere a sus fuentes financieras, probablemente Londres ha desempeñado un papel particularmente significativo.
Los senadores estadounidenses han llamado repetidamente la atención a [la multinacional británica de banca y servicios financieros] HSBC debido a su relación con la principal rama bancaria de al-Qaeda en Arabia Saudí, mientras que cuando el ministro francés de Finanzas Michel Sapin anunció el mes pasado una nueva ofensiva contra la financiación del terrorismo señaló a la City londinense y pidió al mundo que estuviera “vigilante” con Gran Bretaña dada su reputación.
El que fuera líder del Partido Nacionalista Escocés Alex Salmond afirmó en el Parlamento que “siempre que se lo pido al primer ministro [cortar la financiación al Daesh] me responde que está sentado en un comité.
Durante dos años no hemos oído nada. Se ha hecho poco o nada para interrumpir el flujo de fondos e identificar y frenar a las instituciones financieras sin las que el Daesh no habría podido levantar un dedo ni contra nosotros ni contra nadie más”.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué Gran Bretaña tenía tanto interés en financiar a Hitler entonces y es tan reticente a tomar medidas enérgicas contra la financiación del Daesh hoy? Como hemos visto, se apoyó a los nazis al considerarlos un baluarte contra el comunismo y en particular una fuerza que se lanzó en contra de la Unión Soviética. Mientras tanto, Occidente ha considerado la insurgencia terrorista en Siria como un medio de paralizar a un Estado independiente con una política exterior y monetaria independiente (y en ese proceso, minar a sus aliados, Irán y, una vez más, Rusia). En ambos casos el objetivo primordial era Rusia y por extensión todo el proyecto geopolítico no occidental del que Rusia era y es una parte fundamental.
Si este es el caso, ¿qué lecciones podemos aprender de la experiencia de las décadas de 1930 y 1940? ¿Qué políticas debería llevara a cabo Rusia ante el fascismo/terrorismo patrocinado por Occidente?
La política antifascista de Rusia en la década de 1930 tenía tres aspectos, los tres correctos desde mi punto de vista y los tres nos ofrecen una lecciones claras para hoy.
En primer lugar, la URSS entendió claramente que el fascismo dependía del apoyo extranjero e intentó disuadir a Occidente de financiarlo. Se hicieron continuas propuestas a Francia y a Gran Bretaña de establecer una ‘gran alianza’. Se consideraba que especialmente Francia estaba “indecisa” en su compromiso con la Alemania fascista por razones evidentes, de modo que se hizo un esfuerzo particular para empujar a Francia a esa alianza, con diferentes grados de éxito (el pacto franco-soviético de 1935). Gran Bretaña era más una causa perdida, pero el espectáculo de rechazo continuo de una alianza antifascista por parte de Gran Bretaña al menos contribuyó a superar la retórica y sacar a la luz la verdadera actitud del gobierno británico hacia el fascismo.
Actualmente esto se aplica tanto al terrorismo wahabí como se aplicaba entonces al fascismo.
En segundo lugar, si bien Rusia no pudo convencer a Occidente de que dejara de apoyar al fascismo, se puso en marcha para derrotarlo ella misma.
Una vez que Alemania e Italia dejaron claro que no iban a respetar los acuerdos de no intervención acordados por la Liga de las Naciones respecto a la guerra civil española, la URSS se puso en marcha para aplastar ella misma el levantamiento fascista. De forma similar, en cuando quedó claro que Occidente no iba a respetar la soberanía siria, Rusia se puso en marcha para aplastar directamente la insurgencia wahabista.
Con todo, el verdadero golpe maestro de la diplomacia soviética en ese periodo (y el que en última instancia permitió a Rusia derrotar a Alemania) fue el Pacto Molotov-Ribbentrop*. Hacer algo que parecía impensable (un tratado de paz con Hitler) no solo dio tiempo a Rusia para prepararse para la guerra, sino que separó a Hitler de sus antiguos patronos británicos, franceses y estadounidenses. Garantizó que Rusia no lucharía sola cuando llegara el momento y que no lucharía contra un enemigo al que todavía apoyara Occidente.
No estoy defendiendo aquí un tratado de paz con el Daesh (aunque son loables los pasos dados por Rusia para dividir a los insurgentes y llevar a la mayor cantidad posible de ellos a una mesa de negociación), es demasiado tarde para ello. Sería como negociar un tratado de paz con Hitler en 1943. [El Pacto] Molotov-Ribbentrop se basaba en el principio de que había que romper la alianza entre el fascismo y Occidente, y de este modo, si no se podía sacar a Occidente del fascismo, habría que sacar al fascismo de Occidente.
De la misma manera, se debe romper la alianza entre el terrorismo wahabí y Occidente. En términos prácticos, se debe sacar de la órbita de Occidente a los principales Estados regionales patrocinadores del wahabismo (Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Turquía). Obviamente es más fácil decirlo que hacerlo: Erdogan ha apostado por la OTAN y Arabia Saudí fue prácticamente una creación de Gran Bretaña. Si embargo, sus dirigentes no pueden ser ciegos ante el hecho de que no hay futuro en engancharse al carro de guerra en llamas de Occidente.
En ese camino solo hay destrucción y cada día está más claro que Occidente está empujando a Turquía a primera línea en una conflagración cada vez mayor con Rusia. Esto no interesa a Turquía. El verdadero interés de los turcos y, de hecho, de los saudíes (como, en última instancia, de toda la humanidad) radica en volver a alinearse con el sur global y los BRICS en vez de seguir actuando como agentes de su destrucción: en cuanto se den cuenta de esto y vuelvan a adecuar su diplomacia acorde con ello, se acaban los juegos de guerra de Occidente.
* El Pacto de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, conocido coloquialmente como Pacto Ribbentrop-Mólotov, fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939, nueve días antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial (N. de la t.)
Dan Glazebrook es un escritor político freelance que ha escrito para RT, Counterpunch, Z magazine, The Morning Star, The Guardian, The New Statesman, The Independent and Middle East Eye, entre otros. Su primer libro, Divide and Ruin: The West’s Imperial Strategy in an Age of Crisis, fue publicado por Liberation Media en octubre de 2013.
Estaba compuesto por la colección de artículos escritos desde 2009 en adelante en los que examina las relaciones entre el colapso económico, el auge de los BRICS, la guerra contra Libia y Siria y la “austeridad”.
Actualmente está investigando para un libro sobre el uso por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña de los escuadrones de la muerte sectarios contra Estados y movimientos independientes desde Irlanda del Norte y América Central en las décadas de 1970 y 1980 hasta Oriente Medio y África hoy en día.