El año 1924 marca el comienzo de una época dorada para la prehistoria de África y la evolución humana. El hallazgo del primer resto fósil de un hominino en la cantera de Taung, en Sudáfrica, bautizado en 1925 por Raymond Dart con el nombre de Australopithecus africanus, significó el inicio de un nuevo paradigma. A partir de entonces, todos los expertos fueron aceptando el hecho de que África había sido la cuna de la humanidad. Los primeros pasos del linaje humano ocurrieron en algún lugar del continente africano. Atrás fue quedando la hipótesis inicial de Eugène Dubois, que a finales del siglo XIX había buscado nuestros orígenes en el sudeste asiático.
Durante todo el siglo XX, la mayor parte de los datos sobre la evolución de los homininos han llegado de las excavaciones en yacimientos de África. Olduvai, las orillas del lago Turkana, los yacimientos de Hadar y Laetoli, la región media del río Awash, o el rico complejo de cuevas sudafricanas (Sterkfontein, Swartkrans, Makapansgat, etc) han sido lugares de referencia para el estudio de la humanidad desde sus inicios. El origen del género Homo, la primera expansión de la humanidad fuera de África o el origen de Homo sapiens, han sido temas centrales de estudio y debate, que han llenado las páginas de las revistas especializadas y ocupado en muchas ocasiones las portadas de Science y Nature. Por supuesto, la prehistoria europea nunca dejó de interesar, lo mismo que los hallazgos en el sudeste asiático, mientras que las investigaciones en China quedaban casi paralizadas por cuestiones ajenas a la ciencia.
Aún así, la luz cegadora de los hallazgos en África relegaron en más de una ocasión a un discreto segundo plano los debates sobre la evolución humana en Eurasia. Cualquier estudio centrado en cuestiones arqueológicas o paleoantropológicas relacionadas con Asia y Europa terminaban por relacionarse con África. Es paradigmática la identificación de Homo erectus con el continente africano, cuando los primeros hallazgos de esta especie sucedieron en yacimientos de la isla de Java y de China. Lo mismo podemos decir de los neandertales, cuyo origen se ha buscado siempre en África. Por supuesto, la inmensa mayoría aceptamos que los primeros y los últimos colonizadores de Eurasia llegaron de África, por lo que el calificativo de “cuna de la humanidad” ha sido un titular empleado hasta la saciedad en exposiciones, capítulos de libros, artículos de revistas, o para denominar formalmente la región patrimonial de la UNESCO, donde se ubican las cuevas sudafricanas que contienen los restos fósiles de Australopithecus.
La asimetría ha sido tan potente, que hace tan solo tres años un par de investigadores propusieron la colonización casi continua de Eurasia durante todo el Pleistoceno mediante la expansión de poblaciones africanas. En otras palabras, el flujo genético desde África nunca habría cesado. La enorme barrera del Sahara y los desiertos que cierran el paso hacia el Corredor Levantino no habrían sido un obstáculo, porque la alternancia de ciclos climáticos del hemisferio norte haría reverdecer durante largos períodos de tiempo una parte de estos lugares inhóspitos, permitiendo el paso de humanos y de otros mamíferos. Sin embargo, algunos hemos apartado por un momento los ojos de la luz cegadora de África y nos hemos permitido plantear algunas preguntas: ¿fueron tan débiles y efímeras las poblaciones de Eurasia como para dejar que sus territorios fueran ocupados una y otra vez por colonos procedentes de África?, ¿qué nos dicen los fósiles de la poblaciones de Eurasia?, ¿tienen estos fósiles el sello indiscutible de su procedencia africana?
Para empezar, la presencia de grandes mamíferos de origen africano en Eurasia cesó hace 1,2 millones de años. La última migración importante de grandes mamíferos coincidió con la expansión del género Homo fuera de África, hace en torno a los dos millones de años. A partir de ese momento, las migraciones de estos animales desde África hacia Eurasia a través del Corredor Levantino han sido objeto de polémica y debate entre los especialistas. Por el contrario, todos los expertos en fósiles de grandes mamíferos han constatado las migraciones transversales en Eurasia desde hace 1,2 millones de años. Es evidente que las condiciones climáticas del hemisferio norte, con un incremento progresivo en la duración e intensidad de las glaciaciones, no invitaba a los grandes mamíferos a moverse desde su cálido hogar africano. Lo mismo pudo suceder con los homininos que, pese a lo que nos pese, hemos sido hasta hace muy poco tiempo una parte indisociable de los diferentes ecosistemas.
El propio registro fósil de los homininos contiene evidencias más que sobradas para demostrar la evolución independiente en África y Eurasia desde hace al menos 1,7 millones de años hasta la expansión de Homo sapiens hace unos 100.000 años. En 2006, la Dra. María Martinón-Torres nos exponía en su tesis doctoral las notables diferencias en el aparato dental entre las poblaciones africanas y las poblaciones eurasiáticas del Pleistoceno.
Como expliqué más arriba África es la cuna de la humanidad, de la más antigua y de la más reciente. Pero Eurasia también fue cuna de otras formas de ser humano, incluidas las especies Homo antecessor, Homo neanderthalensis, los propios denisovanos, Homo floresiensis (si se acepta como especie) y tal vez de otras especies y subespecies todavía por descubrir. En conclusión, todas las evidencias apuntan únicamente a dos expansiones de los homininos fuera de África: la primera, ocurrida hace unos dos millones de años, y la segunda (Homo sapiens), que sucedió hace unos 100.000 años. Algunos expertos no descartan migraciones en sentido contrario, desde Eurasia hacia África, pero esta hipótesis nos quedará para el próximo post.
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