Nada inspiraba más temor a los saqueadores de tumbas del pasado, que la posibilidad de caer presa de una maldición de consecuencias funestas para quienes no hubieran hecho caso de las advertencias. En el antiguo Egipto, las maldiciones a veces se escribían sobre las entradas de las tumbas para proteger a los monumentos sagrados de curiosos y saqueadores.
Las inscripciones a menudo hablaban de la vuelta a la vida del difunto para cobrarse venganza, o amenazaban con arrastrar a los profanadores al inframundo para que luego allí, fueran juzgados. Quien no hiciese caso de tales advertencias, tendría que asumir los riesgos a los que se exponía.
Las historias y rumores que rodean a las maldiciones que protegen a tumbas y a momias han existido durante siglos. Hay documentos que se remontan a épocas medievales y a las primeras etapas de la edad contemporánea en los que se afirma que los enterramientos de los antiguos egipcios no debían ser alterados, ya que las tumbas y las momias que descansaban en ellos poseían cualidades desconocidas y al parecer maléficas.
Se creía que los sacerdotes escribían las maldiciones alrededor de los enterramientos para proteger tanto a la momia como a su vida espiritual después de la muerte. Estas creencias dieron pie a la idea de una supuesta «maldición de los Faraones» que caería sobre todo aquel que osara profanar una tumba o momia. En particular, si se trataba de las de un Faraón, abocaría al sujeto a la mala suerte y a una muerte inevitable.
Estela caliza procedente de Mendes, tercer Período Intermedio, Dinastía XXII. La inscripción muestra una donación de tierra a un templo egipcio y lanza una maldición a cualquiera que se apropiara de la tierra o la emplease de forma incorrecta. ( Wikimedia Commons )
El poder de la maldición como fuerza disuasoria dependía en gran medida de dónde estaba situada. Aunque las maldiciones habitualmente no eran utilizadas en las propias tumbas del antiguo Egipto, sí que se empleaban en ocasiones para la protección del enterramiento.
Dichas maldiciones estarían inscritas en la capilla de la tumba, en la parte más pública del complejo y también sobre paredes, puertas falsas, estelas, estatuas y a veces incluso sarcófagos. Entre las maldiciones más insólitas destacaba la “Maldición del Asno» que amenazaba al saqueador de la tumba con ser violado por un asno, el animal representativo de Seth. Otra terrible maldición procedía del administrador de la decimoctava dinastía Amenhotep, hijo de Hapu. En ella se amenazaba a quien violara su tumba con una larga lista de castigos:
…perderán sus puestos terrenales y honores, serán incinerados en un horno con ritos de execración, zozobrarán y se ahogarán en el mar, no tendrán ningún sucesor, no recibirán ninguna tumba ni ritos funerarios propios y sus cuerpos se pudrirán porque pasarán hambre al no tener sustento. Sus huesos se perderán.
Una estela que pertenece a Sarenput I, monarca de Elefantina bajo el Faraón Senusret I (Dinastía 12), propone proteger las ofrendas dejadas ante la estatua con su imagen:
A todo administrador, funcionario, escribano o noble que tome [la ofrenda] de la estatua, su brazo será cortado como el de este toro, su cuello será torcido como el de un pájaro, su puesto no existirá ni habrá un puesto para su hijo, su casa no existirá en Nubia, su tumba no existirá en la necrópolis, su dios no aceptará su pan blanco, su carne pertenecerá al fuego, sus niños pertenecerán al fuego, su cadáver no será enterrado, estaré contra él como un cocodrilo sobre el agua, como una serpiente sobre la tierra, y como un enemigo en la necrópolis.
La leyendas que rodean a las supuestas «Maldiciones de los Faraones» comenzaron alrededor del siglo VII, cuando los árabes conquistaron Egipto y no eran aún capaces de leer los jeroglíficos (que no serían descifrados hasta principios del siglo XIX). La conservación de las momias debió de ser algo extraño de contemplar. Se contaban muchas historias y llegaron a creer que si alguien entraba en una tumba y pronunciaba una fórmula mágica, sería capaz de materializar objetos que los antiguos Egipcios convirtieron en invisibles.
También, se pensaba que gracias a la magia, las momias podrían volver a la vida. Creían además que los egipcios protegían sus tumbas por medio de sortilegios mágicos o maldiciones que recaerían sobre quien entrase en ellas. Los escritores árabes advertían a la gente de que no molestara a las momias ni profanasen sus tumbas pues sabían que los egipcios practicaban la magia durante los ritos funerarios. El primer libro publicado sobre una maldición egipcia apareció en 1699 y le seguirían muchos centenares más.
La apertura de la tumba del Faraón Tutankamón en 1923, es probablemente el caso más famoso de maldición de una tumba. Dicha apertura provocó que cundiera el pánico y extendió la creencia en «la maldición de los Faraones”. Varias personas que estaban presentes en el momento de abrir la tumba murieron antes de tiempo, en extrañas circunstancias.
La mayor parte de las versiones de esta historia cuenta cómo Howard Carter, arqueólogo inglés jefe de la excavación, descubrió una tablilla de arcilla en la antecámara de la tumba. Unos días después de catalogarla, un miembro del equipo descifró el jeroglífico. La presunta maldición decía, “la muerte matará con sus alas a quien ose interrumpir la paz del faraón «. Sin embargo, nunca se ha encontrado prueba alguna ni documento acerca de la existencia de esta tablilla, asumiéndose que, o simplemente desapareció o se trata
Howard Carter y sus socios abriendo las puertas del santuario de la cámara de la tumba de Tutankamón. Recreación en 1924 del acontecimiento de 1923 ( Wikimedia Commons )
La primera señal de la maldición tuvo lugar cuando Carter envió a un mensajero a su casa. A su llegada, el mensajero oyó un grito ahogado y vio al canario de Carter siendo devorado por una cobra, símbolo de la monarquía egipcia. Siete semanas antes de la apertura de la tumba, el Conde de Carnarvon, co-descubridor de ésta junto a Clark, había muerto por culpa de las complicaciones provocadas tras una picadura de mosquito.
Los medios de comunicación rápidamente difundieron la idea de la Maldición de los Faraones. Conan Doyle, ocultista y autor de Sherlock Holmes y la novelista Marie Corelli, extendieron el rumor de que quien entrase en la tumba antes sellada, sufriría las terribles consecuencias.
Los escépticos defienden que muchos otros que visitaron la tumba o que ayudaron a descubrirla vivieron por largo tiempo y gozaron de buena salud. Un estudio demostró que de las 58 personas que estaban presentes cuando la tumba y el sarcófago fueron abiertos, sólo ocho murieron en los 12 años posteriores al hallazgo. Todos los demás siguieron vivos, incluyendo a Howard Carter, que murió a causa de un linfoma en 1939 a la edad de 64 años.
La tumba de Tutankamón, que se creía que estaba protegida por una poderosa maldición (Steve Parker / Flickr )
La mayor parte de las maldiciones egipcias son metafísicas, pero en algunos casos, incluían trampas y venenos que realmente hacían cumplir los conjuros, causando heridas o incluso la muerte a quienes no respetaban las advertencias.
Por ejemplo, las tumbas fueron selladas, aseguradas con cerrojos e introducidas en cámaras secretas de muy difícil acceso.
Los pasos fueron bloqueados con colosales losas de piedra y en ellos se ocultaban agujeros, trampillas y cables que actuaban como trampas. Los antiguos ingenieros egipcios también cubrían los suelos y paredes de las tumbas con polvo de hematita, afilado y metálico, diseñado para causar una muerte lenta y dolorosa a quienes lo inhalaran en grandes cantidades y que era liberado en el aire cuando se retiraban las piedras.
Cuando el Doctor en Egiptología, Zahi Hawass, entró en la tumba del Oasis Bahariya en el año 2001, su equipo encontró la tapa del sarcófago cubierta con 8 pulgadas de polvo de hematites, obligándoles a abandonar la expedición hasta que pudieron regresar con material específico y respiradores.
Aunque las maldiciones podrían parecer antiguas supersticiones, en la actualidad todavía hay muchos que portan con ellos amuletos o conjuros de protección contra los efectos de las supuestas maldiciones. Numerosos estudios científicos han revelado un poderoso fenómeno psicológico por el que quien cree firmemente que está “maldito” más tarde o más temprano, acabará sucumbiendo a una dolencia física producida como respuesta a tan fuerte tensión emocional.
De este modo, quizás las antiguas maldiciones aún conservan su poder en la actualidad.
Fotografía de Portada: El sello aún intacto sobre la tumba de Tutankamón, 1922. ( Wikimedia Commons )
Autor: Bryan Hilliard
Traducción: Mariló T. A.